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domingo, 30 de agosto de 2015

Cracks en las Sombras: Jari Litmanen, el rey de las tierras heladas.



Él vino del norte; el hombre destinado a cambiarlo todo en Holanda y que sería recordado como el monarca absoluto de los países nórdicos. Frío como las tierras de las que era oriundo, callado como la tormenta misma antes de prorrumpir y mágico como el cielo vespertino cuando se entrelaza con la noche. A finales de los 80s, cuando el fútbol contaba con una riqueza absoluta de jugadores talentosos y mágicos, surgiría desde las profundidades de un país donde el balompié es considerado un deporte inferior, Finlandia, un hechicero silencioso que iría derrochando su magia hasta entronarse como el rey de sus tierras. Un jugador que no es muy conocido en estas latitudes, pero que en Europa es tan estimado que incluso se dije que de no haber sufrido un calvario de lesiones como el que padeció, estaría al mismo nivel de Zinedine Zidane, en cuanto a repercusión se refiere. Hablo, por supuesto, de Jari Litmanen; el Rey de Finlandia, el hombre de cristal, el profesor, que son algunos de sus apodos, pero también puede ser conocido, junto a Zlatan Ibrahimovic, como el mejor jugador nórdico de la historia del deporte. Uno de esos hijos del destino dotado de técnica, inteligencia, personalidad y una capacidad poco suscitada para saber hacer la jugada correcta en el momento idóneo; algunos le dirán saber leer el juego, otros que era un mago –un servidor piensa que es un poco de ambos casos. Un hombre que lo logró todo en el fútbol y que lo hizo todo a la antigua: sin propagandas, sin ayuda de la media, sin sobresalir por tonterías fuera de la cancha y dejando que su juego hiciera la habladuría por él. Un jugador que resucitó al fútbol holandés en los años 90s y que probablemente lideró al equipo por antonomasia de aquella década: el Ajax de Louis Van Gaal. ¿Les interesa conocer la historia de Litmanen? Pues sigan leyendo.


Lo interesante y levemente irónico de la carrera de nuestro protagonista es que no dio sus primeros pasos en su Finlandia natal jugando al fútbol; en realidad era un entusiasta al Hockey, deporte que es una pasión absoluta en su país y donde sus paisanos son una potencia. Claro, Jari también era una fanático del fútbol, pero parecía estar encaminado a ser jugador de Hockey hasta que un scout de un equipo humilde llamado Reipas lo vio jugar y descubrieron que este muchacho de alta estatura, cuerpo raquítico y abundante cabellera ochentera era algo especial –esto resultaría ser una de esas jugadas claves del destino que cambiarían para siempre la vida del pequeño Jari, que se despedía del Hockey para dedicarse, contra todos los pronósticos, a una carrera en el balompié en un país donde el apoyo a este deporte era casi inexistente en la época. Tampoco era una gran sorpresa: sus dos padres habían sido futbolistas profesionales y el cariño por el deporte corría sus venas; era simplemente una decisión natural. En el Reipas debutaría a la prematura edad de 16 años, pero su compostura, su toque y su clase eran reminiscente a las de un jugador que llevaba más de doscientos partidos en sus hombros y que lo había vivido todo –luego de tres temporadas, donde desarrollaría su juego, se marcharía al HJK Helsinki, que es el equipo de mayor renombre en Finlandia. Una temporada después se iría al MyPa de su país y eso probaría ser una decisión vital: sería en ese equipo donde ganaría la Copa de Finlandia ese mismo año con un resultado de 2-0, con un gol del propio Jari y cautivando la mirada de un scout del Ajax de Holanda que había asistido para contemplar con sus propios ojos a ese precoz hechicero que derrochaba magia por las heladas tierras finesas. No tardaría en hacerse realidad su traspaso en el exterior, luego de que equipos como Juventus, Liverpool, Leeds United o Barcelona se interesaran en su persona –pero serían los holandeses los que se harían con los servicios del “profesor”.

El finlandés llegaba a un Ajax que estaba en pleno proceso de reconstrucción por un bastante criticado Louis Van Gaal (¿cuándo no?), que comenzaba a dar muchas oportunidades en el 1er equipo a varios juveniles luego de su triunfo de la Copa UEFA de 1992. En su primer año, Litmanen no era muy del agrado del complicado Van Gaal y pasó la mayoría de la temporada jugando con las reservas. Su debut sería reemplazando al número ‘10’ de ese entonces de los Ajacied, Dennis Bergkamp –otro obelisco de calidad y elegancia pura con el balón. Posteriormente a ese año, Bergkamp haría las maletas para marcharse a Italia y entonces Van Gaal buscaría una alternativa para reemplazar a su jugador estrella… pero su fisioterapeuta tenía otra idea. Él le recomendó al siempre decidido Van Gaal que apostara por Litmanen en el puesto de Bergkamp puesto que lo había visto jugar con detenimiento en las reservas y sabía que el muchacho era algo especial, cosa que todos concordaban en la institución y que terminó convenciendo a Louis para apostar por el elegante finés. Y es que desde que arribó al club, ya emanaba un aura de distinto; de jugador que era diferente al resto. David Endt, manager por esos años del Ajax, diría que nuestro protagonista era un entusiasta del fútbol, que siempre quería saber más y que aunque era un muchacho tranquilo y reservado, desplegaba un aura de líder, de distinto, que dejaba entrever que no necesitaba levantar su voz o sus puños para hacerse escuchar. Y así era jugando y así lo demostró en los 90s con el Ajax.


Desde 1.992 hasta 1.999, Jari Litmanen se había convertido en el mejor jugador de un equipo que se había transformado en EL equipo de los 90s; el Ajax de Louis Van Gaal, con figuras como los hermanos De Boer, Clarence Seedorf, Michael Reiziger, Edgar Davids, Kanu, Patrick Kluivert, Marc Overmars, Edwin Van Der Sar y el propio Jari, lo ganaría todo repetidamente en Holanda y se encumbraría en el ’95 al ganar la UEFA Champions League al Milán, entonces rigente campeón de Europa, desplegando un fútbol moderno, adelantado a su época y que era extremadamente vistoso –eran una sensación mundial. Y en un equipo que se movía como el melodioso sonar de una sinfonía, Litmanen era el orquestador total: su visión para servir el último pase, su clase para desbordar a los rivales y su capacidad para desmarcarse y anotar eran algunas de las cualidades que lo volvieron el símbolo y epítome de la locura sistemática que era aquel mastodonte futbolístico de equipo. Era extremadamente dotado de técnica, pero poseía una virtud intrínseca de ser simplista cuando la situación lo ameritaba y sabía cómo jugar de espaldas al arco como los mejores delanteros centro –era, para todos los efectos, un fuera de serie total. Tristemente, ese maravilloso equipo donde Jari era el epicentro comenzó a desarmarse a partir del ’96 por la Ley Bosman y el finlandés dejaría Ámsterdam en 1999, entre tributos y homenajes, para dirigirse a la Ciudad Condal y vestir la camiseta del FC Barcelona. Muchos equipos se interesaron en su ficha, en especial los italianos como Milan, Inter y Juventus, pero Jari no gustaba del fútbol férreo de Italia y no le atraía el concepto de jugar de única punta o de no contar con apoyo ofensivo. En España también lo quiso el Valencia, pero se decantó por el Barcelona. Como curiosidad, los dueños del club valenciano no podían creer que fuera finlandés porque por sus gestos, su estilo de juego y su talento, creían que era 100% holandés. Hay quienes están predestinados a enfundarse ciertas camisetas; y Litmanen y el Ajax eran una unión perfecta de talento e ideología.


Jari se reunía con Van Gaal en Cataluña y el primero había llegado para marcar esa diferencia que hiciera despuntar el proyecto del segundo en el club español, pero la suerte no estuvo del lado del “profesor” en toda su etapa con los azulgranas. Aparte de ser conocido por sus proezas futbolísticas, Litmanen era famoso por ser un jugador muy propenso a las lesiones y aunque eso había sido hasta un cierto punto manejable en Holanda, con los culés se acentuó esa problemática y rara vez podía hilvanar dos actuaciones seguidas –Frank De Boer lo apodó “el hombre de cristal” en su etapa en el Barcelona. Sin mencionar que llegaba a un club que no terminaba de confiar en la metodología de Van Gaal y “sus” jugadores (los hermanos De Boer, Cocu, Reiziger, Kluivert y el propio Litmanen); el público catalán simplemente no tenía la paciencia en ese momento para un jugador tan fino y tan silencioso –el histrionismo y vertiginosidad de individuos como Rivaldo o Figo eran mucho más del agrado de los hinchas blaugranas. Simplemente no fue el lugar adecuado para Litmanen en ese momento y su personalidad tan callada no encajaba con toda la megalomanía de la prensa española –pobre de él si hubiera jugado estos días en el Barcelona.


Van Gaal terminó por ser despedido en el 2001 y con él se fue Jari en Enero de ese año a Anfield Road como agente libre, para fichar por el Liverpool. El finlandés era un hincha desde pequeño –cabe recordar que en su niñez eran la crema innata del fútbol mundial- y era un sueño para los scousers que un jugador de la talla de Litmanen se uniera a los Michael Owen, Steven Gerrard, Robbie Fowler o Jamie Carragher que ya estaban en un plantel bastante completo y que ganaría la FA Cup, Carling Cup (ahora Capital One) y la Copa UEFA ese mismo año. Litmanen tuvo destellos de su clase en Anfield Road y aunque logró ganar todos esos trofeos, se perdió las tres finales por una lesión en el tobillo –parecía estar eternamente condenado. Lo que impera en la memoria de los hinchas del Liverpool del paso del mago finés es que se pudo haber hecho mucho más con él en el plantel; Gerard Houllier, el entrenador por ese entonces, nunca le dio una seguidilla de partidos en el club y nunca usó su talento como era debido. En el 2002 sería vendido al Ajax y el sueño cumplido de Jari terminaría con esa sensación de que pudo haber sido mucho mejor y de que ambas partes pudieron haberse beneficiado mucho más del otro. Simplemente, fue un periodo muy intermitente para el hechicero nórdico y ahí no acabarían sus aventuras.


Volvería como un héroe a Ámsterdam y compartiría vestuario con algunas de las futuras grandes figuras del fútbol mundial y grandes promesas como Zlatan Ibrahimovic, Rafael Van Der Vaart, Maxwell, Wesley Sneijder y un par más que me dejo en el tintero, sirviendo como un mentor y una figura de experiencia para toda una nueva generación de un equipo que tan bien supo comandar hace varios años. Ayudaría a los Ajacied a clasificar a 4tos de Champions en la temporada 2002/03, pero deambularía por el mundo del fútbol a partir del 2004 por diferentes equipos. Como un nómada del fútbol volvería a jugar en su Finlandia natal (en el Lahti), el Hansa Rostock de Alemania, el Malmö de Suecia, el Fulham de Inglaterra y volvería a su país para dar sus últimos pasos en el Lahti y en el HJK otra vez hasta el 2011, donde se retiraría. A pesar de que su mejor momento había quedado atrás en su primera etapa en el Ajax, nunca dejó de desplegar su talento, así fuera por cuentagotas, en todos los clubes en los que jugó y todo hecho con una actitud profesional, demostrando que estaba en esto para hacer fútbol y no para vivir de su pasado. En el año 2010, y con cuarenta años de edad, se volvería el goleador internacional de mayor edad al anotar contra San Marino en un partido clasificatorio para Eurocopa. Hasta sus últimos días, demostró que su talento era eterno y que no conocía las demacradas cicatrices del tiempo –eran un hijo privilegiado del destino.


El rey había perdido la corona hace mucho tiempo, pero nunca perdió lo imponente o lo majestuoso –cualidades intrínsecas de cualquier monarca. Y es que estamos ante la presencia de uno de esos singulares y peculiares individuos que parecían ser únicos en su especie. Ver jugar a Litmanen, ya sea en video, me genera las mismas sensaciones que escuchar a Pink Floyd en su apogeo: es algo silencioso pero esplendoroso; algo que trasciende, pero que pareciera esconderse casi como si estuviera avergonzado de estar bendecido con tanto talento. Sin hacer mucho alboroto, se plantó en el mundo del fútbol y se convirtió en uno de los mejores jugadores de la década de los 90s mientras era la figura principal de uno de los equipos más poderosos de la historia del balompié. Tal vez si hubiera nacido brasileño o italiano, el Balón de Oro que tanto se merecía hubiera sido en el ’95, en vez de quedar de tercero –pero no muchos repararon en eso, porque el Balón de Oro no era el concurso de popularidad nauseabunda que es hoy en día. Era simplemente el resultado de una época diferente, pero que era perfecta para nuestro protagonista y que pareció, con su llegada a Ámsterdam en 1992, haber arribado a su mundo ideal para explotar.

Es una lástima que un jugador de esta magnitud no sea tan conocido por este lado del charco y colocar a un coloso como Litmanen en Cracks en las Sombras me parece una herejía, pero había que hacerlo para dar a conocer a un mago silencioso que hacía mejor a sus compañeros, de un modo muy similar a su coetáneo generacional, Zinedine Zidane. Vayan a Youtube y vean cuanto video encuentren de este caballero en acción; podrán contemplar la magia de un rey. Un jugador tan pero tan grande en la gloriosa historia del Ajax que en el museo del club, hay pantallas que muestran las mejores jugadas de tres futbolistas del club: Johan Cruyff, Marco Van Basten… y Jari Litmanen, aquel que vino del norte para entronarse como el rey de las tierras heladas.

sábado, 22 de agosto de 2015

Scouting: ¿Quién es Mateo Kovacic y qué le aporta al Madrid?




“Todo hombre es una criatura de su tiempo y pocos son capaces de alzarse más allá de la época en la que viven.”
- Voltaire


Frase lapidaria de un Voltaire que, entre sus escritos, sus obras singulares y sus incontables pensamientos acerca de la libertad absoluta de pensamiento en el siglo XVIII, dejaba entrever que tal vez todos somos productos de nuestras eras y que muchas veces no podemos hacer más que aceptar lo que se nos ha encomendado. O mejor dicho: entender las circunstancias que nos rodean y así producir un resultado final acorde a lo que somos hoy en día. Todos somos el resultado de nuestro ambiente, de nuestros tiempos y de las diferencias tan sutiles que nos han moldeado con el pasar de los años. Es por eso que los músicos tal vez ya no hacen canciones con tanta beligerancia y pasión. Es por eso que los escritores parecieran estar asustados de romper esa tenue barrera emocional con su lector e incomodarlo hasta la saciedad. Es por eso que las películas de ahora no son más que refritos secos y carentes de vida que nos sumergen en las profundidades del aburrimiento. Y por eso pienso en cuánta razón tenía Voltaire al soltar semejante frase.

Y en el mundo del fútbol, Mateo Kovacic es un producto de su tiempo. Un jugador de fútbol que encarna todas las idiosincrasias y características del mediocampista moderno –de aquel que ha dejado de ser un privilegiado para volverse la norma. Incluso me atrevería que estamos hablando del futuro arquetipo del mediocampista de los próximos diez o veinte años: técnica dotada para el toque preestablecida, capacidad física por encima de la media, habilidad para defender y atacar, además de poder crear juego –éstas son algunas de las características que ostenta el mediocampista de los próximos años y que en Kovacic encuentra a uno de sus posibles máximos exponentes. El gigante mundial del fútbol, el Real Madrid, se ha hecho con los servicios del creativo croata que desplegaba destellos de su talento luminiscente en el Inter de Milán y que sorprendió a propios y extraños con este pase –nadie veía venir una transacción por Mateo en este punto del mercado. Luego de haber sido tanteado por el Barcelona en su momento y con un interés más que notorio de Brendan Rodgers para llevárselo al Liverpool –más de un periódico dijo que había un acuerdo entre el club y el propio Kovacic al comienzo del mercado-, parecía casi seguro que el otrora ‘10’ del Inter seguiría en el club, pero todos quedamos atónitos con este fichaje que prácticamente no tardó más de 48 horas en volverse realidad. 32 millones de Euros, más un par de cláusulas y bonificaciones, y el croata ya ha sido presentado en el Santiago Bernabéu. En un verano algo opaco para los blancos –que suelen ser bastante bombásticos en el mercado de fichajes- en materia de contrataciones bajo las órdenes de Rafa Benítez, nuestro protagonista es probablemente el fichaje de mayor renombre hasta el momento del Madrid –porque aún están solventando el tema de David De Gea y su salida del Manchester United. Los que conocemos a Kovacic, sabemos el tipo de jugador que el Madrid está contratando y qué deberían esperar sus hinchas de él. Pero en el gran esquema futbolístico, hay muchos que tal vez no estén familiarizados con su persona y su juego. ¿Quién es Mateo Kovacic y qué le aporta al Madrid? Vamos a ver.


Mateo Kovacic es considerado como una suerte de niño prodigio en su Croacia natal. A pesar de haber nacido en Austria, residió la mayor parte de su adolescencia en Croacia y se formó en las inferiores del club más grande de ese país, el Dinamo Zagreb. Ascendiendo rápidamente en las juveniles del equipo, Mateo daba sus primeros pasos en el equipo mayor del Dinamo a la tierna edad de 16 años en la temporada 2.011/12. Aunque su posición predominante es en el centro del campo, fue utilizado muchas veces por la banda izquierda ese año y así pudo cimentar un lugar entre los onces titulares esa temporada –incluso jugando contra el mismísimo Real Madrid en la fase de grupos de la UEFA Champions League, aunque dudo que los madridistas lo recuerden, sin ánimos de ofender. El año entrante, luego de haberse convertido en el último diamante en bruto de la fábrica croata, el jugador cambiaría en Enero los colores del Dinamo por los del Inter en un traspaso de 11 millones de euro, heredando en el proceso la camisa número ‘10’ que había dejado vacante el holandés Wesley Sneijder.

Mateo había arribado a un club que pasaba por un periodo futbolístico nefasto y que necesitaba ilusión y un poco de magia. Veían en el nuevo número ‘10’ a un ídolo que los levantaría de esa negrura y pesadumbre, y ha habido momentos donde Kovacic fue ese héroe por el que clamaba el Giuseppe Meazza. Pero la unión entre ambas partes siempre fue un descalabro tras otro donde ninguna de los dos pareció sacar el mayor provecho de la relación. Kovacic había llegado a un club bastante inestable y que necesitaba resultados inmediatos para recobrar la gloria perdida luego de la marcha de José Mourinho; no tenían tiempo para esperar a que un medio de apenas 19 años se acoplara a una nueva liga y equipo, con todo lo que eso conlleva. A esa ecuación hay que sumar la sustitución constante de entrenadores –hasta tres entrenadores en dos años- y donde cada uno pensaba que la mejor posición de Mateo era una diferente –cosa que, naturalmente, socavaba el rendimiento de nuestro protagonista. También influye la actitud del mismo Kovacic, que en ciertos pasajes de su estadía en Milán ha pecado de individualista –suele engolosinarse con las jugadas individuales-, a conducir en demasía el balón y a tal vez ser algo sangre fría en los momentos donde se le exige ser más aguerrido. Defectos que son naturales cuando matizamos el talento tan precoz del que se está hablando y que éstas son falencias que se pulen con el tiempo. Y así como ha mostrado dichas falencias, también ha mostrado una visión de juego envidiable, una capacidad para arrancar desde el doble pivote para encarar a los defensores notable y el despliegue de un par de gestos técnicos que te dejan entrever que es un jugador capaz de dejar suspirando a la grada. Es versátil, y aunque no ha encontrado consistencia en las diferentes posiciones en las que ha jugado –desde ser un regista hasta ser un segundo punta-, tampoco ha sido particularmente deficiente en ninguna. Es un jugador inteligente y dotado con talento, mucho talento.


Y ahora llega al Real Madrid. Benítez ya había hecho saber a Florentino Pérez, presidente y mandamás absoluto del club blanco, que quería un mediocampista y al parecer Kovacic fue su pedido explícito. Algunos dicen que el croata arriba a un equipo que posee una plétora de mediocampistas y que no hallará lugar, pero yo discrepo: más allá de Toni Kroos y Luka Modric –ídolo de nuestro Mateo-, en el doble pivote del 4-2-3-1 de Benítez, el Madrid sólo cuenta para la banca con jugadores capacitados para recuperar como Casemiro que acaba de regresar de una cesión más que exitosa en el Oporto y dos jugadores que parecen estar de salida, como Illaramendi y Lucas Silva. Individuos de corte más ofensivo como Isco o James Rodríguez jugarán más adelantados y probablemente por las bandas. El croata ofrece una opción y una alternativa a un mediocampo que está dividido entre jugadores defensivos y ofensivos, siendo su paisano, Modric –quizás el mejor mediocampista del mundo en la actualidad-, el único punto de transición entre ambos campos y eso explica lo mucho que sufrió el Madrid con su ausencia por lesión durante intervalos de la temporada pasada. Mateo Kovacic viene para ser el sucesor natural de Modric, por más que el propio Mateo diga en su presentación que su mejor posición es la de medio defensivo. Lo siento, crack, pero lo tuyo es crear, encarar y dar el último pase. Luka Modric encarna la epítome del mediocampista de los últimos tiempos… Mateo, de cumplir su potencial, sería la sublimación de la siguiente generación en esa área del campo. Estoy 100% seguro de ello.


Habiendo dicho eso, ¿tiene Mateo Kovacic la capacidad de cargar con el peso de la legendaria camisa madridista y erigirse como un grande de su profesión? La historia reciente con el Inter nos dice que no. Muchas veces, el Real Madrid ha sido acusado de “quemar” jugadores prometedores; algunas veces con fundamentos y otras exagerando el contexto. La megalomanía de la mercadotecnia del Madrid, la inmensa presión que representa jugar para uno de los equipos más grandes del mundo y la exigencia constante por resultados inmediatos, dejando poco espacio para proyectos de largo plazo, es algo intrínseco al madridismo estos días. Es algo casi asfixiante, incluso para los que no estamos vinculados con ese entorno. Por eso mis dudas con este fichaje del Madrid no residen en cuanto al potencial de Mateo –que lo tiene y es totalmente indiscutible- o si tiene cupo en el plantel –si se asienta bien y halla consistencia, podría incluso sentar a Kroos-, sino en la fortaleza mental de nuestro protagonista, que ha sido puesta duda en varios momentos de su periplo italiano. En el Inter se le ha acusado de ser un jugador intermitente y aunque dio muchos destellos de una clase singular y exquisita, no fueron más que eso: destellos. En Milán había mucha frustración acerca de la falta de regularidad de Kovacic, su falta de gol –hizo 8 en más de 70 partidos con el club y se tomó 20 meses en anotar su primer gol- y el hecho de que en ninguna posición parecía cuajar más de dos partidos buenos seguidos. Tanto así que Roberto Mancini, entrenador del equipo italiano, no pensaba usarlo de titular en su debut liguero contra el Atalanta este fin de semana.

El Real Madrid es una institución deportiva única, con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. Es un lugar singular en la historia del fútbol mundial. ¿Podrá Kovacic soportar toda la presión y demanda del voraz público madridista? ¿Podrá cargar con carácter una camisa que han portado Dioses del deporte como Zidane, Ronaldo, Raúl, Kaká, Laudrup, Figo, Di Stefano, entre muchos otros? ¿Podrá ser el sucesor natural de Luka Modric? Si lo supiera, no estaría escribiendo en un Blog de fútbol; estaría en mi mansión en Estocolmo con mis cuatro modelos suecas con el dinero que me gané por usar mi clarividencia para apuestas. Pero supongo que todos podemos teorizar, ¿no? Pues teoricemos: un servidor no apuesta por el éxito de Kovacic en el Madrid. Y no lo digo para ofender a mis lectores merengues, sino porque el ambiente del equipo blanco, tan propenso a atisbar los logros a corto plazo, no está acostumbrado a enaltecer y desarrollar talento joven. En ese matiz y crisol ideológico, el Madrid se parece mucho al Inter y Kovacic no acabó de florecer en un ambiente tumultuoso donde el éxito inmediato parece ser lo único que sosiega a la institución. Este año los fichajes han apuntado a la juventud pero, ¿qué pasará cuando otro gran mediocampista joven –y va a suceder- brille este año y lo contraten? ¿Dónde quedará Mateo? ¿Es la figura a futuro para liderar el mediocampo blanco o es solo uno más en una gran máquina blanca que hace y deshace jugadores? Habrá que seguir este espacio.


La frase de Voltaire encarna perfectamente a Mateo Kovacic: un jugador de fútbol de su época y que está en él demostrar que puede alzarse más allá de las limitantes de su tiempo. Éste puede ser el movimiento más brillante del Madrid en los últimos mercados o uno de esos casos de los que hablo en Pasados Posibles acerca de potenciales incumplidos. A mis ojos, va a ser una o la otra. Con un jugador como éste, no hay término medio. Lo que sí puedo garantizar es que con esta contratación y con un individuo del corte de Kovacic –artístico, talentoso y algo sangre fría- no se le puede exigir resultados inmediatos –hay que dejarlo curtirse en este nivel para que pueda aclimatarse y expresarse a sus anchas. Recuerden: su único periodo en un equipo grande fue una época de dos años en uno de los peores Inter de Milán que podemos recordar de la historia moderna. No el mejor barómetro para nuestro protagonista. Pero aquí está: en puertas del mayor reto de toda su carrera y enfrente del mismísimo Santiago Bernabéu.

Todos los hombres somos criaturas de nuestro tiempo; ahí Voltaire dio en el clavo. Pero también somos capaces de elegir nuestro propio destino. A Mateo Kovacic le ha llegado la oportunidad que a muy pocos les ha llegado. Es su momento.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Así lo veo, Ken: Hijo, por eso nos dicen los leones.




No hay que temerle a los cielos nublados que se dibujan en el horizonte; es sólo una señal de que debes aprender a cabalgar en la tormenta venidera. Bañado en un ayer olvidado, que ahora parece tan distante, es cuando debes plantarte hoy para mirar de frente a la intemperie y asimilar ese último reto por el cual has estado esperando por tanto tiempo. La vida y sus cruzadas no son una cuestión de migajas o de asumir roles; se trata de aclarar tu visión e ir por lo que deseas –un sentimiento que he avocado en diferentes entradas, en muchas formas. Citando al grupo alemán, Kreator: “Al rendirte, no mereces ningún respeto”. El viernes pasado, cubiertos y cobijados por el ambiente tan singular del nuevo San Mamés, el Athletic de Bilbao, equipo peculiar donde los haya, se enfrentaba al campeón de todo, el FC Barcelona, por la Supercopa Española. Auspiciados por todo un mundo mediático que los achacaba como un mero peldaño para alcanzar un segundo sextete, los vascos, haciendo gala de la garra y corazón que siempre los ha caracterizado, dieron un paso al frente y cuajaron una de las mejores actuaciones que he visto de un equipo contra Messi y compañía en los últimos tiempos.

Es difícil no simpatizar con los leones de Bilbao; desde siempre me han inspirado un respeto magnánimo por el detalle de que han jugado toda su historia con jugadores de su región y han hecho del amor propio, de la pasión y del sacrificio, un estilo de juego que ha sabido posicionarlos como el tercer gigante de España, luego de los archiconocidos Real Madrid y el Barcelona ya acotado. Al igual que ellos, sin siquiera descender y con el mayor palmarés luego de ellos dos. Un equipo que no cuenta con una onza del presupuesto de estos monolitos futbolísticos y que ha sabido mantenerse competitivo con jugadores de su región –habría que ver a más de un “gigante” de nuestro deporte favorito con este hándicap. Cierto, hay quienes pueden decir que tampoco son candidatos anuales a la Champions League o que tal vez mi entrada peca de oportunismo –yo no estoy diciendo que no sea así. Pero en aras de dignificar algo que no necesita ser dignificado (pero soy necio y quiero decirlo de todas formas), quiero destacar la sencillez de un humilde servidor de celebrar un triunfo, sin importar que tan minúsculo haya sido en el gran esquema del mundo futbolístico, de un equipo que no cuenta con los recursos del actual campeón de Europa o de muchos otros gigantes. Y aún así siguen luchando… y ganando. En cierta forma, señores, esto fue el triunfo del hombre común. Pero en fin, no vinieron a leer sobre la metafísica literaria de un desadaptado y enfermo mental; vinieron a leer sobre fútbol. Y sobre fútbol hablaré.

El Barcelona arribaba a Bilbao con la chapa de flamante campeón de la Supercopa de Europa tras un partido dramático con sus paisanos del Sevilla que acabó en un espectacular 5 a 4, con prórroga incluida. A pesar de haber regalado una ventaja a favor de 4 a 1, el consenso general era que el club culé había hecho una actuación bastante buena y que habían arrancado con todo la nueva temporada; ésa fue toda la previa de la Supercopa española. Obviamente, por la repercusión que conlleva el nombre del club catalán, los vascos quedaron en 2do y 3er plano hasta el punto de que ellos no eran más que un mísero escollo que pronto se vería derrotado. Atrapados entre la algarabía y la discusión de un supuestamente casi asegurado segundo sextete, el Bilbao fue dibujado como una víctima sin recursos; pero los pocos que sabemos de los Beñat, Susaeta, Laporte, Aduriz, De Marcos o Williams que ostenta el club, también sabíamos que subestimarlos o darlos por muertos de antemano sería un error garrafal. Los vascos supieron manejar la situación a su favor y hacer que los culés claudicaran como pocas veces se les ha visto últimamente en el San Mamés. Implementaron un juego de presión agresivo y asfixiante, sofocando los espacios de triangulación del Barcelona y atacaron con descaro a una defensa que no está acostumbrada a una ofensiva constante hacia ellos por el estilo de juego de posesión que pregonan los blaugranas. Aduriz, un viejo zorro de la liga española y que parece mejorar con la edad como cual buen vino, tuvo la noche de su vida y anotó tres goles, luego de que Mikel San José, el central reconvertido en contención, hiciera un golazo de antología de mitad de cancha luego de un error del arquero del Barcelona, Ter Stegen. Estaban en todos lados de la cancha, no pararon de presionar y sepultaron con autoridad al rigente campeón de Europa en el suelo aguerrido de la nueva Catedral; todo esto lo logró el equipo de Ernesto Valverde cuando nadie daba nada por ellos.

En pleno hervor de la herida, muchos achacaron la derrota al cansancio de los catalanes al hecho de haber jugado 120 minutos previamente en la semana y a las dudosas rotaciones de Luis Enrique al posicionar en la titular a jugadores como Sergi Roberto o Thomas Vermaelen en detrimento de esenciales como Gerard Piqué o Andrés Iniesta, por mencionar a algunos. Todas son opiniones válidas y no voy a ser demagogo y negar que estos factores influyeron en la destrucción culé que se fraguó en el San Mamés, pero algo no debe ser ignorado: el Barcelona sobró el partido y eso se notó en los primeros noventa minutos donde no parecieron impregnarse de la enjundia que sí demostraron en Georgia contra el Sevilla. Sobraron al rival y eso, virtualmente, les costó el título en la ida de la eliminatoria. Claro, comenzaron a sonar con potencia los tambores que exclamaban por una remontada épica; de ésas que nacen del amor propio y de la garra, por encima de cualquier axioma futbolístico –pero el Barcelona se estaba enfrentando a los maestros en esa materia. Los de Valverde habían hecho su tarea y demostraron que a los culés se les puede ganar proponiendo un juego ofensivo sin descuidar la defensa; ahora se les avecinaba el Camp Nou y la oportunidad de sellar su primer título desde 1.984.


El partido, naturalmente, no se desenvolvió como en la ida: en esta ocasión, el Barcelona colocaba su once de lujo (menos Neymar, por paperas) y el Bilbao presentaba una alineación más conservadora con dos laterales por banda para frenar las subidas de los del local, además de agregar a Gurpegui, un volante experimentado de contención y de corte, para recuperar más balones. Si Valverde había propuesto un tú a tú en la ida, en la vuelta, con un resultado que le beneficiaba, iba a defenderse a sabiendas de que el tiempo, cada vez más ínfimo, jugaba a su favor. En una óptica más defensiva y pragmática, el Athletic había realizado un partido igual de brillante que el primero en Bilbao por medio de tareas defensivas comprometidas, trabajo en equipo y un mensaje muy claro de Valverde a sus jugadores de que si todos corrían y todos se sacrificaban, Gurpegui, su capitán, levantaría la Supercopa esa noche del lunes. Le sirvió a las mil maravillas puesto que ya habían anticipado el asalto blaugrana liderado por Messi y Suárez, quienes incluso fabricaron un gol bastante encomiable que finalizó el argentino al final de la primera mitad, pero la realidad es que el Barcelona se quedó corto en lo que debió haber sido un partido para avasallar y eso se debe al buen hacer de un Bilbao que hizo sus deberes a la hora de preparar el encuentro. Todas las piezas caían y se comenzaba a dibujar la imagen de unos vascos campeones.


Y así como los de San Mames se mostraban más tranquilos con el pasar de los minutos, los barcelonistas dejaban entrever una frustración ascendente que terminó por alcanzar su punto de ebullición con los ataques verbales de Gerard Piqué -quien debería pasar menos tiempo metiéndose con sus compañeros de profesión y más a aprender a vivir sin el gran Puyol- al linier, causándole una expulsión. Ese gesto tan egoísta y tan falto de inteligencia de un jugador tan experimentado como Piqué terminó por hundir las esperanzas azulgranas y unos minutos después llegó el empate de Aduriz, que acabó definitivamente con el rival y cerró con broche de oro una eliminatoria que éste último nunca olvidará. El partido acabó con ese empate uno a uno. El Camp Nou era pura desazón, mientras que el equipo de Bilbao celebraba por vez primera un título oficial desde un ya lejano 1.984. Y ya era hora, luego de sendas derrotas en las finales de la Copa del Rey y Europa League, para un equipo que puede carecer de nombres, estrellas o figuras de talla mundial, pero que siempre ha peleado por grandes cosas y grandes partidos con un plantel bastante limitado. Esta Supercopa fue un recado de Bilbao para el mundo: no todos nuestros héroes nacieron para perder, parafraseando lo que dijo Axl Rose en “Right Next Door To Hell”.

Llegó el final del segundo sextete para el Barcelona, pero eso significa nada; al final de la temporada, habrán ganado otros títulos o habrán estado más cerca de ellos. Para el Bilbao, visionar cómo les irá este año es una tarea un poco más compleja: pienso que este título es una inyección de confianza bastante importante, y más si se considera que debutan en la liga este fin de semana contra el mismo Barcelona. El Bilbao es un equipo capaz de hacer grandes cosas si mantienen su mentalidad de colectivo guerrero y hacen del San Mamés esa gran fortaleza que siempre ha sido; está en ellos volver a los puestos de Champions en una Liga BBVA que está muy competitiva este año con equipos reforzados como Atlético, Sevilla y Valencia. Veremos qué sucede.
Si el Barcelona hubiera ganado este trofeo, hubiera sido uno más en una larga seguidilla de triunfos inexorables. Pero que lo gane el Bilbao es una prueba de que los pequeños, cuando hacen su trabajo y le ponen corazón, pueden silenciar a los gigantes. Y de eso vive el fútbol, como en todos los aspectos de la vida: de batallar hasta el final, sin importar que no tengas oportunidad alguna de triunfar. El Athletic, en el comienzo de la temporada, le ha recordado al Planeta Fútbol que en un mundo donde los titanes económicos parecen cada vez más fuertes, aún hay lugar para dar sorpresas si se da el todo por el todo. Batallaron como guerreros, no claudicaron como gladiadores y rugieron como los más feroces leones. Disiparon aquellos cielos nublados que se habían pintado en el horizonte. Es una prueba de que no hay que conformarse y que hay que luchar hasta el último segundo porque no sabes qué puede llegar a suceder. Tal vez no signifique mucho para la gran mayoría de mis lectores, pero les aseguro que dentro de cuarenta años, dos hinchas del Bilbao, padre e hijo, se sentarán en sus butacas en el San Mamés y el padre le dirá a su hijo esbozando una sonrisa de enternecedora nostalgia: “Hijo, ¿alguna vez te conté acerca de aquella noche en la que vapuleamos cuatro a cero al campeón de Europa? Por cosas así, nos llaman los leones”. Noches mágicas, amigos, noches mágicas.