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martes, 15 de diciembre de 2015

Así lo veo, Ken: ¿Es Pablo Daniel Osvaldo una causa perdida?



“Quizás un loco era sólo una minoría de uno.”
- George Orwell, 1984.

Todo hombre carga con un pasado y con vivencias que han moldeado lo que es hoy en día. Es a través del conflicto de la injuria, el dolor de las decepciones y las asperezas de la vida misma las que nos definen como seres humanos adaptados a este complicado mundo… o al menos tratamos de adaptarnos. El mundo actual es un caos envuelto en megalomanía, agites constantes y la imperiosa necesidad de siempre estar obsesionados por algo, como si la tranquilidad fuera un concepto desdeñable en comparación del caos que son nuestras existencias hoy en día. Pero, ¿qué pasa si no nos acostumbramos al caos? ¿Si toda la algarabía, el desorden y el estrés de la vida nos agobian hasta el punto que nos quebramos y decidimos dejar de ser parte de la maquinaria, al más puro estilo de un niñito berrinchudo? Bueno, no hay que imaginarlo teniendo a Pablo Daniel Osvaldo, el adicto al caos del mundo del fútbol. Y como es costumbre al final de cada seis meses en el calendario futbolístico, el delantero ítalo argentino planea cambiar de aires por sus diferencias personales con el patrón de turno, en este caso siendo el Oporto de Portugal. El tema es que esto ya no sorprende a nadie y yo me pregunto: ¿Es simplemente un idiota o hay razones más profundas detrás de los viajes de nómada de este díscolo personaje? ¿Por qué su desadaptación constante con el entorno socio-futbolístico? ¿Es Pablo Daniel Osvaldo una causa perdida?


Busquen la carrera de Osvaldo por la vía que les parezca más sencilla –Wikipedia, vamos- y verán el nombre de equipos tan ilustres como la Fiorentina, Roma, Juventus, Southampton, Inter, Boca Juniors o sus actuales empleadores del Porto, además de unas cuantas actuaciones con la Selección Italiana. Cualquiera de nosotros mataría por una trayectoria tan importante. Es una carrera envidiable y con Osvaldo sólo la vemos como un cúmulo de oportunidades desperdiciadas. Cada parada que ha hecho ha estado plagada de desavenencias, conflictos y polémicas fuera de la cancha. En Roma es figura no grata por cabecear a un compañero y encararse con la afición; en el Soton fue un punto negro por su bajo rendimiento en una de las mejores campañas en la historia del club y siendo un fichaje record del club; en la Juventus pasó sin pena ni gloria; en el Inter se auto expulsó las de tierras lombardas tras un encontronazo con la directiva y el igualmente polémico Mauro Icardi. Y ahora, en el gigante portugués, donde casi no ha visto acción, maquina un más que posible retorno a su amado Boca Juniors, club del que es hincha y en el que se fue por la puerta de atrás debido a la falta de fondos en su momento para mantener su pase. Todas estas trifulcas e injurias solamente ennegrecen a un individuo que, controversias aparte, es un muy buen futbolista: tiene velocidad, cabezazo, sabe usar ambos pies y es inteligente para moverse en el área rival. En sus escasos instantes de consistencia ha demostrado sus galones de calidad; pero nunca ha tenido la suficiente madurez para perdurar en alguna institución. Es un nómada futbolero y un hombre sin nación –no pertenece a ningún lado.


Más allá de los campos de fútbol y toda la megalomanía que esto encarna, es difícil no sentir algo de intriga por ese personaje caótico y nocivo para su propia carrera que es el que se ha creado alrededor de Osvaldo. Con su vestimenta estrafalaria, sus múltiples tatuajes, sus lentes tan alternativos y su cabello largo, parece un doble de Johnny Depp y más un músico que un futbolista. Es un fanático irredento del Rock y en sus entrevistas siempre habla de su predilección por The Rolling Stones, Led Zeppelin o Pink Floyd –incluso tiene tatuado las portadas de The Wall y The Dark Side of the Moon. Él mismo reconoce que tiene, y cito, “un carácter de mierda” y que la razón por la que cambia tanto de clubes es que siente que “la felicidad siempre se encuentra en otro lado”. Ha tenido tres hijos con dos mujeres distintas y ambas han compartido por la vía del Twitter la aparente actitud de infante que ostenta el otrora delantero de la Fiorentina. Estamos hablando de un hombre atrapado en la cruenta estación que representa el paso de la juventud a la adultez; ese insípido pero necesario paso para poder avanzar en esta vida –Osvaldo se halla en una encrucijada de la que no desea salir. Su personalidad irregular, su explosividad que le ha costado pasos por grandes equipos y su innegable fascinación por la locura son las características de una persona que no está totalmente a gusta con el punto en el que se encuentra y que busca aferrarse a estos arrebatos como una forma de alejarse de cualquier responsabilidad. Los cambios de clubes son eso: una válvula de escape para empezar de nuevo y no tener que asentarse en un lugar donde, invariablemente, va a tener que ejercer responsabilidades. Y eso último lo aterra a Osvaldo.


El caso del ítalo argentino es peculiar porque se ha convertido en una constante en su carrera, pero también hay que interpretar que tener diferencias en tantas estaciones de su vida futbolística ya no es una coincidencia o las vicisitudes de un jugador meramente conflictivo –es algo que parece consciente. Existen rumores e historias que dicen que su éxodo de clubes como la Roma o el Southampton, entidades en las que cabeceó a un jugador de cada equipo, fueron maquinados por su persona porque ya no se sentía a gusto. Todo esto no son más que soluciones temporales, salidas atropelladas y la falta de valor para afrontar la realidad. Ahora puede que vuelva a Boca pero, ¿cuánto durará en el club xeneize? Cuando estuvo empezó muy bien y luego se fue desvaneciendo a medida de que sus artimañas se acentuaban. En un mundo del fútbol donde el presente es lo que importa, las idas y venidas de Osvaldo le irán pasando factura hasta el punto en que sólo ligas como la MLS, la de Qatar o la de China se interesarán en él. ¿No posee ambiciones? ¿No desea ir más allá de lo que ha logrado? ¿Cómo un jugador puede pasar por tantas instituciones de tan alto nivel y no querer asentarse? Temor a la responsabilidad, simple y llanamente. Huye acobardado porque no se siente capaz de afrontar la realidad de que le toca pasar trabajo o que debe afrontar un reto y se marcha a otra realidad donde espera que el próximo club lo consienta, como le sucedió por un ínfimo momento con su preciado Espanyol de Barcelona en la temporada 2.010/2.011. El tema es que Osvaldo no busca adaptarse al mundo; busca que el mundo se adapte a Osvaldo. Y aunque es un muy buen jugador, no es lo suficientemente talentoso para encontrar un lugar donde se le valore y se le “mima” de esa forma –Boca tampoco lo será ahora que ha regresado Tévez. Así que son patadas de ahogado, como quien dice.


Todo hombre carga con un pasado y con vivencias que han moldeado lo que es hoy en día. Pablo Daniel Osvaldo es uno de los nómadas por decreto del fútbol y no ha encontrado un lugar donde pueda explayar su juego a sus anchas por más de una temporada –y siendo sincero, un servidor no cree que ahora lo encuentre. Su regreso a Boca es más que probable; pero sólo será otra estación en una carrera intermitente e irregular. Osvaldo es una causa perdida porque él ha deseado serlo y, casi a los treinta años de edad, veo muy complicado que logre establecerse en algún lugar cuando ha quemado los pocos puentes que le quedaban. Pero necesitamos algo de narrativa, ¿verdad? Y si algo provee este fanático de los Stones es de contenido para narrar y esperaremos con ansias sus próximos conflictos para saber a dónde huirá y a dónde tratará de forjar un vínculo que él romperá deliberadamente. Como este argentino, hay muchos casos de futbolistas desadaptados a la realidad del fútbol actual y no comprende que sus problemáticas han surgido por su propia actitud, cosa que es muy probable que nunca cambie. Y eso lo vuelve la minoría de uno, como diría Orwell.

¿Creen que Osvaldo es una causa perdida? ¡Opinen!

sábado, 5 de diciembre de 2015

Segundos para Recordar: cómo me dueles, América.



NOTA: Este artículo fue hecho por un colega de Colombia, Yeison Plazas, quien es un hincha efervescente del América de Cali y eso es parte de una pasión que fluye por la sangre de su familia. Estoy muy complacido de contar con su impronta como autor invitado y espero que les guste su contribución.

Cómo me dueles, mi rojo querido, con lágrimas en mis ojos, y sintiendo la más grande impotencia, escuchando el himno de fe y alegría compuesto por el grupo Niche; mi corazón está roto, algo que la gente del común no entiende. Otro año más en la categoría B del futbol colombiano.

Cómo me duele mi rojo escuchar la canción que nos identifica y que sonaba en toda Cali -y en los medios de Colombia- cuando quedábamos campeones; y ahorita hacerlo de despecho, porque de nuevo estamos otro año sumidos en la B y soportando burlas. ¿Será que volverá ese sabor que nos daba el medico Ochoa Uribe donde a finales de los 70s, después de 50 años de fundación, se ganó el primer torneo, donde todos los obreros de Cali y la clase humilde fue a verte y por eso te apodan “la pasión de un pueblo”?


En los 80s fuimos los reyes de Colombia, donde envestíamos como un toro a cualquier rival, paseábamos por Suramérica dando catedra de un buen futbol de ataque. Ése América que enamoró a mi padre, donde nos dábamos el lujo de tener a Juan Manuel Battaglia, Roberto Cabañas, Willington Ortiz, el Tigre Gareca, “el pibe del barrio obrero” Alex escobar, el pitufo de Ávila, Julio cesar Falcioni, entre muchos más. Éramos el ejemplo de tener la cantera más grande del país y hasta pudo haber llegado, sino es por traspiés en el traspaso, un joven Diego Armando Maradona.

Ese mismo equipo que perdió 4 finales de Copa Libertadores, pero la más recordada: un 31 de Octubre de 1987, Estadio Nacional de Santiago y un partido polémico contra Peñarol porque esta final se definía en tres partidos ya que ése era el sistema de juego de aquel entonces; si persistía un empate entre los dos equipos, se debía jugar otro encuentro en cancha neutral. Al plantel no se le asignó hotel para concentrarse, el vuelo se retrasó, durmieron unas pocas horas en el aeropuerto chileno y en la precariedad se debía librar este encuentro. Toda Colombia estaba pendiente del desenlace de esta historia; Cali era una fiesta; y mi progenitor con un radio de transistores pendiente para celebrar.

El partido transcurría y pasaban los minutos; era una lucha dentro de la cancha; pasaron los 90 reglamentarios, y el América con ese empate sin goles sellaba su destino para ser el más grande del continente. Pasa el tiempo extra. 120 minutos de infarto y faltando dos segundos para acabar el compromiso, el delantero Diego Aguirre, en un descuido de la defensa americana, marca un gol agónico que le entrega el título a los aurinegros.


Hubo un corte de luz en pleno partido en Cali, exactamente en los minutos finales, y los hinchas no se habían enterado de lo sucedido. Cuando volvió el fluido eléctrico lo inimaginable llegó: la noticia del gol de Peñarol, lágrimas en los ojos de un centenar en Cali, los del rival de patio celebrando la derrota, y mi papá estrellándose contra las paredes sin explicarse por qué sucedió esto.

En los 90s y principios de los 2000 se ganaron títulos locales. En 1996 se llegó a ser el 2do mejor equipo del mundo según el escalafón de historia y estadística de la FIFA; en ese mismo año se jugó otra final de Libertadores, pero esta vez se perdería con River Plate.

Pero la desgracia más grande fue el descenso en el año 2011 y esto no se dio gratis; todo el poderío que consiguieron los Diablos Rojos era producto del narcotráfico. El capo Miguel Rodríguez Orejuela era el principal accionista del club. En él se hicieron lavados de dinero con los traspasos de los jugadores y, consecuencia de esto, el departamento de estado de los Estados Unidos lo incluye en la lista Clinton en el año ‘96, lo cual pone al equipo en un bloqueo económico; se tuvo que sobrevivir sin patrocinios y no se podían hacer transacciones bancarias. A pesar de esto, el equipo sobrevivió principalmente por el apoyo de sus hinchas, y en el 2008 se consiguió otro título nacional, que es el número 13 en su historia.


Pero las malas campañas y la falta de patrocinios hacen que, al perder el partido de promoción contra Patriotas en un diciembre del 2011, caiga a la segunda categoría donde ha estado por cuatro años consecutivos. Y ése es el dolor más grande. Duele, América, porque en el transcurrir de estos años, en lo financiero, se ha tratado recuperar; en el 2013 se les excluyó de la lista Clinton, y esto daba nuevos “aires” y nueva ilusión de ascender, y tener una nómina respetable para afrontar el torneo. Pero a pesar de que se han hecho buenas campañas al final sorpresivamente se pierde. Se ha acusado de corrupción, o que el equipo tiene un negocio de estar por cinco años en esta categoría ya que antes de bajar no había ni TV para transmitir los partidos; el “boom” fue de un “grande” estando allí y darle valorización a la categoría.

El pasado 26 de noviembre del presente año se pierde otra oportunidad de ascender y se disputará la temporada 2016 en esta categoría. Duele, mi América, porque si hay algo que nadie podrá quitarnos, es nuestra historia. Pero estoy cansado de hablar de ella; de recordar esos partidos que nos hicieron grandes; esas alegrías junto con mi padre cuando poníamos el himno de Fe y Alegría y reíamos por ser uno de los más grandes de Colombia.


Duele todo esto; pero todo se lleva en la sangre. Yo nací un día cuando jugaste y le ganaste a Atlético Nacional en la fase de grupo de la Copa Libertadores; le diste una alegría doble a la familia. A pesar de ese desconsuelo y no saber qué vaya a pasar, uno no deja lo que ama. No sé cuándo recuperaremos nuestra grandeza, pero de algo estoy seguro: que tienes una de las hinchadas más fieles que existe y ésta se repondrá del dolor como varias veces lo hemos hecho. Y por último, ¡y dale y dale, rojo, dale!

lunes, 30 de noviembre de 2015

Fichajes Estrellados: Rivaldo al Milan.



El enemigo había regresado a su casa y esta vez no iba a librar una batalla campal siendo mucho mayor que en aquella ocasión. Ya no era el de antes. Sí, si lo intentaba de nuevo, lo más probable es que tuviera oportunidades de ganar una vez más, pero ya no se trataba de supremacía sino de coexistir y este rey, agotado por sus conquistas, necesitaba de nuevos horizontes y nuevos reinos –por lo que se engalanó las ropas de un imperio rojo y negro para alejarse de aquel tirano.

En el verano del 2002, cuando el brasileño Rivaldo, uno de los mejores futbolistas por esos años –para algunos, el mejor-, retornó a su Barcelona luego de erigirse como campeón del mundo en Corea Japón 2002, la sorpresa que se debe haber llevado al estar una vez más cara a cara con su némesis, Louis Van Gaal, debió haber sido memorable. El holandés y él ya habían tenido su guerrilla personal en el pasado; pero ya los tiempos habían cambiado, los dos estaban un poco más viejos y afectados por sus vivencias, por lo que ninguno tenía la fuerza para batallar una vez más por la supremacía del Camp Nou. Algunos lo vieron como un destierro, pero el cese del contrato de Rivaldo del Barcelona debe ser visto como la máxima prueba de que Van Gaal y el brasileño ya no querían más pleitos –simplemente reconocieron estar hartos uno del otro. Y así llegó a Milán.


Sin ofender a mis lectores rossoneros, el club italiano ha adoptado desde comienzos del siglo una mentalidad de equipo de fútbol que recluta estrellas en declive para darles una última gran oportunidad, lo que ha conllevado a una gestión deportiva bastante defectuosa; así tenemos casos de jugadores como Stam, Emerson, Redondo, Cassano, Robinho, Ronaldo, Ronaldinho, Torres o algún otro que me dejo en el tintero que nunca recuperaron su mejor forma y fueron gastos innecesarios para la institución. Uno de los muchos motivos por el cual el club italiano ya no se halla en la palestra de primer nivel en el fútbol mundial. En el caso de Rivaldo, puedo entender la razón de su contratación; después de todo, éste era un jugador que venía de brillar en el Barcelona y que había tenido una actuación fenomenal en el Mundial del 2002 como uno de los mejores del torneo –era una apuesta que no tenía mucho riesgo si sumamos a esa ecuación que el brasileño llegaba con la carta de libertad y dispuesto a bajarse el sueldo. Valía la pena el intento, ¿verdad?

Si miramos atrás al 2002, habían pocos equipos en el mundo que fueran superiores en materia de nómina y con un entrenador que comenzaba su senda triunfadora como Carletto Ancelotti. Un plantel que contaba con jugadores como Maldini, Seedorf, Nesta, Pirlo, Gattuso, Inzaghi, Shevchenko, Redondo, Rui Costa, Costacurta y un par más era uno en el que un crack de la talla de Rivaldo podía adaptarse a gusto y demostrar su incuestionable calidad. Pero no fue así. Rivaldo arribó a una Serie A que era el torneo más competitivo del mundo por esos años y donde la exigencia física lo hizo caer en varias lesiones prematuras, además de una adaptación al rigor táctico que no era tan tenso en España –cosa que su compañero en el Barcelona y ex-Milan, el holandés Patrick Kluivert, había advertido cuando fructificó su traspaso. La cosa había empezado bien con el brasileño demostrando mucho entusiasmo en su nuevo equipo en las primeras ruedas de prensa; pero la cuestión comenzaría a ser una espiral descendente en lo que significaría el ocaso de la carrera del otrora Balón de Oro como jugador de clase mundial.


Y ese ocaso se originó, principalmente, por los temas fuera de la cancha. Sí, le costó mucho en lo futbolístico adaptarse a la liga italiana, pero su relación con el entrenador no fue la idónea y, para hacer los asuntos peores, lo dejó su esposa poco después de unirse al equipo del “Diabolo”. Rivaldo estuvo en una tormenta perfecta en su primer año con el Milan a pesar de haber ganado una Coppa Italia y una Champions; fue la temporada en la que más jugó de las dos y se le vio apagado, sin energía y sin chispa. Un jugador que transitaba la cancha con desgaña y sin desparpajo; no tardó mucho en que Ancelotti apostara por Rui Costa en ese puesto y el portugués rindió mucho mejor. El brasileño dijo en una entrevista por esos tiempos que hizo en su país que cuando Ancelotti le hablaba en los entrenamientos, sabía que iba a jugar; si fuera al revés, sabía que no estaría ni convocado. Poco a poco su estrella se fue apagando y como el equipo estaba funcionando bastante bien, no mucho le prestaron atención a su bajo rendimiento y en su segunda temporada, donde hasta el propio Paolo Maldini le exigía un poco más en la pre-temporada, jugó solamente un partido en todas las competiciones y rescindió su contrato en diciembre para irse al Cruzeiro de Brasil en enero.


Éste fue, mirando en retrospectiva, un ejemplo arquetipo de lo que es un fichaje estrellado y poca repercusión ha tenido con el pasar de los años –lo que me parece un tanto irracional cuando estamos hablando de unos de los mejores jugadores de los últimos treinta años en uno de los clubes más grandes del mundo. La relación entre Rivaldo y el Milan fue entorpecida por múltiples factores que hicieron de ésta una unión destinada al fracaso; así imperaron temas de egos, malas decisiones de ambas partes y el hecho de que tal vez la Serie A no era el mejor lugar para el crack carioca. Aunque siendo justos, otra forma de mirar este traspaso es como la transición de Rivaldo de un jugador top a uno que es un veterano de buena calidad; el momento en que se convirtió en una “vieja gloria”, sin ánimos peyorativos, y que debía adaptarse a nuevas costumbres. Luego de su retorno a Brasil, jugaría en Grecia por muchos años y cuajaría actuaciones para nada desdeñables, jugando Champions League en el proceso. Al final del día, este fichaje fue un fracaso en lo deportivo y es una pieza más de ese amplio rompecabezas que es el retiro de cracks llamado AC Milan. Y ni les cuento cuando en su segunda temporada llegó un chico con cara de niño bueno llamado Kaká; ahí Rivaldo dejó de existir para el hincha milanés.

El enemigo había regresado a su casa y esta vez no iba a librar una batalla campal siendo mucho mayor que en aquella ocasión. Ya no era el de antes.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Nos volveremos a ver: Raúl, el ángel eterno del madridismo.



El segundo máximo goleador histórico del Real Madrid, el segundo máximo goleador histórico de la selección española, el jugador con más partido en la historias del equipo blanco y el tercer máximo goleador histórico de la UEFA Champions League. Ganador de tres Champions, seis ligas españolas y muchos otros títulos en los clubes que ha jugado. Nada de eso importa. Hay jugadores que trascienden más allá de los números y los títulos; hay mitos y místicas que no pueden ser cuantificadas porque la gloria, la clase y el señorío son elementos necesarios en esta vida, pero que muy pocos pueden ostentar. No hay cursos ni entrenamientos ni fórmulas mágicas que te hagan representar a toda una estirpe o a una forma de ser; es algo que se logra a través de toda una carrera y con la honestidad de quien sabe que el trabajo es el único sendero viable. Y este mes, un trabajador, un batallador, un ángel, ha decidido que el fin ha llegado, pero para la eternidad quedarán momentos sempiternos para quienes amamos este deporte. Se retira Raúl, el jugador más grande de la época moderna del Real Madrid. Y aquí, en La Soledad del Nueve, no buscamos más que agradecer a un hombre que encarnó tantas buenas costumbres y que deben ser recordadas.


Raúl –llamarlo por su apellido o su nombre entero hoy en día parece una blasfemia- es, a mis ojos, el más grande jugador de la historia del Real Madrid. Siendo forjado en las inferiores del club blanco luego de sus comienzos en las juveniles del Atlético –lo que hubiera sido verlo de rojiblanco en una realidad alterna-, el legendario ‘7’ blanco fue poco a poco pavimentando su trayecto como el jugador por antonomasia del club, en dura pugna con Alfredo Di Stefano, Juanito, Iker Casillas y Fernando Hierro. Si hacemos una revisión a su carrera con los merengues, podemos verlo anotando en algunas de las estancias más importantes a nivel club de la historia del fútbol y siendo vital para los éxitos de su equipo; pero lo que más sorprende de Raúl no eran sus números como goleador, que ya de por sí eran brillantes, sino por su variedad de recursos. Para los más jóvenes, busquen un compilado de los goles del ‘7’ legendario del Madrid; conseguirán un amplio abanico de anotaciones hechas de todas las maneras posibles. Compañeros como Fernando Morientes o Luis Figo siempre señalaban la versatilidad en definición de Raúl como un componente que lo hacía un jugador único; Sir Alex Ferguson siempre fue un aficionado de su trabajo y en las ocasiones en las que se enfrentaron recalcaba la calidad de desmarque, definición y variabilidad del español. En lo futbolístico, era un crack en toda la norma y de los mejores delanteros del deporte. Pero como dije, no son los números ni la calidad futbolística lo que más importa. Lo que más importa es el sentimiento de propiedad y de identidad que Raúl tenía con el madridismo.



Éste era un jugador que vivió diferentes épocas del club blanco y siempre fue el héroe que surgía de lo inesperado para salvarlos. Era, como su apodo lo señalaba, el ángel guardián del equipo. Los 90s fueron sus años de formación y donde se fue desarrollando como uno de los mejores jugadores del mundo hasta conseguir su cenit futbolístico en la famosísima generación de los Galácticos. Y en un equipo con la vertiginosidad de Figo, la potencia de Ronaldo o la clase sin parangón de Zidane, él hacía ver fácil la misión de buscar una apertura para anotar, leer los movimientos de los rivales como un cazador empedernido por la sangre de su presa y se volvía ese héroe de las finales –ese guerrero blanco que aparecía para salvarlos a todos. Él nunca fue un personaje estridente, de declaraciones polémicas o de frases para el recuerdo; él era un jugador de fútbol forjado en el respeto y en hablar en la cancha. Su función era hacer bien su trabajo en el campo y luego tomar sus botas e irse a casa. Y más nada.


Existen incontables rivalidades en el mundo del fútbol e incluso algunas que rayan en la enemistad. Pero Raúl, siendo el símbolo del Madrid en la época reciente, nunca tuvo la odio del Barcelona o de sus seguidores; al contrario, era altamente respetado por sus contrincantes. Era un bastión inexorable de los merengues y por más que nunca he sentido ningún tipo de afecto o cariño por la camiseta por la que estaba dispuesto a morir, Raúl representaba algo más grande que eso: representaba y pregonaba con su clase una especie de futbolistas señoriales, leales y que tenían las costumbres del respeto bien aprendidas. En un mundo lleno de deportistas que se creen raperos y que lo tienen todo a los 24 años -incluyendo ser alabados como dioses por tres jugadas buenas en 15 partidos- cómo se necesitan señores como Maldini, Zanetti, Giggs, su homologo culé Puyol o el propio Raúl: jugadores que más allá de su calidad y trayectoria trabajaban, se fajaban en la cancha, lo daban el todo por el todo y mantenían el respeto antes que todo. Jugadores como eso se necesitan hoy.

Y este mes ha decidido dejar el fútbol, después de dos temporadas también excelsas en el Schalke 04 –donde ayudó al equipo allegar a semifinales de Champions en el 2.011-, en el Al Sadd de Qatar y luego en el resucitado New York Cosmos donde se ha retirado como campeón de la segunda división de Estados Unidos. Ahí quedan en el recuerdo todos sus logros y todos y cada uno de ellos merecen ser valorados por quienes amamos este deporte. ¿Por qué? Porque desde sus primeros días hizo goles importantes, como aquel que hizo en el derby contra el Atlético que fue su primer gol en el club blanco. Porque hizo goles importantísimos en las finales de la Champions, como aquella corrida memorable contra el Valencia en París o aquel tanto de goleador de raza contra el Leverkusen en Glasgow. Porque siempre fue el primero en dar la cara por el equipo. Porque batalló hasta el final en esa cardiaca liga de Capello del ’07 donde el Madrid le puso un corazón más grande que el Bernabéu mismo para ganarlo y lo dio todo junto a un Van Nistelrooy descomunal. Y porque al año entrante, cuando el rival eterno tuvo que hacerles el ahora tan famoso “pasillo”, los saludó y le dio la mano a los del Barcelona con el sumo respeto que un colega de profesión se merece. Y ésas son cosas que uno, como hombre de bien, no olvida. Esas cosas que solo los verdaderos ídolos hacen.


Ahora se retira a lo grande, como el campeón y el predestinado a la grandeza que siempre fue, y marcha sin premura a ese Valhalla particular de los Dioses del Fútbol donde ya le tienen reservada una silla. Y ese puesto, esa silla, se lo ha ganado en su campo de batalla particular que es la cancha de fútbol y el Santiago Bernabéu como el reino al que siempre perteneció. Porque es el eterno ángel de Madrid y el imborrable símbolo de incontables generaciones. Y aquí, como un humilde aficionado a este deporte, le agradezco por todo lo que nos dio.

Raúl, ha sido un honor verte jugar.

Este artículo está dedicado a mi hermano mayor, Charby Tanza, quien está de cumpleaños hoy. Siendo un madridista hasta la médula, espero haya disfrutado con este pequeño tributo a una leyenda como el ‘7’.