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lunes, 3 de agosto de 2015

Pasados Posibles: Alexandre Pato, de heredero a plebeyo.





Cuando comencé a ver fútbol por allá en el año 2.005, los jugadores brasileños eran la cúspide del deporte, a mis ojos. Como muchos en este planeta, estaba cautivado por la forma de jugar tan particular que ostentaban los brasileños en su estilo; algo tan libre de complejos y dotados con un talento insospechado para hacer lo imposible de una manera tan peculiar y única. Siendo un niño impresionable de diez años, vivir en las mejoras épocas de Ronaldinho, Juninho, Kaká, Adriano, Robinho, o incombustibles como el gran Roberto Carlos y el eterno Ronaldo, es entendible decir que fui un privilegiado al poder ver a esa plétora de súper dotados en sus respectivos puntos de ebullición. Y a pesar de que ese gran seleccionado brasileño no ganó ese Mundial de Alemania 2.006 al ser eliminados por la Francia del irrepetible Zinedine Zidane, debo decir que ese equipo de cariocas me marcó mucho, y representan un concepto preciosista del fútbol que ya es bastante escaso en la actualidad. Bueno, debo de decir que hoy en día no soporto al seleccionado brasileño y pienso que han sido víctimas de un proceso de deterioro en su fútbol entrelazado con enaltecimientos innecesarios a sus prospectos y apoyar un sistema pragmático de juego que ha quemado los cimientos de soporte del habilidoso o el técnico en pos de conseguir éxito instantáneo. La selección brasileña del Mundial de 2.014 entrará a la historia como no sólo una de las peores selecciones que se ha visto en los tiempos recientes, sino también como la conflagración absoluta entre el concepto de lo que el fútbol brasileño debería ser y lo que ha acabado siendo: una mezcla bizarra entre el pragmatismo europeo de antaño –porque en Europa ya no se apuesta a eso y han evolucionado- y retazos de lo que una vez fue Brasil. Y es que el país ya no tiene talento, señores; Neymar, la susodicha gran figura y crack de la cinco veces campeona del mundo, no hubiera llegado siquiera a la banca de la selección del 2.006 y es dueño de unas actitudes que uno asemejaría más al malcriado de Justin Bieber que al futbolista icónico de esta generación. En una época carente de talento y de vistosidad, ha habido un sinfín de jugadores brasileños que fueron publicitados desde sus imberbes comienzos que fueron ardiendo poco a poco hasta quedar en meras cenizas de las expectativas. Hay muchos jugadores que no despuntaron por el simple hecho de no tener las condiciones suficientes o porque realmente no tenían el suficiente talento y carácter para sobrellevar la presión. Casos hay muchos como los que acabo de describir, pero el de Alexandre Pato, al menos para un servidor, es uno de los más curiosos en la época reciente del fútbol mundial. Un jugador que de verdad lo tuvo todo para brillar e incluso estuvo varias veces a punto de tomar vuelo, pero que parecía siempre anclado por distintos factores.


La carrera de Pato había comenzado en el Internacional de Porto Alegre en el ya lejano 2.006 con tan solo 16 años de edad. Apodado así por su pueblo de origen (Pato Branco), el entonces menudo delantero era visto como uno de los mayores caudales de talento ofensivo que se habían atisbado en épocas recientes de Brasil; algunos incluso comparaban su ascenso con el de Ronaldo en el Cruzeiro, trece años antes. Era entendible el porqué: Pato despuntaba en los torneos Sub-20 compitiendo contra muchachos cuatro años mayores que él, y consiguió su debut en los torneos mayores con el Inter de manera rápida –y con goles incluidos, cabe mencionar. Luego de ganar la Libertadores ese año, nuestro protagonista anotaría en los partidos de ida y vuelta de la Recopa Sudamericana contra Pachuca de México, consiguiendo así el título. En el proceso, ganaría fama internacional por sus partidos en el Mundial de Clubes, torneo que ganarían a expensas del Barcelona de Ronaldinho, Eto’o, Deco, Messi y muchos otrs –ahí Pato ganaría interés por parte de la crema innata de Europa. Como dato curioso, cabe destacar que Pato se volvió el jugador más joven en jugar un torneo internacional de la FIFA a sus 16 años, superando de esta manera al mismísimo Pelé. En cierta forma, él fue uno de los primeros talentos realmente precoces en conseguir la atención de equipos como Real Madrid o el AC Milán para comandar su ataque a las primeras de cambio; una transición en el mercado que está encontrando su cumbre en nuestros tiempos con los casos de jóvenes como Martin Odegaard o Raheem Sterling que ya son promocionados como cracks mundiales y ni llegan a los 21 años de edad. Y así como Pato fue uno de los primeros en iniciar esa tendencia con tantos logros colectivos y un buen hacer frente a las redes, sería de los primeros en sufrir sus vicisitudes con su traspaso a Millanello. Los rossoneri le esperaban.


Era un fichaje algo atípico para un Milán y un Berlusconi que estaban convirtiendo al club en un geriátrico –sin ofender a mis lectores hinchas del equipo- con contrataciones como Emerson o el propio Ronaldo, pero Pato despertaba una llama de interés e intriga entre los aficionados al ver a un delantero tan joven y desconocido arribar como el fichaje de la temporada del entonces campeón de Europa, venciendo en el proceso al Chelsea en la contienda por su ficha. Por temas de regulación de menores de la FIFA, Pato tendría que esperar su debut hasta Enero de 2.008. Pero les aseguro algo a quienes no lo vieron jugar en sus comienzos: Pato valía la espera. Era poseedor de una potencia y una velocidad tan demoledoras que traía reminiscencias al mejor Ronaldo de los 90s; para ser tan joven, estaba capacitado para hacer jugadas y goles dignos de los más experimentados –tenía ese factor X con el que se nace y que no puede ser obtenido. Debutaría en ese mes de Enero en una derrota 2-5 contra el Napoli, pero el de Pato Branco encandilaría al San Siro con una actuación remarcable jugando en un triunvirato carioca con dos leyendas como Kaká y Ronaldo –lo que debió haber significado para Pato debutar con semejantes leyendas. Aunque era tan pequeño, cosechó un gol y ocho más durante el transcurso de esa campaña, dejando muy buen sabor de boca a todos los involucrados con el Milán porque sentían que su bebé, su pequeño diamante en bruto, tenía el potencial para brillar aún más que las mismísimas estrellas. Y tenían razón… en parte.


En años subsiguientes, se podría atestiguar el crecimiento de Alexandre como uno de los delanteros más letales y con mayor proyección entre la juventud futbolística de Europa. El periodo que se encapsula entre 2.008 y 2.011 marcaría la época del Pato más prolífico frente al arco rival: no haría menos de diez goles en ninguna de las tres temporadas respectivas con el Milán durante esos años, e iría ganando en jerarquía en la delantera del club y su cuerpo iría ganando enteros para convertirse en un portento físico. Entre esas actuaciones, sobresaldría una victoria 2-3 en el 2.009 contra el Real Madrid en el mismísimo Bernabéu, donde Pato anotaría dos goles que significarían la victoria y el hundimiento de un equipo merengue que contaba por entonces con las flamantes adquisiciones de Cristiano Ronaldo, Xabi Alonso, Benzema y su una vez compañero, Kaká. En ese 2.009 sería votado como el mejor jugador joven de la Serie A, siendo el primer brasileño en conseguir ese galardón. Cada vez estaba más cerca de cumplir su potencial con muchas muestras de su explosividad y vertiginosidad, pero el problema era que nuestro protagonista estaba maldecido con un horrendo calvario de lesiones musculares y la temporada 2.008/09 sería la única donde jugaría más de treinta partidos en Italia. Sí, seguía haciendo goles y rindiendo muy bien, pero en algunas de esas lesiones se recuperaba rápidamente para volver y eso dañaba sus músculos, en una línea similar a lo que le sucedió al holandés Robin Van Persie en su época en el Arsenal.


Si sumamos a la ecuación las diferentes aventuras románticas y fiesteras de Pato en su época italiana, podemos entender que su cabeza no terminara de asentarse y que no cumpliera su potencial. El brasileño comenzaría una relación amorosa con la hija de Berlusconi, Barbara, en 2.010, lo que le abriría las puertas a la alta sociedad de Italia y a todas sus tentaciones. Esta relación haría que en algunos sectores de la prensa –y del vestuario del club- lo apodara “El heredero”. Lastimosamente, y a pesar de haber ganado un Scudetto siendo un participe importante en esa misma temporada, Pato comenzaría el año entrante con un declive importante en su rendimiento a causa de una seguidilla de lesiones musculares que detendrían su progresión y más bien lo integrarían a un proceso de regresión futbolística del que todavía no se ha recuperado. Las dos últimas temporadas de Pato en el Milán se verían ultrajadas por un periodo de lesiones, dramas extra cancha y otros factores que desviaron su atención de lo que realmente importaba: el fútbol. Cabe mencionar aquí la postura del club milanés que siempre lo apoyó y apostó por él en sus momentos más precarios: por Enero de 2.010, habían rumores incesantes de que Ancelotti quería reunirse con él en el Chelsea, pero el club dio una negativa rotunda. Exactamente dos años después, sería el París Saint Germain, con su entonces nuevo proyecto multimillonario, quienes quisieran llevárselo por 25 millones de Euros, pero Pato pidió otra oportunidad para demostrar que se había recuperado de sus dolencias y que iba a recuperar su mejor nivel. El club aceptó, pero el mejor Pato jamás volvió. Era una historia de amor que no tuvo el final feliz que todos deseaban. Un año después, con ambas partes inmersas en el peor periodo deportivo respectivamente, el diamante en bruto se marcharía al Corinthians de Brasil por quince millones de Euros.


Nuestro protagonista necesitaba un cambio puesto que en la selección no estaba siendo considerado por Scolari y deseaba jugar el Mundial que se fraguaba en su país, así que unirse al entonces campeón de la Libertadores y del Mundial de Clubes parecía una oportunidad bastante loable para recuperar su mejor nivel y así conquistar el territorio perdido. No fue tal el caso. Entre encontronazos con el entrenador y un rendimiento paupérrimo en el club, Pato fue cedido posteriormente al Sao Paulo al no ser necesitado por Mano Menezes, el nuevo entrenador del Timao, y para conseguir al mediocampista del otro equipo, Jadson; en el Corinthians lo ven como un estorbo hoy en día y lo han catalogado como “la peor contratación en la historia del club”. Como en todos lados, se esperaba mucho de él pero entre su bajo rendimiento, las siempre incesantes lesiones y temas personales como su separación con Barbara, pareciera que nuestro protagonista no estaba en la mejor forma para recuperar su nivel. Interesantemente, Pato hablaría por el 2.014 acerca de cómo en los entrenamientos del Milán se hacía demasiado trabajo físico en poco tiempo y que era prácticamente imposible estar en óptimas condiciones con el esfuerzo que eso conllevaba; dijo eso en pleno auge de lesiones durante los últimos meses de Allegri en el Milán, donde el equipo sufría un sinfín de lesiones. Tal vez algo de verdad había en eso.

Todo eso y estamos hablando de un jugador que está cerca de cumplir apenas 26 años de edad. Sin ánimos de sonar como un optimista sin remedio, pienso que Pato aún tiene tiempo para retomar su carrera y cuajar un par de años buenos. Fuera del Mundial de 2.014, se pudo comprobar que entre delanteros mediocres como Fre o Jo, Brasil necesita de explosividad y talento en la delantera –algo que sólo Neymar aporta hoy en dí. Pato puede proveer eso si tan sólo enfocara su cabeza en el deporte. En los últimos meses con Sao Paulo ha hecho muchos goles y ha tenido su mejor temporada desde la 2.010/11 con el Milán. Eso es bueno; eso es progreso. Ya ha dejado entrever que le gustaría volver próximamente a Europa y volver a jugar en la Champions; es muy probable que un club de altas esferas no se esfuerce en contratarlo, pero con rumores de equipos con proyectos interesantes como el Crystal Palace o el Sunderland –quienes se han mostrado receptivos a la idea de ficharlo-, el de Pato Branco tal vez pueda, finalmente, conseguir esa consistencia que se ha diluido con el pasar de los años. Hoy, más que nunca, la responsabilidad recae sobre sus hombros.



Pato representa para mí uno de los últimos estertores de una generación de talento brasileño que jamás volverá. O al menos no en el futuro cercano. Sumergidos en un océano de prepotentes como Neymar y jugadores sin talento como Fred o Paulinho, el fútbol brasileño necesita de jugadores que generen emoción y adrenalina al juego con ese toque tan especial y brillante que ostentaban los cariocas en su apogeo –el que ostentaba Pato en sus momentos de genialidad. Y es que éste es el caso de un jugador que emanaba esa aura de crack imbatible que hacía lo que le viniera el gana, como puede ser comprobado en aquel gol imperial al Barcelona de Guardiola que era el mejor equipo de ese entonces, frente a los miles de ojos del Camp Nou, y donde Pato se quitó de encima a los cuatro defensores de forma pasmosa y encaró con temple a Valdés para anotar como un delantero con mil partidos de experiencia. Guardiola diría en el post partido que ni Usain Bolt hubiera podido frenar a Pato en esa jugada. En su plenitud, te hacía recordar al mejor Ronaldo. En sus peores momentos, te hacía recordar a una versión trágica de Balotelli. Perspectivas, supongo. Yo no sé, sinceramente, lo que será de la carrera de Pato; lo que sí sé es que él fue uno de los últimos talentos verdaderos que surgieron del cinco veces campeón del mundo. Y reitero: sólo tiene 25 años. En sus hombros descansa la gloria eterna y pretérita de algunos de los mejores jugadores de todos los tiempos; eso no puede tomarse a la ligera. Lo único que sé es lo siguiente: aún nos faltan algunos episodios en esta historia. La historia de un heredero que se convirtió en plebeyo.

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