Todos
amamos al rockero desenfrenado de encanto rebelde. Todos los hombres queremos
ser él y todas las mujeres quieren estar con él. Parece existir una atracción
extraña e inentendible acerca de eso. Aunque bueno, tampoco podemos catalogarlo
como un gran misterio: las personas
tendemos a sentir atracción de aquellos individuos que parecen romper los moldes,
alterar los paradigmas y jugar con las reglas del sistema a su antojo. Es
difícil no sentir interés por una persona así. Llevando este tópico a ámbitos futboleros,
podemos decir que esa rebeldía es transmitida y portada por esos jugadores que
no parecen estar carcomidos y resentidos por la evolución táctica de los
últimos tiempos; esos pocos elegidos que sobreviven anteponiendo una gambeta
descarada, un regate instintivo o la jugada del gol imposible a los típicos
patrones que la gran mayoría de los “jugones”, como dicen en España para
definir a un gran jugador, parecen utilizar. Pero, así como las temporadas cambian, los idilios con la rebeldía y la
beligerancia tienden a disiparse con el pasar de los años hasta decaer en una
época donde se mira con cierto arrepentimiento a la imprudencia con la que se
vivió y uno desearía haber transitado los senderos pasados de una manera
diferente, aunque esto último no sea para nada recomendable. Parafraseando
a Pink Floyd: y un día te dicen que diez años están a tu espalda. Las personas
vivimos por épocas, quemamos etapas, y no podemos quedarnos congelados en la
eternidad vacía de un momento. La
juventud eterna jamás ha existido y, en caso de que no me crean, pregúntele a
quien quizás fue el mayor caudal de talento de Portugal en una generación que
incluía a Cristiano Ronaldo: Ricardo Quaresma.
Mirando
en retrospectiva la carrera de la estrella lusitana del Real Madrid a sus
comienzos como un vigoroso y regateador extremo derecho del Sporting de Lisboa
es bastante sencillo pensar que todos los ojos estaban en él, que todos sabían
que su futuro era el de un Crack mundial y que el Planeta Fútbol estaría a sus
pies luego de ver su técnica para pasar rivales, su regate a corto y a largo
plazo y poseedor de una velocidad endemoniada. Pero muchos olvidan que por ese
momento –estamos hablando del 2.003- había otro juvenil de la prolífica cantera
del Sporting que sobresalía con Cristiano por las bandas –éste jugaba por la
izquierda en un tándem letal- de nombre Ricardo Quaresma. Siendo casi dos años
mayor que el futuro Crack portugués, Quaresma sobresalía con algunas jugadas y
rasgos que eran reminiscentes a Cristian: gran velocidad, una técnica depurada
y un regate brutal a la hora de pasar rivales con jugadas individuales, además
de ya haber ganado una liga portuguesa en el 2.001 con apenas 17 años y siendo
influyente en la consecución del título. Con
una generación de oro, liderada por el gran Luis Figo, llegando a pasar por el
natural cambio generacional, Quaresma y Cristiano eran tomados en alta estima
para ser los próximos baluartes de su país en materia de fútbol y los más
grandes equipos en Europa se batallaban las fichas de ambos. Famosa la
anécdota del fichaje de Ronaldo por el Manchester United donde Sir Alex
Ferguson no estaba seguro de a cuál de los dos fichar puesto que eran bastante
similares y podían tener las mismas posibilidades de triunfo. Pero al final
tomó la decisión correcta ya que bajo su tutela Cristiano se convertiría en uno
de los jugadores más sobresalientes y excepcionales del Siglo XXI y del deporte
en general. Quaresma, por el otro lado, ficharía por el Fútbol Club Barcelona
ese mismo año por consejo de su agente, el reconocido Jorge Mendes –personaje clave
en la historia de Ricardo- donde Frank Rijkaard comenzaba a reestructurar un
equipo que llevaba años de bajo rendimiento y necesitaba de una nueva
generación de jugadores para darle vuelta a esto, con Ronaldinho como principal
participe y figura. Quaresma llegó como un joven prometedor, pero jamás supo
rendir en los primeros partidos que empezó de titular hasta que el entrenador
holandés, paulatinamente, comenzaba a perder confianza en él y a sentarlo en el
banquillo en detrimento al progreso del lusitano. Eso, obviamente, menoscabó el
paso de Quaresma en esa efímera etapa en el Camp Nou –duró un año- mientras que
su compatriota y amigo comenzaba a ganarse el cariño y admiración de los de Old
Trafford. Y es que la carrera de
Quaresma, fuera en sus ínfimos altos o en sus usuales bajos, siempre se vería
comparada y contrastada con la de un individuo con el que siempre se veían
paralelismos, pero muy pocos notaron las vitales diferencias que explicaré más
adelante.
Falto
de confianza, con un juego claroscuro en Camp Barça donde las oportunidades
no sobraron –su rendimiento tampoco tentaba a darle más minutos- y una lesión en la
segunda mitad del año que lo privó de jugar con su selección en la Euro del
2.004 en la que eran anfitriones, el prometedor extremo retornó a su
país natal ese
mismo año para unirse a los recientes campeones de la Champions League,
el Oporto, que habían sido desmantelados por las ventas y necesitaba de nuevos héroes. Y el héroe
había arribado: Quaresma renació de sus cenizas futbolísticas el segundo que
pisó suelo conocido y respiró ese aire que le era tan familiar; “el nuevo Figo”, “Harry Potter”,
había llegado a la que sería su casa en los próximos cuatros años y donde en
verdad se erigiría esa figura del jugador que todos los que hemos visto jugar
siempre deseamos ver: un extremo vertiginoso, de ritmo trepidante y con una capacidad de regate
sobrenatural que, fácilmente y cuando se lo proponía, lo posicionaba en la
cúpula de los grandes del deporte. No soy fanático de los típicos videos
compilatorios de Youtube, pero les invito a ver los de Quaresma en su primera
etapa en el Porto: en el Do Dragao, se
vio al mejor Quaresma como el jugador más talentoso y determinante de la Súper
Liga con una diferencia más que marcada; ahí quedan sus jugadas y sus goles
para la más que eterna y preciosa eternidad –en especial ese golazo al Benfica
en el 2.006 y donde el “Mustang” –apodado así por su velocidad y despliegue
sagaz- dictó cátedra en más de una ocasión. Aún recuerdo con nostalgia
su clásica “trivela” que era una pegada con el interior de su pie derecho que
tomaba fuera de posición a los arqueros rivales para unos goles soberbios. No
faltaban los partidos en la Champions League y ahí mostraba que ya no estaba
atascado en cuanto a rendimiento se refiere como en su época del Barcelona y en
el 2.008 daría el salto al Inter de Milán, equipo que acaba de contratar a José
Mourinho como entrenador y venía de un tricampeonato de la Serie A. Una vez más, la mano de
Jorge Mendes tomaría lugar y lo llevaría a Italia cuando el extremo deseaba
jugar en el Real Madrid o en el rival de la ciudad, el Atlético, en el que era
el mejor momento de su carrera y la decisión que tomara sería clave para su
futuro. Pero los fantasmas de
aquel pasado tortuoso con el Barcelona se alzarían una vez más y “Harry Potter” comenzaría a disiparse hasta ser una sombra opaca
y lamentable del fenómeno que conquistó Portugal con facilidad; no supo
adaptarse a las demandas tácticas de Mou que le
pedía que retrocediera para involucrarse más con los planteamientos defensivos del equipo, pero no estaba en la naturaleza de un jugador cuyo
rol era el de atacar, desestabilizar defensas y driblar en espacios cortos y
largos. Era una versión de fútbol campo de un jugador callejero y eso era la antítesis de
lo que un entrenador tan metódico y aferrado a sus preceptos como Mourinho
buscaba.
Luego llegaría una cesión al Chelsea en Enero de 2.009, pero Scolari, el
entrenador brasileño que lo había pedido, fue despedido a los días de su
contratación y su reemplazo, el excelso Guus Hidink, no lo tomaría mucho en
cuenta. Volvería al Inter la siguiente temporada y, aunque su equipo
ganaría un Triplete histórico, no lo usarían mucho hasta venderlo a la
temporada siguiente al Besiktas de Turquía. La suerte estaba echada: Ricardo Quaresma estaba en el fondo del abismo
y el que iba a ser un ídolo, el que iba a conquistar masas y el que iba a
convertirse en un símbolo para toda una generación, no fue más que el ídolo de
una minoría.
No debió ser para nada sencillo para
él cuando se fue a los Emiratos Árabes para jugar con el Al-Ahli, equipo donde
declararía abiertamente que no conocía y que se unió por dinero, luego de una
larga y tendida disputa con la directiva del club turco –además de manipulación del mencionado Mendes para que se fuera a los
Emiratos- y
contemplar a su otrora compañero de equipo Cristiano Ronaldo –además de amigo
personal- cosechar triunfo tras triunfo con el Manchester y el Madrid como una
estrella refulgente que no paraba de brillar en la noche más oscura mientras
que la suya parecía apagarse hasta el punto de ser una cascara del jugador que
una vez fue y una ilusión risible de lo que pudo haber sido. Y, como todos los Cracks que no cumplieron
las expectativas, Quaresma contempla al culpable de su desahuciada carrera cada
vez que postra su mirada en el espejo –él es el principal responsable de no
haber cosechado los éxitos en una carrera que es efímera por ley y donde los
merecimientos no existen y sólo triunfa el que más haya trabajado para ello; en
un mundo “meritocrático”, el “Mustang” no comprendió, a diferencia de CR7, que
tenía que readaptarse a lo que le pedían y que su estilo afilado y hermosamente
peligroso debían ser momentos precisos y no la norma. No supo entender que
debía trabajar más en otros aspectos de su juego –algo que su colega sí
comprendió y lo convirtió en un goleador voraz. Tal vez exagero con él y tal
vez estoy enalteciendo el potencial de un jugador que quizá, siendo
perfectamente cándido con el lector, no tenía el nivel para llegar a las
grandes ligas y conquistar Europa. Pero, ¿qué puedo decir al respecto? Pocos
jugadores he visto en mi vida como aficionado a este deporte que me dejen a la
expectativa y al borde del asiento esperando a ver qué hace. Eso hace falta estos días, ¿no creen?
Pero,
¿saben qué es lo más interesante de esta historia? Que en Enero de 2.014,
despediría a Jorge Mendes para tomar las riendas de su destino y volvería a
fichar por su querido Oporto y un servidor podría volver a verlo jugar luego de
haberle perdido la pista hace unos cuantos años. Y la brillantez y el talento
seguían ahí intactos: la técnica exquisita, las “trivelas” memorables y ese
estilo tan singular que ni los mejores extremos pueden copiar puesto que es un
orfebrería nacida de la calle y no de los campos. El hincha del fútbol es un romántico empedernido y ahí estuvieron los
hinchas del Porto brindándole el cariño y el apoyo que tal vez nunca recibió en
otros clubes y que hizo mella en su confianza. Ahora lo veo jugar y hasta
se barre; se le ve más combativo e incluso es ahora, a sus 31 años, un líder de
vestuario para un equipo portugués bastante joven y donde él debe hacerles entender
que, si no aprovechan y se dedican, todas las promesas que se hicieron con tu
nombre se disiparán y el que quedará para pagar las deudas serás tú. La vida es
un cofre de misterios oscuros y nunca sabremos lo que pudo haber sido de
Quaresma con un poco más de dedicación o si su agente no hubiera sido tan
influyente en su destino, pero ahí sigue en la Súper Liga portuguesa deleitando
al presente con sus gambetas, con sus regates y mostrando los retazos que
quedan de su carrera para el único equipo que supo defender. Lo que vi yo fue a un jugador que, cuando
le ha dado la reverenda gana, hace lo que se propone en el campo con una facilidad
pasmosa y demuestra que lo suyo no es trabajo ni dedicación, sino que es
poseedor de un talento sin parangón y que incluso el propio siete del Madrid,
ni en sus mejores días en el United, podría igualar. Así de seguro estoy de
lo mucho que prometía Quaresma, pero en la vida no se consigue gloria a base de
brillantez cruda y mal direccionada. Muy atrás quedó el hermano perdido de
Cristiano Ronaldo y es una lástima contemplar que tanto talento fuera
desperdiciado, pero en la infinidad de oscuras realidades que circunden este
mundo, ésta no es más que una raya más para un tigre. Les recomiendo seguir sus
partidos con el Porto estos días que está en muy buen nivel. Como anécdota,
puedo decir que hace unas semanas estaba viendo un partido del Porto y mi
hermano mayor acababa de llegar del trabajo. Se me acerca y me pregunta:
“¿Quaresma está jugando?” y yo le digo que no. Se voltea y responde: “¿Entonces
para qué vamos a ver el partido?”. Ya saben lo que dicen: rockero viejo nunca muere.
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