“Los
hombres desprecian lo que no pueden comprender.”
- Johann Wolfgang von Goethe
Y así, de la nada y como
quien no quiere la cosa, Portugal es el campeón de la Eurocopa Francia 2016. En
quizás el torneo más extraño que un servidor haya podido observar en mucho
tiempo, los lusitano supieron imponerse a la anfitriona en una final algo
carente de contenido futbolístico, pero rebosante de emotividad. ¿Quién entre nosotros no se vio invadido
por el asombro, la incredulidad, o hasta incluso por la risa, al ver el gol de
Eder y la celebración de un equipo portugués en pleno éxtasis? Se puede
argumentar y hasta criticar la falta de talante ofensivo de Portugal, pero hay
que dejar algo en claro: este equipo encarna a la perfección el espíritu de
Francia 2016 y lo que se vivió en este torneo tan irregular.
Si lo vemos desde el punto
de vista del aficionado –que es lo que somos, al final del día-, esta Eurocopa
fue bastante aburrida. En este verano galo no hubo ningún favorito en la
plenitud de sus poderes ni ningún equipo para el recuerdo por su estilo de
juego vistoso; más que todo, se tienen partidos puntuales y en su mayoría el entretenimiento
escaseó y rara vez se veía a las dos escuadras que estaban jugando tratando de ir
a ganar el equipo con una propuesta más beligerante. Si me lo preguntan, aparte del histórico triunfo portugués, esta Euro
deja para el recuerdo la más que palpable ineptitud de Wilmots para aprovechar
a la Bélgica con más materia prima futbolística en toda su historia; el enésimo
fracaso inglés –sus constantes eliminaciones tempraneras me permitirían
escribir un artículo de veinte páginas-; la caída definitiva de España como
referente futbolístico mundial; y la autodestrucción de Alemania en las
semifinales que me pareció digna de los peores momentos del Arsenal. Ningún
equipo llegó pleno –o al menos eso nos demostraron sus actuaciones- y todas las
potencias parecen estar envueltas en un proceso de renovación –incluso se puede
decir lo mismo de Portugal, si notamos el ascenso de varios jugadores jóvenes
en su haber.
En un torneo donde abundaron
las decepciones, los partidos de corte conservador y en el que las selecciones
candidateadas al título no cumplieron con su potencial, fueron los pequeños,
los susodichos “débiles”, los que se robaron el show y dieron la talla en la
Eurocopa. Por supuesto, las memorables actuaciones colectivas de Gales e
Islandia fueron las más comentadas; pero no hay que dejar de lado las
participaciones de las dos Irlandas, el buen juego de los húngaros o una
Polonia que probó que pueden complicarle la vida a cualquier rival; solo hay
que revisar su performance contra los
alemanes cerrando sus espacios y jugando de forma proactiva para hacerles
daños.
Tal vez la única de las
favoritas que dio un paso al frente en relación a su historia fue Italia. Y digo
“tal vez” porque las críticas recibidas por la otrora selección de Antonio
Conte por la susodicha falta de calidad de esta Azzurra auguraban un torneo desastroso para ellos pero, seamos
sinceros, ¿cuándo Italia ha hecho algo como favorita? Estos sujetos se crecen
en la desgracia y cuando peor están las cosas. Esta generación de jugadores
italianos muy veteranos se basó en la solidez defensiva como sus ancestros les
enseñaron, un colectivo altamente compenetrado y un entrenador que hizo gala de
sus dotes de motivador y su capacidad de extraer lo mejor de cada uno de sus
futbolistas. Jugadores como Graziano
Pellé, Marco Parolo, Emanuele Giaccherini o el brasileño nacionalizado
italiano, Eder, fueron objetivos de las burlas, críticas y escepticismo de la
media y el público previo al comienzo del torneo pero, en típico estilo
italiano y envueltos en un sistema táctico que antepone el colectivo al
individuo, se mostraron a la altura de la circunstancias y, tras sendos
partidos contra Bélgica y España, fueron solamente eliminados por los campeones
del mundo (Alemania) en una tanda de penales insólita. Probablemente
hayamos sido testigos de la Italia más italiana, valga la redundancia, de los
últimos tiempos y lo hicieron con un amor propio y una garra que les hace
merecedores de todos los halagos que reciban de aquí en adelante.
Por el otro lado, se tiene a
la anfitriona, Francia, quedándose en las puertas de un éxito clamoroso y
conquistar la competición en su propio país; un logro que, aunque decepcionante,
debería ser suficiente para dejar una buena imagen, pero la realidad es que la
gran mayoría de los galos sienten un cierto grado de desilusión con este
plantel francés y yo debo concordar con ellos. ¿Por qué? Porque con una plétora de talento para crear tres selecciones
de gran nivel y con ya un Mundial de experiencia en el haber de este equipo de
trabajo, la selección francesa nunca se vio a gusta en la cancha durante largos
intervalos de la Eurocopa, no supo aprovechar a sus anchas a muchos de sus
cracks –Pogba, Martial, Coman, Matuidi, entre otros- y se vieron totalmente
dependientes de las genialidades que se inventaran Payet o Griezmann durante
los partidos. Aunque todos los involucrados tienen su culpa respectiva, la
más significativa cae sobre Deschamps puesto que sus decisiones tácticas casi
siempre tendían a ser en detrimento del equipo y pecaban de ilógicas y eso se
pudo atestiguar desde el principio cuando dejó por fuerza a Kevin Gameiro y a
Alexandre Lacazette a favor de André Pierre Gignac (aunque reconozco que es
fácil hablar con el resultado en mano). Y en la final se terminó de demostrar
la falta de sapiencia del una vez capitán de Francia al jugar con Pogba como
mediocentro defensivo teniendo a Kanté y a Schneiderlin en la banca –un mediocampista
de corte y recuperación hubiera dado más libertades a Matuidi y el propio Pogba
para que hicieran lo suyo-, desperdiciar un cambio haciendo entrar a Gignac por
Olivier Giroud cuando son el mismo perfil de delantero –hizo esto durante toda
la Euro y no se tradujo en resultados en ningún momento- e introducir a Martial
y a Coman en instancias muy tardías del partido (en especial a Martial) y, para
empeorar la situación, los hizo entrar en detrimento de Payet, quien siempre es
capaz de marcar diferencias, y de Moussa Sissoko que estaba siendo el mejor de
Francia hasta ese momento –eso último debería dejar en claro el muy mal sabor
de boca que le deja a los franceses el haber perdido una final en su país
contra un Portugal sin Cristiano Ronaldo desde los primeros minutos del
partido.
Y hablando de Portugal,
¿dónde dejamos al nuevo campeón en esta conversación? Pues hay que decir que, a
priori, la selección lusitana no era favorita o candidata al título en absoluto
–quien diga lo contrario es un mentiroso o un fan irredento de Cristiano
Ronaldo. Indiferentemente de todos los reflectores que se pueda llevar el astro
portugués del Madrid, hay que decir que esta selección no se basó en el aporte
de CR7 sino en el trabajo grupal y una habilidad que es muchas veces poco
apreciada: la habilidad de aceptar el sufrimiento. Cierto, el fútbol practicado por Portugal fue altamente pobre en
producción ofensiva, la mayoría de sus partidos fueron un somnífero y tiraron
de la prórroga más veces que yo del WiFi de mi casa. Pero, ¿saben qué? Hay
un mérito en eso y está en la comprensión del conjunto de Fernando Santos de
que el sufrir en los partidos y ganar con el cuchillo entre los dientes puede
ser un camino al éxito; entendieron el mismo concepto que pregonaban los
griegos en el 2004 o, recientemente, el Atlético de Simeone: que se puede ganar
siendo un rival incómodo que prefiere neutralizar la propuesta del rival que
ser el equipo que dé el primer paso; eso muchas veces es categorizado como “jugar
mal”, pero tiene su planificación y es tan difícil como proponer un estilo
vistoso y beligerante. Como los ejemplos
acotados, ganaron de una forma que incomodará a una sociedad futbolística que
todavía está atascada en el 2010 con España, el Barcelona y Guardiola; hay
muchas opciones de juego en el fútbol y el verdadero conocimiento radica en
apreciar esas vertientes por lo que son y saber utilizarlas a sabiendas del
talento del que se dispone. De eso se trata ser un entrenador y eso lo
ejemplificó Fernando Santos en esta Eurocopa.
En lo referente al
rendimiento individual, no ahondaré en la actuación de Cristiano; pienso que
mucho ya se ha dicho de su actualidad y prefiero usar mi energía para evitar
que todo gire en torno a un solo jugador en circunstancias como ésta. El elenco
portugués que conquistó Europa, como dije anteriormente, podría catalogarse
como que uno que pasaba por un periodo de transición y que tenía una pintoresca
variedad de activos: viejos zorros de la selección como Pepe –quien estuvo
pletórico esta temporada-, Ricardo Carvalho, Bruno Alves e incluso podríamos
agregar aquí a Cristiano Ronaldo, Joao Moutinho y Rui Patrício; sangre nueva
que dio resultados variopintos en la forma de Renato Sanches, Joao Mario, André
Gomes, Adrien Silva y Raphael Guerreiro; además de jugadores que se hallaban un
tanto a la deriva como Nani –su torneo lo revalorizó y lo hizo fichar por el
Valencia-, Ricardo Quaresma –quien obtuvo una suerte de revancha en su
inconsistente carrera- o el héroe inesperado de la historia, Eder. Éste no era, en papel, un equipo capacitado
para ganar la Eurocopa y hay que reconocerles la capacidad de sufrir, de arañar
resultados y soportar todo lo que les lanzaron hasta ese momento en el que Eder
se convirtió en leyenda en París.
En un torneo de
inconsistentes, el equipo más consistente fue Portugal en su línea pragmática y
sacrificada. Estos lusitanos
probablemente no inspiren poesía a los futuros escritores de fútbol y tal vez
no sean esos ídolos que inspiren a millones de niños a dedicarse a esto
(exceptuando en su país, claro está); pero también hay un espacio en el deporte
para los que batallan, lo dan todo y deben sudar hasta la última gota para
conseguir sus metas. A Portugal no le sobró nada en este torneo; todo lo
consiguieron al límite y extrayendo fuerzas de lugares impensados. Lo suyo es
una demostración de que muchas veces nos encasillamos en las ideas elitistas de
que un campeón debe ser el equipo que juegue de manera más atractiva –hay que
diferenciar entre jugar bien, que es conseguir resultados, y jugar vistoso, que
es practicar un estilo ofensivo y preciosista- y el que ostente los mejores
jugadores; salvando las distancias, el Leicester hizo lo mismo esta última
temporada en la Premier. Son el espíritu
viviente de la Eurocopa Francia 2016 porque encarnan esa incomodidad, esa garra
y ese pragmatismo que caracterizó este torneo y, de una forma algo torcida, hay
una cierta belleza en eso: en el hecho de que, a punta de resultados apretados,
prórrogas y eventos desafortunados como la lesión de Cristiano, supieron
imponerse con un gol de un delantero que, para citar a Rubén Capria, no está ni
en el Top 10.000 de Europa. Porque como he estado escuchando desde que veo
fútbol: “Portugal nunca ha tenido buenos delanteros, exceptuando a Eusebio y
Pauleta”. Cierto, pero tienen a Eder y Eder vale una Eurocopa.
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