“Aprendamos
a mostrar nuestra amistad por un hombre cuando está vivo y no después de su
muerte.”
-
F. Scott Fitzgerald.
Soy una persona que trata de
explicar todo con la precisión que considero necesaria y eficaz. No me gusta
dar respuestas vacías o incompletas; soy ese tipo de persona que trata de que
todo esté bien fundamentado. Pero cuando se trata de fútbol, hay una pregunta
que impera por encima de la mayoría, portentosa e imponente entre una pequeña
comitiva que le hace compañía: ¿Qué hace
Michael Carrick?
Diez años. Diez temporadas
han transcurrido desde que un mediocentro inglés de cara limpia, mirada ida que
no delata sus pensamientos y de juego que hasta se puede caracterizar como
sencillo dejó el blanco y negro del Tottenham para engalanarse la camisa (e
histórica) camisa roja del Manchester United. ¿En verdad ha pasado tanto
tiempo? El tiempo parece detenerse con Michael Carrick; el tiempo parece hasta
tornarse secundario e impasible. Cada
partido del nacido en Wallsend parece ser una repetición de lo que ha hecho en
su carrera con la misma (buena) displicencia, ojos calculadores y capacidad
para mirar ese pase que (casi) nadie puede ver. No es una inyección de
adrenalina, pero es necesario. Ésta es una historia basada en un aspecto que
domina cualquier otro: la dura y pura consistencia. Simple y llanamente. Y en
estos párrafos vagos trataré de desmenuzar lo que ha hecho tan grande, exitoso
y, por qué, infravalorado a este caballero de armadura roja.
Vamos a dejarlo en claro
desde el principio: Carrick no es un futbolista vistoso. El graduado de la
academia del West Ham no cuenta con la agresividad y corazón de un Vidic o un
Keane; no tiene la clase imperial de un Scholes; no tiene el desborde asesino
de un Giggs o un Cristiano; no tiene los goles de un Rooney o Van Nistelrooy; y
no tiene la capacidad para lo increíble de un Cantona o incluso de un Zlatan. Pero, aun así, con el pasar de los años, su
presencia se ha agrandado en Old Trafford y hoy en día es una parte esencial, vital, del engranaje del United.
Poco a poco, se ha convertido en un favorito de la afición del gigante inglés y
todos sus compañeros se han deshecho en halagos para un individuo que, tras
diez años como titular en Manchester fucking
United tanto en las buenas como en las malas, todavía es desconocido para
muchos observadores casuales del fútbol. Si
algo ha insinuado con su juego y su comportamiento, es que el ruido de los
espectadores y las luces de las cámaras no son lo suyo; Carrick construye desde
el mediocampo posicionado en una red de sombras y silencio. Su genialidad
consiste en la misma que un músico de orquesta: la capacidad de tocar piezas de
altísima complejidad sin fallar en una nota y sin despeinarse hasta el punto en
el que te engañan de que lo que hacen es simple. Eso es Michael: un disimulador
de simpleza.
Dando sus primeros pasos en
la academia del West Ham, el mediocentro ya daba de qué hablar en el equipo
juvenil que ganó la FA Youth Cup en
el ’99 junto a dos compañeros generacionales y talentosos como Joe Cole y un
tal Frank Lampard. Tras unos préstamos en el Swindon Town y en el Birmingham –si
alguien consigue fotos suyas en este equipo para agregar, se los agradecería-
donde no jugaría más de ocho partidos en total, se asentaría en el nuevo
milenio con los Hammers y disputaría casi ciento cincuenta partidos con los londinenses,
sufriendo un descenso en la temporada 2002/03. Un duro golpe, pero otro aspecto clave en este personaje ha sido la
habilidad de recibir derrotas deportivas y seguir adelante con una normalidad que
algunos podrían calificar de indiferente, pero que en realidad denota un
carácter notorio. Se quedó en el West Ham en el Championship, por entonces
First Division, y contribuiría a su retorno entrando en el equipo del año del
torneo en la campaña 2003/04.
Sus buenas actuaciones se
verían recompensadas por un traspaso de 3.5 millones de libras al Tottenham
Hotspurs, un club que distaba mucho en esos tiempos del gran equipo que es hoy
en día y en el que Carrick pudo hacerse un nicho lo suficientemente cómodo para
jugar un total de 75 partidos y entrar en la convocatoria inglesa de Sven Goran
Eriksson para la Copa del Mundo en Alemania 2006. No jugó mucho y ésa sería la tónica durante su carrera internacional;
la gran mayoría de sus entrenadores en la selección no le dieron las
suficientes oportunidades, prefiriendo insistir con el doble pivote Steven
Gerrard-Frank Lampard, padeciendo un destino similar al de su compañero de
mediocampo en el United por casi una década, Paul Scholes. Curiosamente, un
combo sí funcionó y otro no. ¿Pueden adivinar cuál es cuál?
De todas maneras, Sir Alex
Ferguson había prestado atención a la trayectoria de Michael y se puso mano a
las obras para contratarlo, dispensando dieciocho millones de libra en 2006,
una cifra nada desdeñable para esos tiempos. Cuando llegó al Manchester United,
el conceso general era que venía para sustituir al gran Roy Keane, quien se
había marchado al Celtic de Glasgow seis meses antes. Pero la realidad es que
Ferguson no pudo haberse conseguido un reemplazo más dispar que el inglés. Mientras que el otrora capitán irlandés era
aguerrido, puro corazón, agresivo hasta llegar al punto de cruzar la línea
legal en más de una ocasión y un líder que guiaba dejándose la piel en la
cancha, Carrick era mesurado, frío, calculador y que ya tenía pensado dos o
tres jugadas antes de recibir el balón. Dos tipos de liderazgos que son muy diferentes, pero igual de efectivos.
Sir Alex reemplazó una canción de fuego con una de hielo, parafraseando a
George R.R. Martin (sí, estoy viciado a Game
of Thrones y A Song of Ice and Fire,
demándenme).
Su carrera en el gigante de
Manchester no ha tenido mucho altibajos o sucesos; ha sido, en líneas
generales, de una consistencia y efectividad que muy pocas figuras del club (y
de Inglaterra, me atrevería a decir) pueden rivalizar. Siendo sincero con el
lector, mi apreciación de Michael aumentó considerablemente en sus últimos años
cuando se erigió como uno de los líderes del equipo y le tocó tomar la batuta
del mediocampo luego del retiro de mi jugador favorito, Paul Scholes, quien
siempre lo ha elogiado y catalogado como “el mejor mediocentro con el que
jugué” (grandes palabras que vienen de alguien que jugó con Nicky Butt, Roy
Keane, Frank Lampard, Paul Ince y Steven Gerrard). Es más, me atrevería a decir que éstos son los años dorados de Carrick
y donde su juego ha alcanzado su balance perfecto entre efectividad y madurez.
Durante todos estos años, tres de los entrenadores más exitosos de la historia
del deporte (Ferguson, Mourinho y Van Gaal) le han rendido pleitesía y
reconocido su importancia para el buen funcionamiento; Van Gaal lo calificó
como un “jugador-entrenador” y Mourinho dijo que le hubiera encantado dirigirlo
a los 25 años para disfrutarlo en su plenitud. Incluso en esta temporada, con 35 años y habiendo coqueteado con su
salida del club en el verano, el inglés ha sido imperativo para la racha
positiva del United y el equipo no ha perdido en todos los partidos que ha
iniciado. Esto último puede cambiar, claro, pero es un dato inexpugnable
acerca de la validez de Michael en la cancha. Tal vez es por su capacidad de
organizar y distribuir el juego de manera casi mecánica; tal vez sea que le da
a Ander Herrera y Paul Pogba la libertad para jugar a sus anchas –como lo hizo
para Scholes, Fletcher, Park y muchos otros en el pasado-; o tal vez sea su
experiencia, ahora como un viejo zorro, que le da una ventaja en la cancha. Pero yo pienso que la mayor virtud de
Carrick es mental; es su capacidad de mantenerse relajado y concentrado en los
momentos de alta presión, donde la sangre está ardiendo en el apogeo de la
batalla, donde realmente entendemos por qué ha sido tan importante para los
mejores momentos del club en los últimos años.
El mundo entero podría estar
ardiendo y él estaría caminando entre las llamas, meditando qué haría ahora. Se
los garantizo.
Michael Carrick no va a
inspirar poesías a los amantes del fútbol mundial. Nadie va a hablar acerca de
su trayectoria, logros y calidad de la misma forma que otros grandes del
deporte porque no hace golazos de larga distancia como Scholes, no evade a los
rivales como Maradona y no tiene la potencia e histrionismo de un Patrick
Vieira, por dar algunos ejemplos. Nadie va a rendirle culto a su figura, que es
una de las menos egocéntricas y una de las más desinteresadas en el fútbol
inglés. Carrick probablemente sea un jugador aburrido; un compilatorio de jugadas del exWest Ham debe estar entre las cosas
más aburridas de Youtube. Demonios, hasta su actividad en redes sociales es
aburridamente correcta y nunca se le escapa una frase polémica o fuera de
lugar. Pero, ¿saben qué? Eso a él no le importa. Lo de Michael Carrick es hacer
funcionar al equipo. A él no le importa que hablen de él o que entre en
el equipo del año de la Premier, la Champions o cualquier otro torneo. Le vale
una mierda que un niño rata en una red social coloque una foto suya diciendo “L
MEYOR MEDIOCMPSTA DL MUNDO!!!”. Él no juega para su gloria personal. Lo suyo es hacer que el equipo funcione y, por
ende, que el equipo esté más cerca del triunfo; en eso ha basado su carrera y
eso le ha traído muchos éxitos. Lo ha hecho a su manera.
Y
les voy a decir algo: va a hacer mucha falta cuando se haya ido.
El partido termina, el
United ha ganado y Michael se retira a las sombras, donde puede estar tranquilo
y donde puede dirigir la orquesta de Manchester como el mejor conductor que se
podía pedir. ¿Por qué? Porque ha estado ahí y sabe lo que se debe hacer. No se
necesitan florituras ni vanagloriarse; sólo hacer lo necesario. El silencio es la mejor sinfonía de Michael
Carrick.
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