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lunes, 18 de enero de 2016

Segundos para Recordar: el Newcastle de Keegan, “The Entertainers”.



“Y te digo, honestamente, que me encantaría ganarles. Me encantaría”

Mis amigos, ésta ha sido la mejor Premier League de los últimos tiempos. Y me atrevería a decir que ha sido uno de los campeonatos ligueros más apasionantes en general que se haya visto en el fútbol desde hace unos cuantos años. ¿Palabras mayores? Quizás, pero no menos ciertas. Gracias a los montos monetarios en ascenso por los contratos televisivos, los equipos de la liga inglesa reciben unas cantidades estratosféricas de dinero sin importar el puesto que ostenten, beneficiando así a los mismos para reforzarse de mejor manera; tal es la diferencia con otros países que el Queens Park Rangers el año pasado, al quedar de último y descender de la Premier, obtuvo más dinero por su posición liguera que el Bayern Múnich por ganar la Bundesliga. Esto ha convertido, poco a poco y de manera sólida, a la Premier League en el campeonato más parejo y desafiante; un servidor ha pasado (y disfrutado) más tiempo viendo partidos del Stoke City, Watford, Crystal Palace, Tottenham, Everton o West Ham que con el Madrid, Barcelona, Bayern o PSG, si soy completamente franco. Claro, no faltará quien diga que el nivel de la liga es bajo por sus actuaciones europeas, pero no es lo mismo ver a los rivales del Bayern o el Barcelona bajar los brazos al ir perdiendo dos a cero en los primeros quince minutos que competir contra una oposición que nunca cesa en ningún minuto del partido y no te deja ganar como si fuera un trámite –eso agota y más cuando consideramos que la Premier es una liga sin descanso navideño y con calendarios congestionados por la FA Cup y la Capital One. Para el futbolista es altamente complicado pero para nosotros, el público, son tiempos de bonanza futbolística en Inglaterra en cuanto a entretenimiento se refiere.

Debido a esta alza de los equipos más pequeños, la conquista de los grandes por el título se ha visto mucho más complicad en este año que en el anterior donde el Chelsea del entonces entrenador José Mourinho, ahora desplazado de sus funciones por el brutal declive del club en esta temporada, fue líder absoluto del campeonato durante todo el año. Equipos como el Arsenal y el Manchester City, además de la inclusión del sorprendente Leicester City de Claudio Ranieri, pueden entrar en la categoría de los equipos “regulares” del campeonato, pero se ha demostrado que ese término no acaba de describir a ninguna institución en esta Premier League e impera esa sensación de que cualquiera puede ganarle a cualquiera. Eso es entretenimiento en su máxima expresión y lo que más deseamos de este deporte –y de cualquier otro, para esos efectos- es eso mismo: entretenernos. Buscamos sentirnos a la expectativa y no saber qué demonios va a pasar ahora; estar sentados en el extremo de nuestra silla mientras que once jugadores te alegran el día, o hasta la semana, con una buena actuación en una cancha de fútbol. Se trata de vivir y presenciar historias inesperadas que surgen para dejar huella en el corazón de quien desee ser parte de la misma. Inglaterra es, a mis ojos, la tierra prometida del fútbol de entretenimiento y a mediados de los 90s hubo un equipo que fue el club de los neutrales; el equipo que todos apoyaban por su juego vertiginoso y magistral carente de lógica, pragmatismo e incluso coherencia, pero que emocionó a todo el mundo por un par de años: el Newcastle de Kevin Keagan, eternamente llamados The Entertainers (Los animadores).


Un aspecto que parece ser una máxima del club de las Urracas, como son conocidos, es el hecho de que son capaces de compaginar épocas de mucha gloria con otras de una calidad deplorable. Para el Newcastle, es cielo o infierno y el término medio, la bendita regularidad, es algo intangible e inalcanzable para nuestros protagonistas. Bueno, en 1.991, donde comienza nuestro relato, el equipo de blanco y negro se hallaba en lo profundo de su propio infierno particular. La institución se encontraba en el fondo de la antigua segunda división del fútbol inglés, la entonces llamada apropiadamente Second Division, tras perder cinco a dos contra el Oxford en un partido que empeoraba un ambiente negativo en un club que no vislumbraba el camino e iba en una caída estrepitosa. La directiva no hacía mucho al respecto y el entrenador, el argentino Ossie Ardilles, había entablado una filosofía de apostar por los jóvenes que no terminaba de cuajar. Los hinchas estaban ofuscados por la falta de accionar de los involucrados y entonces un empresario importante de las islas, británicas, Sir John Hall, decidió comprar el 79.2% del club para llevarlos a un rumbo más acorde a la historia del Newcastle United. El arribo de este magnate fue vital en esta historia porque la primera (y más importante) decisión que tomó fue despedir a Ardilles y hacerse con los servicios de la leyenda del club, el otrora atacante Kevin Keegan, en la dirección técnica. Esto fue recibido con reacciones de asombro, esperanza y temor por parte de la hinchada puesto que Keegan era de los suyos y una leyenda del club que, supuestamente, llegaba para hacer renacer al club; pero también imperaba el miedo porque el una vez Balón de Oro había estado fuera del fútbol desde su retiro como jugador en el ’85 y no tenía experiencia alguna en el oficio de entrenador. Pero había ilusión y, sobre todas las cosas, la creencia de que estando de últimos en la segunda división, las cosas no podían empeorar en esa temporada –o al menos eso esperaban.

Lo primero en lo que se enfocó Keagan fue en trabajar para que el Newcastle se salvara del descenso, y logró eso mismo tras unos meses complicados (y con un plantel descompensado) al derrotar al Leicester City con un gol en los últimos minutos para conseguir la permanencia –la locura, el dramatismo y la pasión estarían a la orden del día durante su periplo en St. James Park. El segundo año fue más plácido y lograron el ascenso como líderes a la reluciente Premier League, con el ahora apodado Geordie Messiah visionando a un equipo que pudiera competir de tú a tú con los grandes de Inglaterra. En esa línea ambiciosa, se hizo con los servicios del delantero Peter Bardsley, quien ya había jugado con el club en los 80s y había sido compañero de ataque del propio Kevin, para que formara una dupla mortal con el joven Andy Cole, quien llegaría a ser una figura periférica en la etapa de formación de The Entertainers. Keagan, como delantero centro que una vez fue y como alguien que formó grandes duplas ofensivas en sus años mozos, buscaba practicar un fútbol ofensivo que se basara en el precepto de simplemente anotar más que el rival y, a su concepto personal, el formar una dupla de delanteros era algo vital para ello.


El equipo iba mejorando año tras año y el estilo de juego de posesión, de mucho toque y con fuertes connotaciones preciosistas comenzaba a generar dividendos en la temporada 1.994/95, pero el club recibiría un golpe muy duro con la venta de Cole al Manchester United para ayudar con la precaria situación económica que ostentaban. El delantero inglés había hecho 41 goles en 46 partidos la temporada previa en todas las competiciones y mantenía buenos números en la campaña de su salida al equipo de los Diablos Rojos por 6 millones de libras más el extremo del United, Keith Gillespie –quien ganaría protagonismo en el club en años venideros-, en lo que resultaría ser un traspaso record del fútbol británico por esos años. El fichaje se libró con sus polémicas y el propio Keegan se encaró con varios aficionados extremistas para explicarles las razones de la venta –una muestra fidedigna del carácter del hombre. Con el dinero conseguido por Cole se trajeron a dos de los jugadores más importantes en este equipo legendario del Newcastle: el delantero inglés, Les Ferdinand (hermano mayor de Rio Ferdinand), del Queens Park Rangers y el díscolo atacante francés, David Ginola del París Saint Germain. El director técnico tenía las piezas que necesitaba y todos en la institución, palpando el progreso del club desde el arribo de su Mesías futbolístico particular, estaban dispuestos a tirar del mismo lado para conseguir lo que era el Valhala de cualquier equipo inglés: ganar la Premier League. Keagan sabía eso y su visión, ésa de juego atractivo y dominante, había tomado forma en uno de los equipos más excitantes que ha visto el fútbol británico en los últimos 25 años. The Entertainers habían nacido en 1995 y la siguiente temporada, la 1995/96, demostraría ser un ejercicio de dramatismo y pasión en su máxima expresión.

Si quieren energía, caos y belleza futbolística encapsulada en 90 minutos, les recomiendo que busquen cualquier video de The Entertainers de esa mítica campaña del fútbol inglés para que vean lo brillantes que eran –yo lo he hecho y cómo me he divertido. Su estilo guarda reminiscencias a lo que hace el Barcelona actualmente, pero impregnados con más vértigo y ese toque inglés en su porte. Keegan tomó al club y lo inspiró para desafiar al United de Ferguson como nadie lo había hecho hasta ese momento por un título de liga; victorias importantes contra rivales de peso como Blackburn, el entonces campeón, o Liverpool, quienes tenían su propia generación de cracks apodados los Spice Boys, además de un record notable de victorias en casa en la 1era vuelta de la temporada, fueron señales que explicaban que ése equipo era algo especial. Fue una de las más grandes batallas en las últimas tres décadas en Inglaterra porque los dos equipos que guerreaban por ese título de Rey de la Premier League, Manchester y Newcastle, eran planteles notables y con una calidad incuestionable. Por un lado tenías a Les Ferdinand, Pete Bardsley y David Ginola, mientras que por el otro tenías a Cantona, Keane y Giggs. Tal vez hoy en día los del United son considerados leyendas del deporte, pero en ese entonces la diferencia entre ambos era ínfima y el primer lugar en la tabla estaba servido para cualquiera de los dos. Ferguson y Keegan eran dos grandes técnicos con una capacidad invaluable para motivar a sus jugadores y extraer ese gramo de más de ellos para que rindieran a tope –eso hizo que el campeonato fuera tan excitante.

En el mercado de invierno, la posibilidad de que las Urracas ganaran la liga era muy tangible y el club invirtió decididamente en el mercado de invierno para traer a casa esa tan ansiada competición. David Batty, mediocentro de los entonces campeones Blackburn Rovers, y el colombiano Faustino Asprilla, atacante del Parma italiano, fueron contratados por una suma conjunta de 11 millones de libras para afilar un equipo que ya era poderoso de por sí. El colombiano arribó como una gran estrella y su fútbol histriónico, díscolo y rebelde encajaban con la filosofía del club de St. James Park para finiquitar esa revolución empezada por la leyenda inglesa en el ’91… pero tal no sería el final en este tortuoso relato.


Hay muchos que atribuyen a la contratación de Asprilla como el detonante de la caída en desgracia del Newcastle en la segunda vuelta de esa temporada, pero la realidad es que otros factores como la irregular defensa del equipo –concedían casi tantos goles como los que anotaban- y la falta de fortaleza mental les terminó de jugar una mala pasada. La forma de ser tan singular del colombiano no ayudó para evitar que fuera señalado y rápidamente fue convertido en el “culpable” de que no ganaran la liga, pero la realidad es que tuvo un rendimiento más que aceptable y el resbalón del club en el último momento se debió principalmente a ese quiebre psicológico que sufrieron en tres momentos en específico de la segunda vuelta.

El primero de ellos fue el partido contra el Manchester United en St. James Park. El United perseguía al Newcastle en el liderato con cuatro puntos de diferencia –aunque los Magpies tenían un partido menos- y ese partido era visto como la forma en la que acabarían con las esperanzas de los Diablos Rojos. El estadio era una caldera y el 1er tiempo fue una exhibición de fútbol de un conjunto del Newcastle que no terminó de marcar por un Peter Schmeichel que estaba en la mejor forma de su carrera por esa temporada –paró absolutamente todo ese día. El segundo tiempo mostraba a un Manchester un poco más adelantado, pero la superioridad de las Urracas era notable y el ambiente era tenso; pero Eric Cantona, el eterno salvador de ese equipo de Ferguson, anotó el gol solitario del partido y así, de la nada y de forma incontestable, los visitantes se llevaban los tres puntos, cerrando la diferencia en la tabla a un mero punto, dejando atónitos a todos aquellos que vieron el partido.


El segundo evento desgraciado fue ese hermosamente caótico partido en Anfield, tierra donde Keegan conquistó el mundo futbolístico como jugador, que acabó cuatro a tres frente al Liverpool, siendo considerado por muchos como el mejor partido de la historia de la Premier League y en donde Stan Collymore, un jugador algo infravalorado de esa época de los Reds, se disfrazó de figura y en verdugo del Newcastle con una actuación notable y haciendo dos goles, siendo uno de éstos el del triunfo en los últimos minutos. Para el recuerdo quedó esa imagen del entrenador de las Urracas postrado sobre la valla publicitaria como si se hubiera dado cuenta de que todo había terminado en eso fatídico evento de esa forma. El club al que una vez sirvió con tanta lealtad le proporcionó el peor día de su vida deportiva en uno de esos partidos que jamás se olvidan.


El tercer evento sucedería fuera de las canchas y denotaría cómo esta competencia entre Keegan y Ferguson era algo bastante personal. Luego de un partido del Manchester contra el Nottingham Forrest, el escocés diría que los equipos rivales se esfuerzan más contra su equipo por la grandeza del mismo y que no se enfrentaban con tanta beligerancia a los de Keegan. El entrenador del Newcastle no tomó esto para nada bien y en una entrevista de radio explotó en un exabrupto pasional que fue encarnado en la frase que inicia este artículo. El Mesías de St. James Park es un hombre pasional y sincero que no se calla nada; ama al Newcastle y era capaz de mancillar su imagen pública por el simple hecho de defender a su club, pero no se dio cuenta de que todo esto fue un juego mental de Ferguson para desconcentrarlo y un intento más por hacer caer al Newcastle… y funcionó. Al terminar las 38 jornadas, el United ganó la liga por cuatro puntos de diferencia y The Entertainers de Keegan quedaron de segundos. Los neutrales se apiadaron de una generación del Newcastle que estuvo cerca, muy cerca, de atisbar la gloria de la Premier League, pero al final del día no se pudo. Sacrificaron una ventaja de diez puntos en Navidad a través de una desconcentración mental, una mala defensa y una incapacidad para ajustar a Asprilla para que mejor funcionara en un sistema que, ya sin él, funcionaba a las mil maravillas, a ojos de muchos.


La siguiente temporada iba a ser muy buena, pero ya nada era lo mismo –sabían que se habían perdido una oportunidad histórica. Se fichó al goleador del Blackburn y futura leyenda de los Magpies, Alan Shearer, por un cifra record por ese entonces de 15 millones de libras. Kevin Keegan, el Rey Kev y el Geordie Messiah, sorprendería al mundo del fútbol al renunciar a su puesto a principios de Enero de 1997 alegando que ya había dado todo por el club, cosa que nadie puede negar, no sin antes erigir la obra maestra futbolística de The Entertainers: una demolición por cinco a cero de uno de los mejores Manchester United de la historia en un partido donde no necesitaron las Urracas ninguna motivación –la temporada previa era más que suficiente. Kenny Dalgish, leyenda del Liverpool y que ya había ganado la liga inglesa con los de Merseyside y con el Blackburn en el ’95, tomó las riendas del club y aunque logró repetir el sub-campeonato, las cosas, como dije al principio, ya no eran iguales. La magia se fue con Keegan y el equipo, por más funcional que fuera y con un Shearer que dominó la tabla de goleadores con 25 tantos, no desprendía la misma vertiginosidad. Al año entrante habría un último destello de ese equipazo que enamoró a los neutrales de la Premier League con una victoria por tres a dos sobre el FC Barcelona en la Champions League con un Asprilla que anotaría un hat trick en su mejor partido con los de St. James Park. Pasión, muchos goles y fútbol ofensivo que se basaba en anotar más que el rival: eso eran The Entertainers de Kevin Keegan. Ése fue el modus operandi del mejor equipo que nunca conquistó la Premier League.

Hasta el sol del día, el legado de este gran Newcastle es debatido álgidamente entre los conocedores del fútbol inglés. Algunos dicen que fueron el mejor equipo ese año y que merecían la liga; otros que la mala defensa y los fichajes de invierno destruyeron el balance; que Keegan cayó en los juegos de Ferguson o que el escocés recurrió a “trampas mentales” para ganar. Tampoco faltan leyendas del país como Jaime Garragher o Gary Neville diciendo que nadie se acuerda de este equipo al no haber salido campeón, pero yo tiendo a discrepar con esta afirmación de los dos exdefensores puesto que la grandeza de este plantel yacía en que su estilo, por más toque que tuviera, estaba muy arraigado en la Premier League y encarnaban todas sus idiosincrasias: vértigo, carácter ofensivo y una actitud de nunca rendirse que les hicieron ganar seguidores por todo el país. Fueron el equipo de los neutrales y supieron enamorar mediante su juego –una habilidad que no es para nada sencilla.


Surgidos desde el fondo de la Segunda División, las Urracas comenzaron una historia maravillosa llena de giros, desenlaces trágicos, momentos memorables y mucho buen fútbol. Estoy seguro que los hinchas del club la pasaron barbaro y al mismo tiempo fatal, que es como se debe vivir este deporte (y la vida misma): abierto a la posibilidad de ascender al más alto de los éxtasis para luego caer en el fondo del abismo o viceversa. El Newcastle de Keegan, al igual que la vida misma, estaba lleno de inconsistencias, parafraseando al finado vocalista norteamericano, Ronnie James Dio. Y en estos tiempos de bonanza futbolística en Inglaterra, no hay que olvidar a los Shearer, Cole, Ginola, Ferdinand o Asprilla que convirtieron al St. James Park en un teatro para su visceral sinfónica y donde hicieron soñar a toda una afición. El mejor campeón que la Premier League nunca tuvo.