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sábado, 28 de marzo de 2015

Pasados Posibles: Fernando Gago, el otrora “nuevo Redondo”.




Soy un fanático sin remedio de Los Simpson. Eso hay que mencionarlo porque incorpora algunas metáforas que son usadas como comedia, pero que muchas veces encapsulan momentos de genuina inteligencia. Recuerdo un capítulo en el que Lisa estaba hablando de universidades y una es proclamada como la siguiente gran cosa en el mundo académico –alegación que la hija del medio de Homero rechazó diciendo, y cito, “que el ‘nuevo algo’ nunca es el ‘nuevo’ de nada”. Reflejado como un chiste, deja entrever que muchas veces tratan de vendernos algún elemento y/o individuo como el sucesor de algo que nos ha traído grandes alegrías o satisfacciones para así hacernos tragar dicha propaganda de dicho algo que, simple y llanamente, nunca fue tan bueno. Es un método bastante útil para emocionar al estimado y así convencerle de que está ante un ente genuinamente grande y triunfador. En la sección de Pasados Posibles, donde parloteo acerca de jugadores que prometieron mucho y cumplieron muy poco, hay muchos casos de promesas que fueron tituladas como los nuevos Figo, Zidane, Ronaldo, Henry, Ronaldinho, Shevchenko, Scholes, Giggs, etc., y no llegaron a nada. Ejemplos bastan y sobran de mayor o menor medida, pero hay uno que me marcó en particular –tal vez porque lo viví de principio a fin- y fue el de la carrera de Fernando Rubén Gago. O también conocido como “el nuevo Redondo”.


Debutando a los 18 años con la camiseta de Boca Juniors en el ya lejano 2.004 (cómo pasa el tiempo, demonios) por Diciembre bajo el ala de Jorge Benítez, el mediocentro defensivo argentino no tardó mucho en hacerse un nicho en la titularidad del equipo Xeneize luego de una serie de actuaciones que convencieron al siguiente entrenador del gigante de Buenos Aires, Alfio “Coco” Basile, para que se erigiera como una de las figuras principales del plantel. El pibe, como le dicen a los jóvenes en Argentina, cosechó una seguidilla de triunfos y títulos en uno de los equipos más fuertes de la historia reciente del fútbol suramericano que contaba con figuras como Martín Palermo, Rodrigo Palacio, Hugo Ibarra, Sebastián Bataglia, Neri Cardoso, Daniel “El Cata” Díaz, Federico Insúa y un par más. Pero en un equipo de fútbol práctico –y un tanto resultadista, hay que decirlo- era el buen toque de balón, gran recuperación y salida elegante de un número cinco de 20 años lo que hizo que algunos de los grandes de Europa comenzaran a fijarse en él. La posición en la que jugaba, su estilo e incluso su peinado de melena larga castaña comenzaron a sembrar comparaciones con el último gran “5” de la albiceleste, Fernando Redondo, leyenda del Real Madrid, y eso hizo ganar enteros a la reputación de Gago al ser vinculado con semejante estatura de jugador. El ganar el Mundial sub-20 con la selección argentina en el 2.005 con jugadores como Lionel Messi, Sergio Agüero, Juan Pablo Zabaleta o su compañero de Boca, Neri Cardoso, sólo ayudó a enaltecer la imagen de un jugador que poco iba a durar en su país natal a ese paso y con varios colosos del Viejo Continente, uno blanco en especial, contemplando su progresión.

Pintita, como es apodado cariñosamente, no tardaría en irse a cosas mejores luego de la derrota de su amado Boca contra Estudiantes de la Plata (dirigidos por Diego “Cholo” Simeone, como dato curioso) en un desempate histórico en el Apertura 2.006, que dejó un muy mal sabor de boca (sin ánimos de chiste) para todos los seguidores del Xeneize. Al costado, el presidente de Boca, Mauricio Macri, comenzaba a fraguar negociaciones con el Real Madrid para la venta de su principal baluarte juvenil, que era Gago. El club blanco había estado siguiendo a Fernando desde hace un buen tiempo y el equipo dirigido por Fabio Capello por ese 2.006 necesitaba de un poco más de clase y buen toque en un doble pivote “legendario” del nivel de Emerson y Diarra. En noviembre de ese año, y con una inversión de 20 millones de euros, Pintita se iba al club con el que había soñado con ser parte, el Real Madrid, junto a su compatriota de River Plate, Gonzalo Higuaín. Habiendo llegado al club madrileño, los palpables y notorios símiles con Fernando Redondo se acentuaron aún más y el paso del joven argentino por el Real siempre iba a estar achicado y menospreciado por la injusta (aunque autoimpuesta, en ciertos momentos) comparación con quien era uno de los ídolos más grandes en los últimos tiempos del gigante europeo. A pesar de ser parte de una conquista épica de una liga en sus primeros seis meses con el club, el paso de Gago por el Madrid quedaría encapsulado en algunos buenos momentos intermitentes mostrando su calidad, pero las lesiones nunca dejaron ser a un jugador que era muy frágil en el aspecto físico y, aunque no muchos lo reconozcan, en el plano emocional.

Hay que hacer énfasis en mi última acotación acerca de la fragilidad mental de Gago puesto que representa en última instancia el motivo de su verdadero fracaso en la entidad blanca y,  por más que muchos no quieran admitirlo, el final de su posible ascenso como uno de los mejores en su puesto. El Real Madrid es, por naturaleza, un club de estabilidad cambiante y donde los jugadores deben poseer la fortaleza mental para soportar las críticas de la media, el odio de los antagonistas e incluso la aversión de sus propios hinchas cuando las cosas no marchan como deben en el plano individual o colectivo. Algo similar a la situación de Gareth Bale en el club actualmente, salvando las distancias. Gago siempre ha sido un jugador de condiciones y en sus dos primeros años en el Madrid demostró que tenía galones no para ser un fenómeno como Redondo, sino aportando fútbol a un nivel acorde a sus limitaciones… pero no pudo superar los obstáculos que un deportista debe derrotar para llegar a la gloria y está documentada la debilidad de Fernando a la hora de recibir críticas hasta el punto en que han habido casos en los que se ha aislado de sus conocidos en el plano personal por no ser convocado a la selección argentina por la época de José Mourinho en el Madrid. Es un individuo que se toma muy a pecho las negativas y eso, más allá del calvario de lesiones que enduró y que también afectó su rendimiento, fue el clavo final en su ataúd madridista. Eso queda bien en claro cuando entrenadores tan diferentes y dispares en cuanto a estilos futbolísticos se refiere como Fabio Capello, Bernd Schuster, Juande Ramos, Manuel Pellegrini y el ya mencionado Mourinho no fueron capaces de sacar lo mejor de Pintita y eso ya es culpa absoluta del argentino y de nadie más. El entrenador portugués no se complicó mucho con la antigua joya Xeneize y en lugar de tratar de hacer relucir el potencial del otrora “nuevo Redondo”, lo usó pocas veces en su primer año en la capital española y lo cedió la siguiente temporada con opción de compra a la Roma de Italia a buscar continuidad en la Serie A.

En esa nueva aventura futbolística, Gago pudo recuperar algo de la confianza perdida y una continuidad que lo había eludido en sus últimas tres temporadas como profesional. Jugó más de treinta partidos esa temporada, hizo un gol; pero al final de ese año deportivo, el club romano no ejerció la opción de compra por lo que le tocaba regresar al Madrid y fue vendido rápidamente al Valencia de España. Su nivel en el club valenciano no fue del todo positivo y con rumores de que deseaba volver a su Boca querido circulando por la media (que tuvo que desmentir en público), estaba bastante claro que el argentino no iba a seguir en Europa mucho tiempo más. Así surgió la posibilidad de recalar en Vélez Sarsfield en 2.013 a modo de préstamo por seis meses, pero las lesiones surgieron una vez más y aunque ganó un torneo de liga con el equipo de Argentina, el mediocentro no consiguió revivir algo de la forma y la realidad es que desde que había dejado la Bombonera no había atisbado ni siquiera un resquicio de ese nivel que hizo que muchos nos ilusionáramos con él como una de las siguientes estrellas del panorama suramericano. Despojado de condición física, con un rendimiento pobrísimo y con la confianza en lo más profundo de los abismos, su equipo, ése que uno como hincha sigue hasta los más profundos infiernos, su Boca Juniors, decidió apostar por él en las postrimerías de su carrera y aunque ya no era el joven “5” hambriento de gloria de abundante melena, vestir la camiseta Xeneize pareció hacerle revivir algo de la forma perdida e incluso le permitió jugar el Mundial de Brasil 2.014 con su selección argentina y conseguir un subcampeonato. Lejos están los tiempos de fichaje rutilante e incluso mediático del Real Madrid, pero ha podido ganar algo de consistencia en un ambiente conocido y, más importante aún, sentirse querido por los hinchas una vez más.


Ser etiquetado como el “nuevo alguien” es una carga inmerecida que nunca vas a poder sacudirte si no posees la personalidad y el carácter para mirar a las adversidades y soportar todas las vicisitudes que puedan lanzarte en tu rostro. Gago pudo haber sido mucho más con su carrera pero entre la falta de consistencia, lesiones y una fragilidad mental que siempre le ha resentido, el mediocentro argentino nunca pudo escapar de la tortuosa sombra de un tal Fernando Redondo que era simplemente muy difícil de hacer olvidar. Gago dejó Europa sin haber perpetuado un partido imperial, una jugada que dejara huella o un momento de dominación futbolística que demostrara que pudo haber sido el crack que tantos de nosotros vislumbramos -sólo meros destellos de calidad que saben a poco, muy poco. No es demasiado tarde para Pintita –tiene sólo 28 años-, pero se ve harto difícil que pueda darle vuelta a su carrera y callar bocas en el Viejo Continente en este punto de la historia. Lo que impera en mi mente al hablar de la carrera de Fernando Rubén Gago es la sensación de un jugador que se fue deformando con el pasar de los años en una devaluación constante de su fútbol hasta el punto en que no quedó nada más que la coraza inútil de un mediocentro que aporta su experiencia y calidad técnica en Boca, pero que no posee los galones ni la personalidad para dominar un mediocampo. Es el típico caso del jugador que se montó en su mente una muralla que jamás pudo superar para triunfar. Y eso es una tristeza. Yo no sé qué pasará por la mente de Gago estos días viendo a Modric y Kroos siendo una garantía en el mediocampo del Madrid, pero no dudo de que un pensamiento solitario y portentoso vaguea por su mente: “Pude haber sido yo”.

sábado, 21 de marzo de 2015

Así lo veo, Ken: el Dortmund y el final de un torcido cuento de hadas.




William Shakespeare una vez dijo que el bien y el mal no existen, pero el pensamiento humano los hace reales. Sucede que yo concuerdo con ese estatuto del bardo inmortal puesto que en este mundo multifacético es cada vez más difícil etiquetar a una persona o a un colectivo específico como “bueno” o “malo” cuando las supuestas líneas divisoras se han tornado cada vez más borrosas. En el fútbol no es diferente cuando hay tantas ópticas, preceptos, choques ideológicos y aversión a ciertas posturas estéticas. Pero a veces, y sólo a veces, suceden esos instantes de genuina brillantez y autenticidad que uno al contemplarlo, indiferentemente de que comulguemos con ese estilo o no, no puede evitar sentir un respecto o admiración hacia el creador de tan excelso momento de gloria solitaria. Y esa declaración de quien suscribe está constatada en el ascenso y descenso del Borussia Dortmund de Jürgen Klopp en estos cuatro años –un cuento de hadas que ha conocido un desenlace carente de la magia y emoción que han exacerbado sobre los rivales durante su estela como uno de los equipos más electrizantes y poderosos del fútbol europeo en los últimos tiempos. La eliminación del Borussia en los octavos de final de la UEFA Champions League contra la Juventus con un global de 5 a 1 esta semana no fue sólo el final de sus aspiraciones europeas de esta temporada; pero también el inevitable y dramático final a una poderosa llama que se apagó tan rápido como se encendió hace ya cuatro años.

El equipo del volcánico e histriónico Jürgen Klopp –quizás el técnico más codiciado de Europa, en el día de hoy- supo atrapar el corazón de millones en el Planeta Fútbol al ser capaz de luchar de tú a tú con el gigante por antonomasia de la Bundesliga, el Bayern Múnich, por la supremacía del torneo e incluso venciéndolo en los comienzos juveniles y anárquicos de esta histórica generación del Signal Iduna Park. Con una base de jugadores jóvenes y de fichajes de poca repercusión pero de gran potencial, el plantel del Dortmund le arrebató la liga y la Pokal –la copa de Alemania- a los gigantes bávaros en las temporadas 2.010/11 y 2.011/12, respectivamente, desplegando un fútbol ofensivo, enérgico y directo en el proceso. Ya la colorida y seminal afición del Dortmund –tal vez la mejor de Europa- no tenía que recordar a héroes como Karl-Heinz Riedle, Paul Lambert, Mathias Sammer o Paulo Sosa que levantaron la UEFA Champions League en el '97 frente a una Juventus de Zidane y compañía que era el vigente campeón y el mejor equipo del mundo para emocionarse con su equipo luego de una debacle económica brutal. Se convirtieron rápidamente en la sensación del fútbol europeo y nombres como Mario Göetze, Robert Lewandowski, Mats Hummels, Neven Subotic, Shinji Kagawa, Nuri Sahín o Ilkay Gündoğan se convirtieron en algunos de los talentos jóvenes más codiciados de Europa y en una nueva referencia en el Viejo Continente. Y eso sin dejar de lado las idiosincrasias singulares y beligerantes de su entrenador, quien se ganó la apreciación y cariño de todos los aficionados al balompié con sus celebraciones desmedidas, personalidad extrovertida y una pasión por su trabajo que transpira una autenticidad plausible y refrescante en una escena deportiva en la que proliferan cada vez más hipócritas que buscan ser lo más políticamente correctos posibles –eso sin mencionar una gran capacidad táctica y para gestionar un plantel que no tiene la mayor vastedad de recursos. Incluso con las marchas de referentes como Sahín o Kagawa, el Dortmund se escabulló a una dramática final de Champions que perdieron ante el histórico Bayern de Jupp Heynckes en el 2.013 con aquel gol agónico de Arjen Robben que simbolizó el exabrupto de algarabía de los bávaros y la desazón de los de Gelsenkirchen. Esto último, mis amigos, sin mencionar la dolorosa marcha de Mario Göetze a sus rivales de Múnich, supuso una de las primeras páginas de una torcida narrativa que ni los más despiadados de los escritores se hubieran atrevido a crear. El fin del cuento de hadas había comenzado.

La eliminación de esta semana del Dortmund no fue más que la culminación de un declive que se venía vislumbrando desde la temporada pasada. El arribo de Pep Guardiola al Bayern y la pérdida de Göetze contra dicho equipo –además de la futura e inevitable marcha de Lewandowski al mismísimo Bayern- supusieron una baja lenta pero progresiva de nivel del equipo de Klopp. Las múltiples lesiones, fichajes que cada vez rinden menos y una liga alemana que parece haberle tomado las medidas tácticas a un Klopp que se ha visto renuente a reinventarse son algunos de los factores que han influido en el devenir negativo del equipo de amarillo y negro en las dos últimas temporadas. Las lesiones en particular han sido atrofiantes y asfixiantes para la continuidad del equipo si se toma en consideración que jugadores como Błaszczykowski o Gündoğan han estado de baja la mayor parte de dos años y eso ha resentido el nivel y progresión de varios jugadores vitales, como un Marco Reus que ha sido el savaldor y símbolo del equipo luego de las ventas del polaco y del autor del gol en la final del Mundial. Todo lo acotado con anterioridad no ha evitado que se vea, por momentos, pasajes del gran fútbol que pregonaron en el apogeo del reinado de Klopp en grandes citas como los cuartos de final de Champions del año pasado donde se comieron vivos al futuro campeón, el Real Madrid, de locales y quedaron a un gol, a un mísero gol, de eliminarlos. Pero, al final del día, lo del Dortmund es el ejemplo clásico que se vive hoy en día en una época futbolística donde los grandes equipos de grandes fondos monetarios pueden crear conglomeraciones de jugadores excelsos y arrebatárselos con facilidad a instituciones como el Borussia y es cuestión de tiempo para que jugadores como Reus, Hummels, Subotic, Gündoğan, Schmelzer y un par más se vayan a cosas más grandes y mejores.


El panorama del Borussia luego de estos octavos de final es bastante precario y desolador. Los reemplazos de figuras periféricas de la talla de Lewandowski o Göetze como Adrián Ramos, Ciro Immobile o Henrikh Mkhitaryan, por mencionar algunos, no han terminado de dar la talla y son la prueba fehaciente de que el modelo del Borussia de “fichar barato y vender caro” es muy difícil de sostener si no se cuenta con el suficiente sustento económico para fichar esa calidad garantizada que todo equipo grande o campeón necesita. Vamos a ser sinceros: equipos campeones como el Barcelona, Madrid, Bayern, y un par más pocas veces forman a sus estrellas o realizan pocas contrataciones de repercusión ínfima cuando tienen los fondos monetarios para fortalecer a sus plantillas con lo mejor que hay en el mercado. El Dortmund simplemente no puede hacerlo porque a) No tienen el suficiente poder económico para pagar los sueldos voluminosos de sus competidores europeos y b) En aras de una total sinceridad, el Borussia Dortmund no tiene el atractivo ni deportivo ni turístico para contratar a la crema innata del fútbol mundial. Por más que le duela a los seguidores del club, hay un motivo por el cual el hijo pródigo de su equipo, Göetze, decidió cambiar el amarillo y el negro por el rojo del Bayern: sabía que el momento del Dortmund estaba pronto a acabar –cosa que se ha demostrado en las dos últimas campañas en su ausencia. Lo sé, es bastante encomiable lo que han hecho Klopp y la directiva del club –éstos merecen un reconocimiento también- por hacer de éste un equipo competitivo en el más alto nivel, pero también hay que reconocer que es muy complicado que se mantengan así. Es admirable que la institución alemana haya erigido a figuras seminales del fútbol actual como Marco Reus o Mats Hummels pero formar más jugadores de esa talla es una misión laboriosa y que tomará mucho tiempo –mucho más del que puedan desear los hinchas del club ya que aspectos como madurez, disciplina táctica, carácter, personalidad, condición física, técnica o dedicación son algunos aspectos indispensables para que un futbolista y deportista en general triunfe. Por eso, en el más que dudable caso de que Klopp siga en su cargo, el Borussia deberá tomar un tiempo para reagruparse una vez que sus figuras se vayan y toque la época de las “vacas flacas”, como dicen. Se ha acabado la fiesta y ha llegado la resaca.


Los primeros síntomas de la debacle en el Signal Iduna Park se han demostrado en el rendimiento mediocre y, francamente, patético que el equipo ha demostrado en la Bundesliga, donde yacen a mitad de tabla, entrelazados en una batalla dantesca por no descender y tratar de clasificar a la Europa League luego de una primera vuelta desastrosa en el campeonato liguero. Los segundos síntomas han sido el de una eliminatoria indiferente y displicente en los octavos contra la Juventus, en el que el equipo de Turín manejó ambos partidos brillantemente –felicitaciones para mis lectores que son hinchas de la Vecchia Signora desde aquí, por cierto-; dejando en evidencia las falencias y falta de concentración de esta última versión del plantel de Klopp. Y los últimos síntomas son la falta de esfuerzo que algunos jugadores han demostrado y cómo otros han probado ser incapaces de solventar las ventas de algunas figuras esenciales; esto es una prueba bastante clara de que el equipo está llegando a un punto de estancamiento donde los Marco Reus y Mats Hummels del plantel ya no consiguen la suficiente motivación para continuar en el rendimiento de otrora y sin fútbol de Champions para ofrecer, será una misión casi imposible mantenerlos a bordo el año entrante. El Dortmund, como muchos grandes equipos que se han encontrado en una situación igual de precaria e incluso peor, pueden todavía darle vuelta a esto si mantienen una cierta base y, más importante todavía, logran mantener la unión de un vestuario que siempre ha sido clave para los logros del combo germano. Sé que es una visión algo ingenua y un tanto idílica en un mundo del fútbol donde las cosas no suelen pasar como lo esperado, pero así como trabajaron arduamente luego de su crisis económica de hace casi ya diez años, es momento de que el equipo de Gelsenkirchen comience a reestructurarse en su hora más oscura.


Esa noche del 18 de Marzo de 2.015 Klopp contempló cómo uno de los más grandes ejemplares de fútbol ofensivo de los últimos tiempos, su Borussia Dortmund, se derrumbaba como los grandes imperios de la historia de la humanidad que, eventualmente, conocieron su inevitable fin luego de un decaída natural y progresiva que es parte de todo lo que nace, vive y muere en este mundo. El propio Jürgen declaró una vez que los de su equipo eran como una banda de Heavy Metal y tiene razón; el Borussia Dortmund fue la respuesta futbolística a los Guns ‘N’ Roses: salvajes, directos, coléricos, brillantes, auténticos y efímeros. Fueron el club adecuado en una época equívoca en la que los millones los privaron de alcanzar la grandeza. A diferencia de la banda de Axl Rose, los germanos nunca pudieron consagrarse como el equipo por antonomasia en una generación en la que coincidieron con el Bayern de Heynckes –probablemente el más poderoso equipo alemán de todos los tiempos. Pero lo que lograron es algo que nada ni nadie podrá quitarle a Klopp y a sus pupilos: minuciosamente, casi en silencio, lograron erigir una institución capaz de derrocar a la aristocracia futbolística por un par de años con un presupuesto escueto y con la idea de formar a sus figuras en lugar de ficharlas; fueron ese momento precoz y sutil donde las piezas del sistema, el momento y un cúmulo de jugadores se unieron para concretar a un equipo que hizo soñar a aquellos que pensamos que el fútbol fue hecho para superar adversidades y para triunfar contra todas las posibilidades. Eso fue el Borussia Dortmund de Jürgen Klopp.

No sé qué le deparará a este equipo en el futuro -toda esta parrafada es mi no tan humilde opinión- pero desde aquí, como mero aficionado al fútbol, le agradezco a esta sequito de jugadores de amarillo y negro liderados por un alemán hípster demente por haber sorprendido a propios y a extraños y recordarnos que el fútbol no siempre debe de tratarse de posesión, toques y paciencia; también puede ser potente, directo y emocionante. Eso fue lo que me enamoró de este deporte y me alegra haber visto a un equipo actual recuperar eso. Gracias por los recuerdos que han sembrado en la mente de sus seguidores y de todos aquellos que gustamos con el buen fútbol. El bien y el mal pueden ser subjetivos; pero nadie puede negar que hay momentos, tal vez insignificantes, donde las piezas caen en su lugar y sentimos simpatía por aquel que hizo mucho con tan poco. Eso se llama respeto y admiración; y eso, mis amigos, va más allá de las perspectivas.

sábado, 14 de marzo de 2015

Fichajes Estrellados: Bergkamp al Inter.




Hay jugadores que brillan en todos lados y hay jugadores que nacieron para destilar su talento a su máxima expresión en una liga en particular. No digo esto para pregonar a una de las dos opciones acotadas como mejor que la otra; sólo expongo una realidad que, a mis ojos, no tiene discusión. Como ésta es la sección de los Fichajes Estrellados, la segunda opción es de encarecido interés para nosotros: hay jugadores en el fútbol cuyas características, fortalezas y debilidades están diseñadas para sobresalir con una inercia pasmosa en cierto campeonatos mientras que en otras ligas se hallan sofocados, restringidos e incluso incapacitados para desplegar su nivel como es debido. Un ejemplo bastante claro de nuestra época es Cesc Fábregas y su paso por el Barcelona donde jamás encontró en España ese nivel creativo que sí demostró y demuestra en Arsenal y Chelsea en Inglaterra, respectivamente. Pero, haciendo un poco de memoria, podemos recordar una etapa algo oscura de uno de los mayores ejemplares de clase y elegancia que un servidor ha visto jugar, el gran holandés Dennis “The Iceman” Bergkamp, y su infame paso de dos años por el Inter de Milán y la Serie A.

A principio de la década de los 90s, el futuro delantero histórico del Arsenal era una de las más grandes promesas del fútbol mundial y una joya cotizada por los gigantes del Viejo Continente. Jugando para el equipo de toda su vida, el Ajax, y habiendo debutado de la mano de Johan Cruyff, sería el máximo goleador de la Eredivisie por tres años consecutivos hasta 1.992, cosechando una Liga, una Copa, una Copa UEFA y la extinta Copa de Ganadores en el proceso. En ese mismo año debutaría en un torneo oficial como la Eurocopa con la selección campeona, la holandesa, y se erigiría como máximo artillero de la competición para la sorpresa de millones que no conocían a ese joven y espigado delantero rubio y para el regocijo de sus paisanos. Viendo su estilo de juego técnico, rebosante de gracia y exuberante de buena manera, no iba a tardar mucho para que la crema innata de Europa quisiera hacerse con sus servicios. Real Madrid había postrado sus ojos en la nueva joya naranja y su mentor de otrora, Cruyff, le había aconsejado fichar para su Barcelona –el Dream Team, para los menos adoctrinados-; pero el elegante delantero tenía el deseo de ir a la que era la mejor liga por esos años: la Serie A. Los tres gigantes de Italia (Juventus, Inter y Milán) estaban interesados en él, pero no quería ir al equipo rossoneri puesto que sus compatriotas Rijkaard, Gullit y Van Basten ya habían jugado ahí y al final se decantó por el vecino interista (junto con su colega del Ajax, el mediocampista Wim Jonk) por la cifra de 7.1 millones de libras porque le generó “mejores sensaciones” que la gente de la Vecchia Signora con promesas de un fútbol ofensivo y que le permitiría explayarse a sus anchas en el vasto paramo futbolero que era el Calcio en los 90s. Pero esas promesas eran sólo promesas vacías.


Las palabras de la directiva del Inter acerca de un juego ofensivo fueron cumplidas por el primer mes de la temporada 93-94, pero Dennis aún así se hallaría con muchas complicaciones para desplegar el fútbol técnico que ostentaba. Las defensas rígidas y portentosas del Calcio hicieron mellan en un jugador que no estaba acostumbrado a los automatismos recios y feroces de los entrenadores italianos que no le permitían maniobrar a gusto y que lo hacían sufrir cada semana para poder destacar. Había llegado como un fichaje bombástico y con la etiqueta de Crack que iba a guiar a un Inter venido a menos por la supremacía del Milán a una nueva etapa de gloria y dominancia –más lejos no pudo estar de la realidad. Tardaría un mes en anotar su primer gol en la liga y su juego asociativo se vería socavado por tener que colaborar en un sistema de tres delanteros que lo dejaban incómodo en cada partido. Había ido para retarse a sí mismo en la liga más desafiante del momento, pero la verdad es que Bergkamp era un jugador erigido en su entereza en la esencia del estilo preciosista y expresivo de los holandeses, que poco o nada tenían que ver con la actitud de “no perder” de la Serie A y la cuasi insana competitividad de los italianos. Fue un notorio contraste ideológico en el plano deportivo en el cual Dennis no pudo brillar a nivel liguero, pero su suerte parecía cambiar cuando el equipo lombardo se embarcaba en competiciones europeas: en su primera temporada con el club sería vital para la consecución de la Copa UEFA –la segunda en el haber de Bergkamp-, siendo el delantero holandés el máximo goleador del torneo con ocho goles en once partidos y con una actuación bastante buena en la tercera ronda contra un Norwich City que venía de eliminar al Bayern Múnich de Lothar Mathaus. Cabe mencionar que la Copa UEFA poseía un prestigio bastante considerable en épocas pasadas en comparación a la actualidad puesto que se le consideraba como la antesala para los equipos que iban a brillar en la UEFA Champions League al año entrante. Tristemente, ese Inter también estaba peleando la zona de descenso y su fichaje estrella, Bergkamp, no daba señales de mejora en su primer año, aún con la inyección de confianza que debió haber sido su buen rendimiento en la competición continental.


Pero muchas veces en estos casos no son los elementos futbolísticos los que llevan al jugador a fracasar en una cierta liga, sino el ambiente en el que éste se encuentra. Fuera de la cancha, el carácter distante y calmado de Dennis no estaba diseñado para copar con la incesante prensa italiana que le pedía hablar dos veces por semana –una diferencia notable a su Holanda natal y a lo que experimentaría en Inglaterra a posteriori. También estaba la relación algo negativa con el goleador uruguayo, Rubén Sosa, quien nunca lo estimó mucho aunque Dennis ha negado en años recientes tener algún tipo de animosidad hacia el charrúa y más bien siente algo de pesar porque creía que podían haberse ayudado más. Tal fue la magnitud de su debacle en su segunda temporada, luego de una Copa del Mundo bastante bueno del holandés en Estados Unidos en 1.994, que después de haberse cortado el cabello, la media dijo que se le estaba cayendo por no ser capaz de soportar la presión de la liga. Increíble. Eso sin mencionar que un reconocido periódico deportivo del país cambió su columna de “El Burro de la Semana” a “El Bergkamp de la Semana”. Ya se pueden imaginar lo mal que iba la cosa, ¿no?


Al final del día, el de Bergkamp es un caso arquetípico de un jugador que estaba diseñado para ciertas ligas y que nunca iba a aprovechar su máximo potencial en otros campeonatos. La rigidez estratégica de los italianos no conjugaba con las idiosincrasias técnicas y mágicas de un jugador que no supo acoplarse a un ambiente que lo exigía tanto en el planp táctico y físico, aunque declararía con la madurez que otorga el tiempo que ése fue el peor momento de su carrera pero le ayudó a ser un jugador mucho más completo. También es importante acotar la época de vacas flacas que estaba viviendo el Inter y con el arribo de Massimo Moratti a la presidencia en 1.995, el holandés ya sentía que su período en Italia había finiquitado. Afortunadamente para el propio Dennis y para todos aquellos que amamos el buen fútbol, el entonces entrenador del Arsenal, Bruce Rioch, se acercó al nuevo presidente del Inter para hacerse con sus servicios y éste fue vendido a los londinenses por 7.5 millones de libras, haciendo incluso ganancia con su venta. Curiosamente, Moratti aprovechó el momento para decirle a Rioch que sería afortunado si Bergkamp le anotaba diez goles en su equipo. Pero la historia demostró ser otra. A pesar de un primer año irregular, el arribo de Arsene Wenger a la dirección técnica del Arsenal la siguiente temporada le dio un rol de asistidor que benefició sobremanera a Dennis y éste pudo desplegar el mejor fútbol de toda su carrera en una época que duró 11 años de clase, goles espectaculares e incontables triunfos en la mejor era del equipo junto a cracks como Henry, Pires, Vieira, Cole, Petit, Overmars, Keown, Campbell y muchos otros. Su paso por el Inter será recordado como el de una unión incómoda y que dejó un sabor muy amargo para todos los involucrados: ni el Inter ni Bergkamp pueden considerar su estadía en el equipo lombardo como una exitosa. Para el holandés, fue el punto negro en lo que fue una carrera inmaculada y brillante. Para el Inter, fue uno de esos tantos fichajes fracasados que ha hecho la institución durante el pasar de los años. La prueba inequívoca de que hay casos donde la ideología puede más que el fútbol. Sólo pregúntele a Bergkamp.