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jueves, 4 de agosto de 2016

Nos volveremos a ver: Gary Lineker, el chico de Leicester que conquistó Europa.



“Nadie puede decir qué pasa entre la persona que eras y la persona en la que te convertiste.”
-          Stephen King.

Los orígenes son todo para nosotros y para nuestras vidas; es en esos años formativos donde se comienzan a pavimentar nuestros senderos y damos esas primeras señales de lo que seremos. Todos somos productos de nuestros contextos, ambientes en los que crecimos y las enseñanzas y valores que nos inculcaron de niños; es a través de estos factores (o la falta de ellos) que nos forjamos y cada elemento, por más ínfimo que parezca, juega un rol notorio en lo que nos convertiremos. Y es que estar en ambientes lluviosos, crecer en una ciudad trabajadora y estar bajo la crianza de una familia de clase media, con lo sucesos adecuados y el contexto indicado, un chico de Leicester puede convertirse en el máximo goleador inglés de los Mundiales, anotar tres goles en un Clásico y ser un ícono de su país y de su generación… o puedes simplemente llamarte Gary Lineker. Carreras las han habido mejores y más exitosas, pero no creo que nadie se quejaría de haber logrado lo que Lineker y cómo lo hizo: con aplomo y bajo sus propios términos.

Hoy en día se menciona la palabra Leicester y se piensa automáticamente en el más que memorable triunfo de los Foxes en la última temporada de la Premier League. Pero por mucho tiempo, el exjugador del Barcelona era la referencia de su ciudad… bueno, él y las papas Walkers, de las que es su principal figura publicitaria. De todas maneras, puede ser sencillo olvidar lo logrado por este hombre, pero es el caso de un futbolista inglés que, en su época, rompió con muchos paradigmas que hoy en día afligen a su fútbol: gran goleador en un país extranjero, jugador importante en las Copas Mundiales y un profesional consumado, además de un ejemplo de decoro en las canchas al no haber recibido una sola tarjeta roja o amarilla en su carrera. Un jugador que hoy en día es sinónimo de principios y de ser una de esas personalidades en la televisión inglesa como el rostro deportivo de la BBC –al final del día, una leyenda que no quedó estancada en su estatus e hizo una transición casi indolora al periodismo.


Como un chico local, Lineker comenzó su periplo en el fútbol a mediados de los 70s al unirse a las juveniles del equipo de su ciudad, el Leicester City. Con apenas 16 años ya estaba contratado a tiempo completo y a los 18 ya estaba jugando en el primer equipo de los Foxes. A diferencia de nuestros tiempos modernos donde un canterano es impulsado casi obligatoriamente a jugar 35 o 40 partidos a tan tierna edad, Gary fue llevado de a poco en un equipo que deambulaba entre la primera y la segunda división de su país en un estado de lucha constante. Hijo de una familia de clase media y de trabajos humildes por más de 70 años, el joven Lineker había sido clasificado como “flojo” en la escuela y una de sus profesoras le había dicho que no podría hacer dinero del fútbol; apenas alcanzando la mayoría de edad ya compartía vestuario con Peter Shilton y Frank Worthington, dos de sus máximos ídolos del Leicester y del fútbol. Poco a poco, la leyenda transitaba las calles en las que nació y donde se comenzaban a fraguar las primeras imágenes de lo que sería su dilatada carrera.


Los inicios nunca son fáciles y Lineker tuvo que dar sus primeros pasos en el fútbol inglés jugando por la banda y valiéndose de su velocidad en lugar de desempeñarse en su rol preferido: el delantero depredador que no daba una pelota por perdida. Como él mismo lo dijo en una ocasión, no fue una estrella instantánea a lo Michael Owen o Wayne Rooney; se tomó su tiempo y su progreso para poder demostrar toda su capacidad en el Leicester. Fue a partir del ’81 donde irrumpió Gary, el goleador, e Inglaterra se dio cuenta del tesoro que tenían entre manos; primero en la Second Division y luego en la First Division, Lineker fue el máximo goleador del Leicester en varias de esas campañas y en el periodo 1981-85 fue una de las propiedades más codiciadas por los gigantes de su país. Su mezcla entre potencia física, agilidad, capacidad de moverse sin el balón –esa habilidad a la que llaman “estar en el lugar correcto en el momento indicado”- y una definición frente al arco rival que haría palidecer hasta muchos de los más grandes eran los aspectos que pueden definir a este monstruo del área. Tras su magnífica campaña 1984/85, el chico de Leicester dejó atrás su hogar y decidió embarcarse en un viaje que le daría muchas alegrías y éxitos; la primera parada en este sendero de canchas lodosas, defensas rocosas y muchos goles, sería Goodison Park y el Everton.


Los de Merseyside eran un elenco bastante diferente al que son hoy en día; en el ’85 eran los flamantes campeones de la liga, desplegaban un fútbol bastante ofensivo y Lineker se adaptó prácticamente enseguida: 38 goles en 52 partidos así lo atestiguan. A pesar de no haber ganado nada con este equipo en el año solitario en el que estuvo –y tener la mala fortuna de que ganarán la liga de nuevo una vez que se fue- siempre ha enfatizado en lo mucho que disfrutó su tiempo con los Toffees y que era el mejor equipo en el que jugó. Con 26 años y en la plenitud de su carrera, a Lineker se le presentó su oportunidad dorada y la que marcaría toda su trayectoria: ser parte del seleccionado inglés en la Copa del Mundo de México ’86.


Si con el Leicester y el Everton se había forjado un nombre importante en su nación, México ’86 simbolizó el arribo de Gary Lineker al estrato más alto de su profesión. Debajo del sol abrasador del país centroamericano, el inglés se convirtió en el máximo goleador del torneo con seis goles, anotó el segundo triplete más rápido de los Mundiales contra Polonia y fue una parte integral de un equipo inglés que (para nada sorprendente) se fue relativamente temprano de la competición en cuartos contra la Argentina de un Maradona pletórico y en un nivel cuasi inhumano. A pesar de anotar un gol, el genio argentino fue más y se despachó dos goles –uno infame y el otro glorioso- para dejar atrás a los Tres Leones. De todas maneras, las proezas goleadoras de Lineker no pasaron desapercibidas y, considerando el éxodo masivo de jugadores ingleses de su país por la suspensión de Heysel, decidió marcharse a tierras distantes para probar su suerte. Siguiente parada: el Camp Nou.


Exceptuando uno que otro jugador inglés, en España no estaban acostumbrados a ver en sus equipos a futbolistas de las islas. Así que cuando el nuevo técnico del Barcelona, Terry Venables, decidió hacerse con los servicios de Lineker y el delantero galés del Manchester United, Mark Hughes, las expectativas eran un tanto alta. Por Gary se habían pagado tres millones de libras, lo que era una cifra bastante copiosa por esos años. De todas maneras, acostumbrado a batallar en las fieras canchas inglesas, Lineker supo adaptarse al estilo español y sus dos primeras campañas con el Barcelona lo vieron anotando veinte goles o más, además de mostrarse como un jugador capacitado para esperar y empujar el balón y también para fabricarse sus propias jugadas. Lo que realmente lo hizo grande fue su habilidad para moverse entre las líneas defensivas del rival y adelantarse para dar ese toque mortal aprovechando su velocidad; en el fútbol moderno podría decirse que era bastante similar a su contraparte del Leicester, Jamie Vardy, pero con más potencia físico y más capacitado para el forcejeo.


Para alguien que había comenzado en un pequeño club inglés de una ciudad más conocida por unas papas saladas que por cualquier otra cosa, un Madrid – Barcelona en el Camp Nou podría suponer un reto bastante abrumador; pero Lineker se las apañó contra La Quinta del Buitre y se despachó uno de los mejores hattricks de la historia del fútbol para derrotar a los merengues tres a dos. A pesar de haber ganado títulos, de haber demostrado su valía y de convertirse en un referente para los delanteros de Europa y el mundo, la llegada de Johan Cruyff a la dirección técnica en 1988 supuso el final de Lineker en el club azulgrana porque el holandés no contaba con él para su revolución futbolística. Relegado a la banda, tuvo que hacer las maletas en el ’89 y con cantos de sirena del Manchester United de Ferguson, incluso llegando a estar punto de firmar por dicho club, y la Fiorentina –que se disipó tras las marchas de Eriksson y Baggio- Lineker decidió fichar por un prometedor equipo de Tottenham y recuperar el protagonismo perdido en su último año en Ciudad Condal.


Su llegada a White Hart Lane fue celebrada como un título porque era un jugador con categoría que arribaba a un equipo que se había quedado un poco huérfano tras la marcha a Mónaco de Glenn Hoddle –otro maestro que se merece una entrada magna en el Blog-; pero ahora con la llegada de Lineker y la magia del genio esquizofrénico que era Paul Gascoigne, los Spurs podían soñar con cosas grandes. El Gary del Tottenham ya estaba pisando los 30s y mostraba una faceta más madura, compuesta y con madera de líder; ya no era un muchacho raquítico y sin experiencia en el Leicester, sino un delantero que estaba probado en los partidos más exigentes de su campo y que había dado la talla. Sus años en el Tottenham fueron de lo mejor de su carrera, pero tenemos que decir que siempre fue un jugador bastante rendidor y a punta de goles, sacrificio y trabajo, se ganó el corazón de la hinchada y ese título de FA Cup del ’91 contra el Nottingham Forrest todavía brilla en la memoria colectiva del club. A donde fue se ganó el cariño de sus aficionados y es que lo que tal vez carecía en clase o en habilidad depurada a lo Maradona o Hoddle lo compensaba con una dedicación, compromiso y altruismo que eran encomiables y loables; un delantero trabajador y con instinto de asesino en serie. Y los Spurs lo amaron (y aman) por eso.


Mientras tanto, a nivel de selecciones, los ánimos en Inglaterra no eran los mejores. Tras una Eurocopa paupérrima en 1988, Bobby Robson y sus muchachos se hallaban en el ojo del huracán; todo lo que se escuchaba y leía en la prensa eran críticas a todos sus miembros y con el técnico como, supuestamente, el principal culpable de todo. A pesar de eso, Robson supo confeccionar un equipo compenetrado y altamente con Gascoigne, Barnes, Barsdley, Platt, Shilton, Brian Robson y el propio Lineker. Probablemente la mejor selección inglesa desde la campeona del mundo en el ’66, Lineker fue uno de los líderes de ese equipo y sus goles sirvieron para catapultarlos a las semifinales donde perderían contra los alemanes en penales en uno de los partidos más emocionales de la historia de los Mundiales. Aquí quedaron para el recuerdo de nuestro protagonista su gol del empate contra los germanos, su mirada irónica a Bobby Robson tras la amarilla que suspendía Gascoigne de una hipotética final y su memorable frase de que “el fútbol es un juego simple: 22 hombres corren detrás de un balón durante 90 minutos y al final los alemanes siempre ganan.”


Tras un par de temporadas más en el Tottenham, la edad ya daba los primeros coletazos al rendimiento de nuestro protagonista y éste ya no podía ofrecerse a los Spurs como antes. Sin hacer muchos dramas, pero sí con mucha cobertura de la media, decidió irse a jugar a Japón en el Nagoya Grampus. Ciertamente un movimiento monetario y con bastante empuje mediático, Lineker hizo su transición a la vida post-futbolista de manera un tanto más tranquila en Japón, donde, lastimosamente, las lesiones no le permitieron impresionar a los nipones y sus actuaciones no fueron las deseadas. De todas maneras, ya no era lo mismo que antes y él no lo dudaba; sin pensarlo mucho, decidió retirarse en el ’94 y dar el paso a la carrera como comentarista de fútbol en su Inglaterra natal.


En su nueva función, el exjugador del Everton ha sabido hacerse un hueco entre los televidentes y crear su propia trayectoria sin necesidad, ya en pleno de 2016, de valerse de su pasado como jugador. Es entendible; su sentido del humor tan británico y su carisma han hecho de él una figura bastante querida en la televisión inglesa. Como en su carrera, no se trataba de llamar la atención –ni siquiera cuando dijo en la campaña pasada que haría el primer show de su programa, Match of the Day, de esta temporada en calzoncillos si su Leicester ganaba la Premier-, sino de simplemente ser como es y no sacrificar sus principios. Solo hay que verlo y leerlo en la histórica campaña del Leicester sintiendo y sufriendo cada partido como un hincha más; no lo hizo por adulación o por falsa humildad; lo hizo porque simplemente ésa es su naturaleza y siempre lo ha demostrado. Tal como cuando salvó a su club de la bancarrota en el 2002 con una inversión de 5 millones de libras; éstos son los gestos de un hombre que, a pesar de todo, no ha perdido sus raíces.


Es difícil no sentir un cierto respeto y empatía para con Lineker puesto que representa el sueño de muchos: el hombre que tuvo un sueño, lo vivió y lo cumplió con creces. Tal vez su palmarés no sea el mejor, pero siempre rindió en casi todos sus equipos y siempre lo dio todo, además de comportarse con un respeto y amor al juego que muy pocos jugadores pueden presumir. ¿Cuántos futbolistas hoy en día pueden decir que nunca han recibido una tarjeta amarilla o una roja? Es un concepto algo utópico en la actualidad. Es una rareza toparse con una figura de esta índole, pero esos son los casos que debemos resaltar: a quienes lograron sus metas con una cierta aura de dignidad y apegándose a sus principios.

Lineker puede ser muchas cosas, pero, por encima de todas las cosas, siempre será ese chico de Leicester que conquistó Europa.

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