Cuando
comencé a ver fútbol por allá en el año 2.005, los jugadores brasileños eran la
cúspide del deporte, a mis ojos. Como muchos en este planeta, estaba cautivado
por la forma de jugar tan particular que ostentaban los brasileños en su
estilo; algo tan libre de complejos y dotados con un talento insospechado para
hacer lo imposible de una manera tan peculiar y única. Siendo un niño impresionable de diez años, vivir en las mejoras épocas
de Ronaldinho, Juninho, Kaká, Adriano, Robinho, o incombustibles como el gran
Roberto Carlos y el eterno Ronaldo, es entendible decir que fui un privilegiado
al poder ver a esa plétora de súper dotados en sus respectivos puntos de
ebullición. Y a pesar de que ese gran seleccionado brasileño no ganó ese
Mundial de Alemania 2.006 al ser eliminados por la Francia del irrepetible
Zinedine Zidane, debo decir que ese equipo de cariocas me marcó mucho, y
representan un concepto preciosista del fútbol que ya es bastante escaso en la
actualidad. Bueno, debo de decir que hoy en día no soporto al seleccionado
brasileño y pienso que han sido víctimas de un proceso de deterioro en su
fútbol entrelazado con enaltecimientos innecesarios a sus prospectos y apoyar
un sistema pragmático de juego que ha quemado los cimientos de soporte del
habilidoso o el técnico en pos de conseguir éxito instantáneo. La selección
brasileña del Mundial de 2.014 entrará a la historia como no sólo una de las
peores selecciones que se ha visto en los tiempos recientes, sino también como
la conflagración absoluta entre el concepto de lo que el fútbol brasileño
debería ser y lo que ha acabado siendo: una mezcla bizarra entre el pragmatismo
europeo de antaño –porque en Europa ya no se apuesta a eso y han evolucionado-
y retazos de lo que una vez fue Brasil. Y
es que el país ya no tiene talento, señores; Neymar, la susodicha gran figura y
crack de la cinco veces campeona del mundo, no hubiera llegado siquiera a la
banca de la selección del 2.006 y es dueño de unas actitudes que uno asemejaría
más al malcriado de Justin Bieber que al futbolista icónico de esta generación.
En una época carente de talento y de vistosidad, ha habido un sinfín de
jugadores brasileños que fueron publicitados desde sus imberbes comienzos que
fueron ardiendo poco a poco hasta quedar en meras cenizas de las expectativas.
Hay muchos jugadores que no despuntaron por el simple hecho de no tener las
condiciones suficientes o porque realmente no tenían el suficiente talento y carácter
para sobrellevar la presión. Casos hay muchos como los que acabo de describir,
pero el de Alexandre Pato, al menos para un servidor, es uno de los más curiosos
en la época reciente del fútbol mundial. Un
jugador que de verdad lo tuvo todo para brillar e incluso estuvo varias veces a
punto de tomar vuelo, pero que parecía siempre anclado por distintos factores.
La
carrera de Pato había comenzado en el Internacional de Porto Alegre en el ya
lejano 2.006 con tan solo 16 años de edad. Apodado así por su pueblo de origen
(Pato Branco), el entonces menudo delantero era visto como uno de los mayores
caudales de talento ofensivo que se habían atisbado en épocas recientes de
Brasil; algunos incluso comparaban su ascenso con el de Ronaldo en el Cruzeiro,
trece años antes. Era entendible el
porqué: Pato despuntaba en los torneos Sub-20 compitiendo contra muchachos
cuatro años mayores que él, y consiguió su debut en los torneos mayores con el
Inter de manera rápida –y con goles incluidos, cabe mencionar. Luego de
ganar la Libertadores ese año, nuestro protagonista anotaría en los partidos de
ida y vuelta de la Recopa Sudamericana contra Pachuca de México, consiguiendo
así el título. En el proceso, ganaría fama internacional por sus partidos en el
Mundial de Clubes, torneo que ganarían a expensas del Barcelona de Ronaldinho,
Eto’o, Deco, Messi y muchos otrs –ahí Pato ganaría interés por parte de la
crema innata de Europa. Como dato curioso, cabe destacar que Pato se volvió el
jugador más joven en jugar un torneo internacional de la FIFA a sus 16 años,
superando de esta manera al mismísimo Pelé. En cierta forma, él fue uno de los primeros talentos realmente precoces
en conseguir la atención de equipos como Real Madrid o el AC Milán para
comandar su ataque a las primeras de cambio; una transición en el mercado que
está encontrando su cumbre en nuestros tiempos con los casos de jóvenes como
Martin Odegaard o Raheem Sterling que ya son promocionados como cracks
mundiales y ni llegan a los 21 años de edad. Y así como Pato fue uno de los
primeros en iniciar esa tendencia con tantos logros colectivos y un buen hacer
frente a las redes, sería de los primeros en sufrir sus vicisitudes con su
traspaso a Millanello. Los rossoneri le
esperaban.
Era
un fichaje algo atípico para un Milán y un Berlusconi que estaban convirtiendo
al club en un geriátrico –sin ofender a mis lectores hinchas del equipo- con
contrataciones como Emerson o el propio Ronaldo, pero Pato despertaba una llama
de interés e intriga entre los aficionados al ver a un delantero tan joven y
desconocido arribar como el fichaje de la temporada del entonces campeón de
Europa, venciendo en el proceso al Chelsea en la contienda por su ficha. Por
temas de regulación de menores de la FIFA, Pato tendría que esperar su debut
hasta Enero de 2.008. Pero les aseguro
algo a quienes no lo vieron jugar en sus comienzos: Pato valía la espera. Era
poseedor de una potencia y una velocidad tan demoledoras que traía
reminiscencias al mejor Ronaldo de los 90s; para ser tan joven, estaba
capacitado para hacer jugadas y goles dignos de los más experimentados –tenía
ese factor X con el que se nace y que no puede ser obtenido. Debutaría en
ese mes de Enero en una derrota 2-5 contra el Napoli, pero el de Pato Branco
encandilaría al San Siro con una actuación remarcable jugando en un triunvirato
carioca con dos leyendas como Kaká y Ronaldo –lo que debió haber significado
para Pato debutar con semejantes leyendas. Aunque era tan pequeño, cosechó un
gol y ocho más durante el transcurso de esa campaña, dejando muy buen sabor de
boca a todos los involucrados con el Milán porque sentían que su bebé, su
pequeño diamante en bruto, tenía el potencial para brillar aún más que las
mismísimas estrellas. Y tenían razón… en parte.
En
años subsiguientes, se podría atestiguar el crecimiento de Alexandre como uno
de los delanteros más letales y con mayor proyección entre la juventud
futbolística de Europa. El periodo que se encapsula entre 2.008 y 2.011
marcaría la época del Pato más prolífico frente al arco rival: no haría menos
de diez goles en ninguna de las tres temporadas respectivas con el Milán
durante esos años, e iría ganando en jerarquía en la delantera del club y su
cuerpo iría ganando enteros para convertirse en un portento físico. Entre esas actuaciones, sobresaldría una
victoria 2-3 en el 2.009 contra el Real Madrid en el mismísimo Bernabéu, donde
Pato anotaría dos goles que significarían la victoria y el hundimiento de un
equipo merengue que contaba por entonces con las flamantes adquisiciones de
Cristiano Ronaldo, Xabi Alonso, Benzema y su una vez compañero, Kaká. En
ese 2.009 sería votado como el mejor jugador joven de la Serie A, siendo el
primer brasileño en conseguir ese galardón. Cada vez estaba más cerca de
cumplir su potencial con muchas muestras de su explosividad y vertiginosidad,
pero el problema era que nuestro protagonista estaba maldecido con un horrendo
calvario de lesiones musculares y la temporada 2.008/09 sería la única donde
jugaría más de treinta partidos en Italia. Sí,
seguía haciendo goles y rindiendo muy bien, pero en algunas de esas lesiones se
recuperaba rápidamente para volver y eso dañaba sus músculos, en una línea
similar a lo que le sucedió al holandés Robin Van Persie en su época en el
Arsenal.
Si
sumamos a la ecuación las diferentes aventuras románticas y fiesteras de Pato
en su época italiana, podemos entender que su cabeza no terminara de asentarse
y que no cumpliera su potencial. El
brasileño comenzaría una relación amorosa con la hija de Berlusconi, Barbara,
en 2.010, lo que le abriría las puertas a la alta sociedad de Italia y a todas
sus tentaciones. Esta relación haría que en algunos sectores de la prensa
–y del vestuario del club- lo apodara “El heredero”. Lastimosamente, y a pesar
de haber ganado un Scudetto siendo un participe importante en esa misma
temporada, Pato comenzaría el año entrante con un declive importante en su
rendimiento a causa de una seguidilla de lesiones musculares que detendrían su
progresión y más bien lo integrarían a un proceso de regresión futbolística del
que todavía no se ha recuperado. Las dos últimas temporadas de Pato en el Milán
se verían ultrajadas por un periodo de lesiones, dramas extra cancha y otros
factores que desviaron su atención de lo que realmente importaba: el fútbol. Cabe mencionar aquí la postura del club
milanés que siempre lo apoyó y apostó por él en sus momentos más precarios: por
Enero de 2.010, habían rumores incesantes de que Ancelotti quería reunirse con él
en el Chelsea, pero el club dio una negativa rotunda. Exactamente dos años
después, sería el París Saint Germain, con su entonces nuevo proyecto
multimillonario, quienes quisieran llevárselo por 25 millones de Euros, pero
Pato pidió otra oportunidad para demostrar que se había recuperado de sus
dolencias y que iba a recuperar su mejor nivel. El club aceptó, pero el
mejor Pato jamás volvió. Era una historia de amor que no tuvo el final feliz
que todos deseaban. Un año después, con ambas partes inmersas en el peor
periodo deportivo respectivamente, el diamante en bruto se marcharía al
Corinthians de Brasil por quince millones de Euros.
Nuestro
protagonista necesitaba un cambio puesto que en la selección no estaba siendo
considerado por Scolari y deseaba jugar el Mundial que se fraguaba en su país,
así que unirse al entonces campeón de la Libertadores y del Mundial de Clubes
parecía una oportunidad bastante loable para recuperar su mejor nivel y así
conquistar el territorio perdido. No fue tal el caso. Entre encontronazos con el entrenador y un rendimiento paupérrimo en el
club, Pato fue cedido posteriormente al Sao Paulo al no ser necesitado por Mano
Menezes, el nuevo entrenador del Timao, y para conseguir al mediocampista del
otro equipo, Jadson; en el Corinthians lo ven como un estorbo hoy en día y lo
han catalogado como “la peor contratación en la historia del club”. Como en
todos lados, se esperaba mucho de él pero entre su bajo rendimiento, las
siempre incesantes lesiones y temas personales como su separación con Barbara,
pareciera que nuestro protagonista no estaba en la mejor forma para recuperar
su nivel. Interesantemente, Pato hablaría por el 2.014 acerca de cómo en los
entrenamientos del Milán se hacía demasiado trabajo físico en poco tiempo y que
era prácticamente imposible estar en óptimas condiciones con el esfuerzo que
eso conllevaba; dijo eso en pleno auge de lesiones durante los últimos meses de
Allegri en el Milán, donde el equipo sufría un sinfín de lesiones. Tal vez algo
de verdad había en eso.
Todo eso y estamos hablando de un
jugador que está cerca de cumplir apenas 26 años de edad.
Sin ánimos de sonar como un optimista sin remedio, pienso que Pato aún tiene
tiempo para retomar su carrera y cuajar un par de años buenos. Fuera del Mundial de 2.014, se pudo
comprobar que entre delanteros mediocres como Fre o Jo, Brasil necesita de
explosividad y talento en la delantera –algo que sólo Neymar aporta hoy en dí.
Pato puede proveer eso si tan sólo enfocara su cabeza en el deporte. En los
últimos meses con Sao Paulo ha hecho muchos goles y ha tenido su mejor
temporada desde la 2.010/11 con el Milán. Eso es bueno; eso es progreso. Ya ha
dejado entrever que le gustaría volver próximamente a Europa y volver a jugar en
la Champions; es muy probable que un club de altas esferas no se esfuerce en
contratarlo, pero con rumores de equipos con proyectos interesantes como el
Crystal Palace o el Sunderland –quienes se han mostrado receptivos a la idea de
ficharlo-, el de Pato Branco tal vez pueda, finalmente,
conseguir esa consistencia que se ha diluido con el pasar de los años. Hoy, más
que nunca, la responsabilidad recae sobre sus hombros.
Pato
representa para mí uno de los últimos estertores de una generación de talento
brasileño que jamás volverá. O al menos no en el futuro cercano. Sumergidos en un océano de prepotentes como
Neymar y jugadores sin talento como Fred o Paulinho, el fútbol brasileño
necesita de jugadores que generen emoción y adrenalina al juego con ese toque
tan especial y brillante que ostentaban los cariocas en su apogeo –el que
ostentaba Pato en sus momentos de genialidad. Y es que éste es el caso de
un jugador que emanaba esa aura de crack imbatible que hacía lo que le viniera
el gana, como puede ser comprobado en
aquel gol imperial al Barcelona de Guardiola que era el mejor equipo de ese
entonces, frente a los miles de ojos del Camp Nou, y donde Pato se quitó de
encima a los cuatro defensores de forma pasmosa y encaró con temple a Valdés
para anotar como un delantero con mil partidos de experiencia. Guardiola
diría en el post partido que ni Usain Bolt hubiera podido frenar a Pato en esa
jugada. En su plenitud, te hacía recordar al mejor Ronaldo. En sus peores
momentos, te hacía recordar a una versión trágica de Balotelli. Perspectivas,
supongo. Yo no sé, sinceramente, lo que será de la carrera de Pato; lo que sí
sé es que él fue uno de los últimos talentos verdaderos que surgieron del cinco
veces campeón del mundo. Y reitero: sólo tiene 25 años. En sus hombros descansa
la gloria eterna y pretérita de algunos de los mejores jugadores de todos los
tiempos; eso no puede tomarse a la ligera. Lo único que sé es lo siguiente: aún
nos faltan algunos episodios en esta historia. La historia de un heredero que
se convirtió en plebeyo.
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