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sábado, 11 de abril de 2015

Cracks en las Sombras: Bastian Schweinsteiger, el guerrero germano.





No siempre el esfuerzo lleva al éxito, pero el que ha sido exitoso siempre se ha esforzado. De una manera u otra, siempre ha sido así. La vida no es un sendero manso de rosas y vinos; es un valle dificultoso y tortuoso, muchas veces oscuro, rebosante de miedos galopantes que están erigidos para frustrarnos y convertirnos en meras presas de las heridas del tiempo. Por eso no es de extrañarse –más bien es la norma- que contemplemos a miles, millones, de personas que han batallado por sus sueños y que hayan flaqueado en el momento de la verdad por no ser capaces de tragar el veneno de la injusticia y continuar con esa perenne cruzada que cada uno de nosotros debe librar para cumplir nuestras metas. Marcelo Bielsa dijo hace una semana que uno debe aceptar la injusticia que al final todo se equilibra. Yo concuerdo a medias con esa declaración del maestro argentino. La vida, tarde o temprano, muestra sus verdaderos colores y asesta su golpe igualitario a todos nosotros pero, muchas veces, hay que luchar más allá de nuestras fuerzas para poder atisbar y, finalmente, conseguir ese objetivo que encarna toda una existencia de anhelaciones y añoranzas. Bastian Schweinsteiger es un luchador de cepa y un jugador que tuvo que curtirse en el máximo nivel con el club de sus amores, el Bayern Múnich, y perseverar luego de incontables derrotas y desilusiones. Tal es la grandeza de aquel que reniega de la desgracia e impera por encima de las dubitaciones o negatividades.


Surgiendo de las profundidades más recónditas de Múnich, el portentoso mediocentro alemán que nos agracia hoy fue fichado a los 14 años por el que sería su equipo hasta el sol de hoy del TSV Rosenheim. De orígenes de clase media, Bastian debutaría con el equipo mayor del Bayern en Noviembre del 2002 en un partido de UEFA Champions League entrando de cambio en el minuto 76. En dos meros años, y a los veinte de edad, Schweinsteiger ya estaría jugando con asiduidad como extremo –su posición original- para el gigante bávaro y participando en su primer torneo oficial con el seleccionado nacional de Alemania –la Euro Copa de 2004 realizada en Portugal. Para el Mundial de 2006, que se llevaría a cabo en tierras germanas, “Schweini”, como lo apodan los hinchas, junto a jugadores como Lukas Podolski o su compañero de equipo Phillip Lahm encarnaban una generación prometedora y ascendente que ilusionaba al presente de cara a la Copa del Mundo que se iba a llevar en su propia nación. A pesar de haber sido eliminados por Italia en la semifinal, Schweinsteiger supo cuajar una actuación excepcional en el partido por el tercer puesto contra Portugal en el cual el entonces extremo marcó dos goles y asistió uno para por lo menos darle ese premio de consolidación a todo un pueblo que deseaba y esperaba más de su Mundial. Para muchos, ésta sería una desgracia imperial en la cual tardaría levantarse, pero Schweinsteiger tendría que endurar muchas vicisitudes como ésta en el gran espectro de la carrera futbolera. Posterior a Alemania 2006, Schweinsteiger viviría unas temporadas intermitentes en el Bayern Múnich donde no parecerían conseguir ni un ínfimo resquicio de consistencia y su fútbol dejaría mucho que desear mientras que equipos como Stuttgart o Wolfsburgo les arrebatarían los títulos de Bundesliga uno tras otro; todo esto compaginado con una Euro Copa de 2008 donde los alemanes perderían la final contra una selección de España que sorprendió a propios y extraños y comenzaban a escribir los primeros versos de la época más exitosa de su fútbol. En el ojo del huracán de su carrera deportiva, Schweinsteiger no parecía acabar de convencer a sus entrenadores y seguidores con sus actuaciones y comenzaban a surcar los buitres de la incredulidad y la desconfianza sobre el futuro del oriundo de Bavaria puesto que parecía que estaba destinado a entrar en esa casilla de promesa que quiere pero no puede. Entonces llegó Louis Van Gaal.


El holandés, como es su costumbre, arribó al asiento del Bayern en 2009 para reestructurar al equipo de pies a cabeza y la contratación de su paisano y descarte del Real Madrid, Arjen Robben, supuso uno de los movimientos más brillantes en la era reciente del fútbol europeo, pero hubo una aún más genial. Con las bandas ocupadas por Robben y Frank Ribery, muchos hubieran dado por sentado que el canterano rubio que tenían por extremo no iba a tener mucha continuidad, pero Van Gaal vio algo que nadie más había visto hasta el momento y que, posiblemente, cambió para siempre la carrera de Bastian: se dio cuenta de que este jugador de tan buen toque, de habilidad depurada, gran visión y enjundia debía de jugar en el centro como conductor para florecer en su entereza. La suerte estaba echada y el Planeta Fútbol pudo contemplar la mejor temporada de Bastian Schweinsteiger de su carrera en esa misma 2009/10 jugando en el medio y dictando los tiempos, controlando el balón como pocos y sirviendo, junto a Robben, como el estandarte de un equipo bávaro reinventado y que comenzaría una era de dominación europea y local con el “31” como el corazón absoluto del equipo. A pesar de todo, la vida parecía mostrarse ambivalente y agridulce hacia Bastian una vez más y aunque habían ganado liga y copa ese año, el equipo perdería la final de la UEFA Champions League –la primera de Schweinsteiger- contra el gran Inter de Mourinho donde los alemanes se vieron alicaídos, dubitativos y carentes de ese fuego que hace a un equipo campeón. La Copa del Mundo de Sudáfrica esperaba y más vicisitudes para nuestro protagonista.

Alemania realizaría un Mundial brillante con un plantel que comenzaba a rejuvenecerse, mientras que jugadores como Özil, Khedira, Klose, o Lahm ya daban de qué hablar en el panorama internacional con performances estratosféricas que destruyeron sin contemplaciones a equipos de primera clase como Argentina o Inglaterra. Pero haciendo el trabajo que no se ve (el de hormiguita, como decimos en mi Venezuela natal), sirviendo las asistencias –hasta nueve hizo en el Mundial, santo cielo- y organizando el mediocampo como si fuera un medio de toda la vida, Schweinsteiger fue el principal baluarte de una generación que comenzaba a dar los primeros gritos ensordecedores en su anhelo de conquistar esa tan ansiada copa pero, una vez más, se quedaron en la antesala al perder otra vez contra la selección de España con aquel gol de cabeza de Carles Puyol. Los alemanes se irían derribados, pero no derrotados. Tendrían su revancha. El fútbol, como en la vida, siempre da revancha.

En 2011, Louis Van Gaal se iría del Bayern luego de un encontronazo con la directiva del club y Jupp Heynckes volvería a la institución para continuar con lo que el tulipán comenzó, pero la situación del titán germano parecía ser una suerte de bloqueo psicológico que no les permitía conquistar esos títulos tan importantes y eso parecía trasladarse a la selección nacional. Esa temporada probaría ser llamada la de “Nacidos para ‘segundear’” cuando el Bayern perdió la Bundesliga, la Pokal y la final de la UEFA Champions League en su propio estadio en penales contra el ultra defensivo Chelsea de Di Matteo en una disputa irrepetible y con nuestro protagonista errando un penal en la tanda. La Euro de 2012 probó ser otro ejercicio en frustración con el equipo siendo eliminado una vez más. Los títulos más importantes parecían escabullirse constantemente de las manos de Schweinsteiger y sus compañeros, pero haciendo gala de una perseverancia que hace grande a los campeones, el equipo de Múnich continuó y se fortaleció para la siguiente temporada –la cual acabaría siendo la más exitosa en toda su historia. Heynckes había conseguido estructurar un equipo altamente competitivo en todas las áreas y facetas del plantel para que este Bayern se volviera el campeón de todo –triplete, para los menos adoctrinados- y ganaran esa tan anheladda Champions desplegando un fútbol avasallador, rápido y que marcaba una nueva evolución del tiki taka a una conceptualización más directa y con más adrenalina. La consecución de la “orejona” en Wembley contra su piedra en el zapato en su país en los últimos tiempos, el Borussia Dortmund, no hubiera sido conseguida de no ser por nuestro protagonista funcionando como un reloj suizo en el medio junto a Luiz Gustavo distribuyendo, recuperando, luchando y liderando como lo que era después de todo: el mejor mediocentro del mundo y de los últimos tiempos. Una meta que tanto había trabajado con sangre, sudor y lágrimas parecía haber sido conseguida. El guerrero germano conseguía su tan esquivo trofeo.



Un año después, la selección alemana, con un caudal absolutamente ridículo y grosero de talento joven, se abalanzaba a Brasil para lograr esa Copa del Mundo que los eludía con locura. Desplegando un fútbol maduro, mezclando el pragmatismo alemán de toda la vida con un preciosismo recién hallado, parecían un equipo que no parecía ser vencido y así sucedió durante todo el torneo. Para la historia quedará esos noventa minutos sin comparación contra los locales que desembocó en un 1-7 por el cual aún están sangrando. Jugadores como Manuel Neuer, Mats Hummels, Jerome Boateng, Thomas Müller, Miroslav Klose, Mario Göetze, André Schurrle y un par más fueron de los mejores en el Mundial y se comprometieron como un equipo en el que no imperaban los deseos o voluntades de algún individuo en particular –el espíritu que hizo grande al Bayern de Heynckes un año atrás. Dicen que los héroes aparecen cuando más se le necesita y un pensamiento que surcaba por mi mente en el último Mundial es que Schweinsteiger no se veía tan dominante en el medio como de costumbre pero fue en la mismísima final donde se cargó el equipo al hombro por 120 minutos y jugó con el rostro ensangrentado, recibiendo una genuina y salvaje golpiza por parte de los jugadores argentino y aún así pidiendo la pelota, luchando y empujando a sus compañeros en un momento donde te dejan en claro que los futbolistas de hoy aún sienten el deseo inherente de ganar y ese fuego de remontar es algo que todo ganador debe de tener. Todos hablarán del gol de Mario Göetze –golazo y que merece crédito por lo que fue y por lo que significó-, pero yo me quedo con el guerrero germano que apareció cuando más se le necesitaba. Ése es el que te gana los partidos.

 
Luego de tanto ahínco, decepciones y fracasos, Schweinsteiger se alzó de las profundidades de la desgracia como una suerte de Terminator bavaro en el Maracaná con el deseo dominante e inevitable de conseguir ese Mundial. No sólo fue un partido que significó una Copa; fue un partido que simbolizó toda una carrera de esfuerzo, trabajo y perseverancia –esa bendita necedad de la buena- que le permitió atribuirse la gloria junto a unos compañeros que también lo ayudaron en sus momentos más bajos. Bastian Schweinsteiger fue, es y será un mediocampista con clase, garra, carácter, liderazgo y genial con un temple que le permite guiar a su equipo en los momentos más penumbrosos y funcionar como ese corazón, ese motor, que toda gran escuadra ha tenido. Mi jugador favorito de todos los tiempos es Paul Scholes, pero si hay uno que se ha acercado a hacerme sentir las mismas sensaciones, ése ha sido Schweinsteiger. Ambos son jugadores reconocidos, pero su rol en esta sección de Cracks en las Sombras radica en que cuando hagamos nuestros mejores onces de la historia, de Europa, de Alemania o lo que sea, lo más probable es que nos olvidemos de este brillante alemán. La gloria, las lisonjas y el éxito son para quienes no aceptan un “no” como respuesta, los que insisten y trabajan para lo que desean. ¿Por qué no hacerme caso? Le funcionó a Bastian.

1 comentario:

  1. Un jugador polivalente en la zona ofensiva, rápido, con desborde, versátil, dinámico y con gol, mucho gol.

    De momento, en el Bayern ya tienen a la joya de la corona, y se llama Bastian Schweinsteiger.

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