Los partidos de fútbol
entre dos equipos rivales no son partidos; son guerras interminables para
determinar quién es el mejor entre los dos en una batalla sin parangón en la
cual ninguno jamás admitirá su flaqueza o su inferioridad. Como hincha del Manchester United, no hay mayor partido para un
servidor que un Manchester – Liverpool: los dos gigantes históricos del fútbol
inglés siempre han ostentado partidos y luchas épicas en las cuales uno siempre
ha llegado mejor que el otro, pero eso nunca ha parecido evitar que ambas escuadras
den el todo por el todo hasta el último segundo. He vivido las victorias
más poderosas y las derrotas más desoladoras contra los de Merseyside; pero
todas y cada una de esas vivencias tienen un nombre en común: Steven Gerrard. O
también conocido como el enemigo público número uno de todo aquel que se precie de
ser un Diablo Rojo… pero la vida va más allá del blanco y negro; o de Anfield y
Old Trafford, si lo prefieren. Cuando la
rivalidad alcanza altísimas cuotas de competitividad y de pasión, muchas veces
cruzamos la línea y menospreciamos al contrario cuando muchas veces es ese
mismo adversario el que te ha llevado a ser quien eres hoy en día –se necesita
de un buen némesis para volverse un gran individuo. Los seres humanos requerimos
de oposición y contrariedad para crecer; es imperativo que tengamos en nuestras
vidas a un individuo, ente u objeto que nos empuje a ser mejores con su deseo
de vernos derrotados y rendidos. Sin un
símbolo que represente lo que queremos superar, es difícil que uno se motive a
continuar con el ímpetu requerido. Esta semana se acaba la época Steven
Gerrard y, como estoy seguro que ya sabrán, han proliferado una infinidad de posts y artículos dedicados a la vida y
obra del jugador más emblemático de la era moderna del Liverpool. Pero La Soledad del Nueve nació con la idea
de ofrecer algo diferente a los amantes del fútbol y esta vez voy a dedicar
este artículo a lo que Steven Gerrard fue para mí como hincha del United.
Como un neutral, como
un mero amante del fútbol, Gerrard fue para quien suscribe un futbolista
fenomenal y estratosférico. Steven era el concepto idílico del box to box británico: era un mediocampista capaz de defender con fiereza,
atacar con una propiedad pasmosa, un chute a larga distancia espectacular, una
zurda más que dúctil, buen cabezazo y un líder dentro de la cansa que no se
escondía en las horas más oscuras. Era un jugador con la capacidad
individual de sacar adelante al Liverpool en unos partidos y temporadas
francamente pobres con la voluntad de once jugadores atrapados en el cuerpo de
un ser humano promedio. Como un neutral, debo de decir que la leyenda del
Liverpool siempre ostentó algo que valoro: el esfuerzo y la lealtad. Gerrard vivió el sueño que todo niño amante
del fútbol ha añorado: vestir la camiseta de su equipo favorito y ser el
líder, figura, e ídolo de todos los que eran como él. Hay quienes le
achacan –hinchas del United en su mayoría, lo reconozco- el hecho de que nunca
se atrevió a irse del Liverpool para conseguir más títulos en mejores
plataformas deportivas, pero yo no concuerdo: hay una cierta nostalgia y
respeto que se genera en mí al atisbar jugadores que no abandonaron a su club
en las malas y se quedaron para sacarlos adelante. Gerrard se va en el ocaso de
su carrera a la MLS posiblemente para asegurar su futuro y poder jugar sin la
presión de tener que ser el héroe todos los miércoles y domingos –los Dioses
del fútbol saben que ha pasado toda una carrera haciendo eso. Como acoté con
anterioridad, Steven Gerrard es el mayor estandarte de la era moderna del
Liverpool y tuvo el infortunio de surgir en una época en la que el club inglés
iba doblegando su dictadura en Inglaterra y Europa a favor de equipos en ascenso
como el Manchester, Arsenal, Manchester City y Chelsea. En los años en los que el Liverpool se vio abandonado y desolado,
Gerrard aparecía como el único resquicio de luz en un cielo frío y negro.
Como hincha del
Manchester, Gerrard era mi enemigo. El 8 del Liverpool era el mayor ejemplo de
animosidad y era a quien yo quería ver derrotado; quería que Park y Carrick le
arruinaran la existencia por 90 minutos. ¿Por qué, preguntan? Porque era el símbolo del Liverpool -nuestros
rivales- y lo veíamos como ese gran obstáculo que debíamos superar para ser
mejores –su derrota significaba nuestro triunfo. Para él era igual: sólo
hay que ver cómo celebraba sus goles en Old Trafford besando la cámara y
molestando a la hinchada de Stretford End. El año pasado, disfruté como pocos
su resbalón contra el Chelsea que les costó su primera Premier League y cómo
sus últimos partidos lo iban consumiendo de adentro hacia afuera, era la
sublimación de todo lo que una vez habíamos esperado y que ahora se había
vuelto realidad cuando el mayor ídolo y figura del némesis los condenaba a un
año más en el ostracismo liguero. Muchos
hinchas del United jamás podrán encontrar en sus seres algo de compasión o de
empatía para las vicisitudes que Gerrard ha tenido que endurar desde aquel
descenso estrepitoso de su equipo que comenzó en 2.009; pero es que los hinchas
del Liverpool tampoco lo harían por Giggs, Scholes o Neville –tal es la
naturaleza de la bestia. Liverpool y Manchester United están destinados a
odiarse como instituciones deportivas y en el caso del United, Gerrard es el
máximo exponente de la institución de Merseyside.
Pero yo no soy
cualquier hincha del United y por más que haya gozado con su desgracia
deportiva –siempre debe ser sólo deportiva-, puedo valorar los pros y los
contras de la ilustre carrera de nuestro protagonista. Por un lado, está el batallador incansable, el que impulsó al Liverpool
desde sus comienzos imberbes en el fútbol inglés para cosechar múltiples
títulos y cuyas cualidades futbolísticas en el mediocampo eran, en su apogeo,
segundas a muy, muy, pocos. Un bastión en el cual todos los jugadores e
hinchas podían apoyarse para salir adelante como la legendaria final de la Champions
en Estambul o la final de la FA Cup en el 2.005. Un ejemplo de cómo el fútbol
debe ser jugado y siempre dispuesto a aportar algo en la cancha. Pero por el otro lado, estaba el jugador
que muchas veces dejaba que sus emociones lo controlaran hasta desquiciarlo,
como su roja hace unos meses contra el United donde pisoteó a Ander Herrera
durando solo 90 segundos en la cancha; está el jugador que nunca se plantó para
exigir más a sus compañeros y prefería hacer todo por su cuenta; está el
jugador del seleccionado inglés que nunca, JAMÁS, supo adaptarse a un doble
pivote con el que era su otra mitad futbolística, palabra de muchos iluminados
del deporte, llamada Frank Lampard. Esto último es importante de resaltar: Gerrard se retira
sin dejar nada importante a nivel internacional con su selección y siempre
quedará el lamento de una generación brillante en potencial que se basó por años en el aporte de
Lampard y su persona, pero siempre acababan vencidos por los Xavis de España,
los Pirlos de Italia o los Schweinsteigers de Alemania. Como seguidor asiduo
del fútbol inglés, he leído por años críticas al sistema de formación del país
porque no tenían jugadores como los acotados mientras que Lampard y Gerrard no
sabían ajustarse a un rol que no fuera el del alfa del mediocampo, soltando
exclamaciones como: “¿¡POR QUÉ!? ¿Por qué no tenemos jugadores así?”. Y yo les
digo esto a los ingleses: sí lo
tuvieron. Pero dejaron que el pobre pelirrojo se pudriera en la banda izquierda
y dejaron que se retirara del seleccionado en el 2.004. No diré más acerca
de ese tema.
Más allá de los
títulos, la carrera de Steven Gerrard es una consagración basada en trabajo y
lealtad; es un ejemplo para todos los futbolistas que sólo piensan en dinero y
en el corto plazo. En una sociedad donde todo lo que importa es el fin y no el
medio, es refrescante apreciar a individuos como éste que agraciamos hoy puesto
que ya casi no hay como él y están en peligro de extinción. No lo digo con
envidia o pesar –el Manchester tuvo a uno así en Ryan Giggs y éste fue mucho
mejor. Steven Gerrard fue un ídolo hasta
el último día en Anfield y un enemigo en Old Trafford. Pero será extrañado
también por los hinchas del Manchester. Es más, su marcha hace al United un
poco más pobre. Caballeros que le van al United: se va GERRARD. ¿A quién vamos
a insultar ahora? ¿Con quién nos vamos a meter? ¿De quién nos vamos a reír
cuando pierdan? ¿De Sturridge? Sus pasos de baile son muy funkies y tienen
estilo, pero no es lo mismo. Steven
Gerrard hacía mejor al Manchester United: los desafiaba, los increpaba y los
miraba a los ojos en temporadas en las que toda Europa temblaba al sonido de su
nombre; fue el exponente de un club que siempre le ha amargado la existencia a
los del United, pero que eran y son vitales para que este club pueda subsistir
con la grandeza que lo caracteriza. No hay Manchester United sin el
Liverpool y viceversa. Son intrínsecos para el éxito de ambos y con Gerrard se
pierde a un elemento esencial para hacer de estos partidos y competiciones algo
más. Cierto, tarde o temprano se iba a ir, pero eso no evita que no exista algo
de tristeza al ver que no podremos vencerle una vez más. El hincha necesita
eso: un rostro al cual desafiar.
Lo que quiero decir con
este artículo es: gracias, Steven Gerrard. Gracias
por haber anotado de tiro libre en Old Trafford para que buscáramos el partido
en más de una ocasión, gracias por haber hecho competitivo al Liverpool cuando
no lo eran para que así los partidos fueran más emocionantes, gracias por
haberte resbalado y así privarlos de una victoria histórica. Pero, por
sobre todas las cosas, gracias por haber sido del Liverpool y haber dado hasta
la última gota por ese club; así disfrutábamos más con la victoria sobre ellos. Gracias,
Gerrard. La pasamos muy bien.