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domingo, 13 de noviembre de 2016

Zona Cafetera: Sí somos la pasión de un pueblo.



Este artículo es de la autoría de Yeison Plazas, como todos en esta categoría.

Un viaje de diez horas de Bogotá a Cali me separaban de un sueño. Con boleta en mano y mi maleta con poca ropa, se empezaba un camino para ver al Rojo en el Pascual. Muchas cosas pasaban por mi cabeza mientras el bus que me transportaba pasaba por las carreteras de Colombia.

¿Será que este año sí es? ¿Nos llevaremos una victoria? ¿Me pongo la camiseta para el partido? Y sí, soy algo supersticioso cuando me coloco esta prenda roja y si es un partido de mi amado club me la pongo y perdemos, es una cábala en la cual queda en mi mente.

Por fin llegamos a la amada Cali, con su ambiente sabroso, un sol infernal y en todas sus calles se escuchaba el ritmo a salsa. Me alojé y esperaba a mi padre, porque él llegaría horas después para la cita que nos destinaba el fútbol. Esa noche no pude dormir: quería ver ya a mi padre ya, también esa sensación de estar en el estadio y cantar los goles de mi equipo. La ciudad ese sábado estaba llena de pocas camisetas verdes del equipo rival, pero yo no estaba pendiente de ello; el Cali es una minoría comparado con lo que despierta el América.


Lunes, siete de noviembre, llega la hora de la verdad. Cali estaba totalmente roja, mi padre salió con una camiseta del equipo que le presté y muchas personas nos saludaban, porque eso caracteriza al caleño: su amabilidad. Al final me dejé embargar por la alegría de todos y fui a la parte céntrica de la ciudad a comprarme mi camiseta. Al fin al cabo yo no fui por un resultado: yo  estaba allí era para cumplir un sueño; ver al equipo de mis amores saltar a la cancha, como aquella primera vez.

Llegamos al estadio con mi padre esperanzado, nos encontramos con unos amigos caleños, antes de entrar al templo o a la caldera del diablo, para tomarnos un par de cervezas y compartir nuestras anécdotas. Del dolor del descenso, mientras en la calle solo se escuchaba música alusiva al América, canticos de la barra Barón rojo Sur y pólvora. Si esto era la previa una fiesta total, ¿qué será adentro del estadio?

En los controles de vigilancia para entrar al estadio me encuentro con un hincha argentino. Por Dios, ¡un argentino! Este amor no tiene fronteras. Y llegamos a las gradas, un palco hermoso. Yo en Bogotá he visto al América muchas veces, pero esto no se compara: lagrimas salían de mis ojos, no podía creerlo al presenciar un estadio así de lleno; no era una final, pero sí un partido importante. Estar en ese lugar donde tantas veces lo vi por televisión, estaba presenciando fin por fin un juego en vivo y en directo.


Suena la canción del Grupo Niche, el Himno fe y alegría, muchos lo coreamos, mientras el Barón Rojo y Disturbio Rojo, dos de las grandes barras del equipo, se alistaban para darles la bienvenida a los once gladiadores como se lo merecían. Llegan las 7:30 y América salta a la cancha: muy pocas veces he visto llorar a mi padre, caían lágrimas de alegría y gritaba “América, América”. En mi mente pasaba: “Muchachos, no nos fallen hoy y den todo.” La caldera estalla cuando el Tecla Farías saluda a la fanaticada, y salen dos trapos enormes: uno del Barón Rojo y otro del Disturbio Rojo. Pólvora, bengalas y algarabía para que el Cartagena el rival nuestro se diera cuenta que estaba al frente de un grande.

Empieza el partido con algo de nerviosismo, pero a los diez minutos del primer tiempo, ¡penal! Penal a favor del rojo, un señor de edad y un niño me abrazan como si me conocieran de toda la vida y solo era alegría. Martínez Borja se para frente al balón, patea y ¡gol!... lo grité a rabiar, sentía que era un paso menos para salir de este pozo de la B. El señor que anteriormente me había abrazado me dice: “Esto va para goleada.” Eso esperábamos pero sé que este torneo es de tomarlo con mesura y una “falta” en la cual me quedan dudas: penal a favor del Cartagena. Madrazo aquí y allá al árbitro del compromiso, pero no como desconfiar si en veces anteriores por malas decisiones arbitrales se nos ha ido el ascenso. Arzuaga, un examericano, cobra el penal. Solo insultos se ganó de la fanaticada cuando marcó ese tanto para la paridad del compromiso.

Pero América no se entregó, puso la pelota al piso, haciendo su juego sin desesperarse llega el segundo gol antes de terminar el segundo tiempo, ¡gol! De Lucumí ese juvenil que ilusiona y nunca falla para darnos tranquilidad.

Empieza el segundo tiempo y América le daba trámite al compromiso, pasaban los minutos y los Diablos jugaban regulados; Cartagena intentaba reaccionar, pero el equipo estaba ordenado y bien parado. Salen los minutos de adición: tres minutos eternos, el árbitro pita y el estadio estalla: ¡GANAMOS, CARAJO!

Miro al cielo y ahí si me acuerdo de Dios: le doy gracias por esta victoria; tres puntos de oro para pensar en el ascenso. América tiene juego y enamora, pero se debe andar con mesura porque todavía quedan tres finales.

Para la hinchada, mi respeto: la terminal de transportes estaba llena de hinchas rojos de todas las ciudades felices por la victoria, pero con los pies en la tierra; queda mucho por recorrer pero…

¡Somos la pasión de un pueblo!

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