El enemigo había
regresado a su casa y esta vez no iba a librar una batalla campal siendo mucho
mayor que en aquella ocasión. Ya no era el de antes. Sí, si lo intentaba de nuevo, lo más probable es que tuviera
oportunidades de ganar una vez más, pero ya no se trataba de supremacía sino de
coexistir y este rey, agotado por sus conquistas, necesitaba de nuevos
horizontes y nuevos reinos –por lo que se engalanó las ropas de un imperio rojo
y negro para alejarse de aquel tirano.
En el verano del 2002,
cuando el brasileño Rivaldo, uno de los mejores futbolistas por esos años –para
algunos, el mejor-, retornó a su
Barcelona luego de erigirse como campeón del mundo en Corea Japón 2002, la
sorpresa que se debe haber llevado al estar una vez más cara a cara con su
némesis, Louis Van Gaal, debió haber sido memorable. El holandés y él ya habían
tenido su guerrilla personal en el pasado; pero ya los tiempos habían cambiado,
los dos estaban un poco más viejos y afectados por sus vivencias, por lo que
ninguno tenía la fuerza para batallar una vez más por la supremacía del Camp
Nou. Algunos lo vieron como un
destierro, pero el cese del contrato de Rivaldo del Barcelona debe ser visto
como la máxima prueba de que Van Gaal y el brasileño ya no querían más pleitos
–simplemente reconocieron estar hartos uno del otro. Y así llegó a Milán.
Sin ofender a mis
lectores rossoneros, el club italiano ha adoptado desde comienzos del siglo una
mentalidad de equipo de fútbol que recluta estrellas en declive para darles una
última gran oportunidad, lo que ha conllevado a una gestión deportiva bastante
defectuosa; así tenemos casos de jugadores como Stam, Emerson, Redondo,
Cassano, Robinho, Ronaldo, Ronaldinho, Torres o algún otro que me dejo en el
tintero que nunca recuperaron su mejor forma y fueron gastos innecesarios para
la institución. Uno de los muchos motivos por el cual el club italiano ya no se
halla en la palestra de primer nivel en el fútbol mundial. En el caso de Rivaldo, puedo entender la razón de su contratación;
después de todo, éste era un jugador que venía de brillar en el Barcelona y que
había tenido una actuación fenomenal en el Mundial del 2002 como uno de los
mejores del torneo –era una apuesta que no tenía mucho riesgo si sumamos a esa
ecuación que el brasileño llegaba con la carta de libertad y dispuesto a
bajarse el sueldo. Valía la pena el intento, ¿verdad?
Si miramos atrás al
2002, habían pocos equipos en el mundo que fueran superiores en materia de
nómina y con un entrenador que comenzaba su senda triunfadora como Carletto
Ancelotti. Un plantel que contaba con jugadores como Maldini, Seedorf, Nesta,
Pirlo, Gattuso, Inzaghi, Shevchenko, Redondo, Rui Costa, Costacurta y un par
más era uno en el que un crack de la talla de Rivaldo podía adaptarse a gusto y
demostrar su incuestionable calidad. Pero no fue así. Rivaldo arribó a una Serie A que era el torneo más competitivo del
mundo por esos años y donde la exigencia física lo hizo caer en varias lesiones
prematuras, además de una adaptación al rigor táctico que no era tan tenso en
España –cosa que su compañero en el Barcelona y ex-Milan, el holandés Patrick
Kluivert, había advertido cuando fructificó su traspaso. La cosa había
empezado bien con el brasileño demostrando mucho entusiasmo en su nuevo equipo
en las primeras ruedas de prensa; pero la cuestión comenzaría a ser una espiral
descendente en lo que significaría el ocaso de la carrera del otrora Balón de
Oro como jugador de clase mundial.
Y ese ocaso se originó,
principalmente, por los temas fuera de la cancha. Sí, le costó mucho en lo
futbolístico adaptarse a la liga italiana, pero su relación con el entrenador
no fue la idónea y, para hacer los asuntos peores, lo dejó su esposa poco
después de unirse al equipo del “Diabolo”. Rivaldo
estuvo en una tormenta perfecta en su primer año con el Milan a pesar de haber
ganado una Coppa Italia y una Champions; fue la temporada en la que más jugó de
las dos y se le vio apagado, sin energía y sin chispa. Un jugador que
transitaba la cancha con desgaña y sin desparpajo; no tardó mucho en que
Ancelotti apostara por Rui Costa en ese puesto y el portugués rindió mucho
mejor. El brasileño dijo en una entrevista por esos tiempos que hizo en su país
que cuando Ancelotti le hablaba en los entrenamientos, sabía que iba a jugar;
si fuera al revés, sabía que no estaría ni convocado. Poco a poco su estrella se fue apagando y como el equipo estaba
funcionando bastante bien, no mucho le prestaron atención a su bajo rendimiento
y en su segunda temporada, donde hasta el propio Paolo Maldini le exigía un
poco más en la pre-temporada, jugó solamente un partido en todas las competiciones
y rescindió su contrato en diciembre para irse al Cruzeiro de Brasil en enero.
Éste fue, mirando en
retrospectiva, un ejemplo arquetipo de lo que es un fichaje estrellado y poca
repercusión ha tenido con el pasar de los años –lo que me parece un tanto
irracional cuando estamos hablando de unos de los mejores jugadores de los
últimos treinta años en uno de los clubes más grandes del mundo. La relación entre Rivaldo y el Milan fue
entorpecida por múltiples factores que hicieron de ésta una unión destinada al
fracaso; así imperaron temas de egos, malas decisiones de ambas partes y el
hecho de que tal vez la Serie A no era el mejor lugar para el crack carioca.
Aunque siendo justos, otra forma de mirar este traspaso es como la transición
de Rivaldo de un jugador top a uno que es un veterano de buena calidad; el
momento en que se convirtió en una “vieja gloria”, sin ánimos peyorativos, y
que debía adaptarse a nuevas costumbres. Luego de su retorno a Brasil, jugaría
en Grecia por muchos años y cuajaría actuaciones para nada desdeñables, jugando
Champions League en el proceso. Al final del día, este fichaje fue un fracaso
en lo deportivo y es una pieza más de ese amplio rompecabezas que es el retiro
de cracks llamado AC Milan. Y ni les cuento cuando en su segunda temporada
llegó un chico con cara de niño bueno llamado Kaká; ahí Rivaldo dejó de existir
para el hincha milanés.
El enemigo había
regresado a su casa y esta vez no iba a librar una batalla campal siendo mucho
mayor que en aquella ocasión. Ya no era el de antes.