Sir Alexander Chapman
Ferguson entrará al panteón de los entes más grandes de la historia del
balompié por muchos motivos: sus veintisiete años dirigiendo al
Manchester United, convertir a un club desfasado y acabado en una institución
ganadora empedernida, en conseguir más de cuarenta títulos en una carrera
profesional de más de treinta años y,
por sobre todas las cosas, de impregnar en sus jugadores esa actitud de que
ningún partido estaba acabado hasta el último minuto y que una derrota o un año
malo no significaba el final puesto que aún se podía luchar otra batalla en el campo para
salir victorioso si se le ponía corazón y empeño. Ahí están sus logros, sus
partidos memorables y temporadas encomiables como el mejor entrenador de la historia del
fútbol mundial. Pero, más allá de sus notables logros y conquistas imperecederas, también
existen ciertas idiosincrasias y detalles que mancillan un legado,
invariablemente, imperecedero. Y uno de esos detalles fue sin dudas su
cuestionable habilidad para hacer grandes fichajes de precios estratosféricos.
Con un currículum en el que predomina haber formado a algunos de los mejores
jugadores de los últimos veinticinco años, es un tanto sorprendente que un
estratega de la talla de Ferguson no supiera qué hacer con algunas contrataciones
bombásticas de jugadores de clase mundial. No lo hizo muchas veces, pero los
desembolsos de gran factura que hizo el United durante su estadía –que no fue
corta- dejaron un sabor más amargo que dulce y una sensación de que pudieron
haber dado más. Podría hablarse de otros; pero el más icónico de esas
contrataciones, y tal vez la primera de gran relevancia para el club en la era del
escocés, fue el fichaje de Juan Sebastián Verón.
Por el año 2001, el
Manchester United venía de un momento de salud deportiva bastante positivo y
con un plantel en plena madurez. El club de Stretford End había conseguido las
tres últimas Premier Leagues, además de un triplete histórico en el ’99,
desplegando un fútbol voraz y ofensivo que se basaba en el control del mediocampo de
Roy Keane y Paul Scholes en plena sinergia con el talento explosivo de Ryan
Giggs por la izquierda y la precisión para pasar y centrar de Beckham por la
derecha para Dwight Yorke, Andy Cole o Ruud Van Nistelrooy, quien llegaría
después. A pesar de haber conseguido la Champions de manera épica contra el
Bayern Múnich un par de años atrás, el éxito doméstico hacía de la repetición
del título continental un deber para Sir Alex y sus huestes. Luego de
eliminaciones contra los campeones de ambas versiones del torneo en los dos últimos años, Real Madrid y
Bayern, respectivamente, el escocés buscaba realizar un fichaje en el
mediocampo para reforzar su mediocampo para el talento suficiente para, una vez
más, derrocar a la elite europea. ¿Por qué fichar otro mediocampista si se
tenía a dos del más alto calibre en Keane y Scholes? Porque el colorado todavía
no era el gran conductor y creativo que sería a posteriori –era un medio
ofensivo y goleador que se imponía con su técnica, pero que no se había
desarrollado al máximo como un pasador. Keane era puro corazón y garra; lo suyo
era destruir y recuperar el balón, aunque contaba con un buen toque de balón. Juan Sebastián Verón, mediocampista argentino
estrella de una Lazio brillante que había ganado mucho en la Serie A por esos años, era
estimado como uno de los mejores en su puesto e incluso en
algunos sectores lo encumbraban como el mejor jugador del mundo. Era, para
todos los efectos, un jugador de clase de mundial que lo tenía todo: buen
toque, pegada de larga distancia, creativo, potente, derrochaba clase y estaba
comprobado que el ídolo de Estudiantes de la Plata podía dominar el mediocampo
en los grandes escenarios. Era un matrimonio hecho en el cielo… o en el
infierno, como dirían algunos seguidores del United.
Las casi 29 millones de
libras pagadas al equipo italiano marcaron un hito en las islas por ser el
fichaje más caro del fútbol inglés en ese momento y siendo el club pagador el
Manchester United, esto tuvo mayor repercusión aún. El gigante inglés había sido criticado en su momento por no haber hecho
contrataciones de gran gasto para renovar ciertas áreas del equipo y todos los
sectores del club sacaron pecho, por así decirlo, de la contratación de La Brujita,
como le apodan. Hay quienes dicen que Ferguson realmente no lo necesitaba; un
servidor piensa que de haber sido manejado con un poco más de paciencia, el
argentino hubiera cumplido con su cometido. Pero tal no fue caso. Como sucede
con muchos fichajes de enorme repercusión y precio, a Verón se le pidió que
rindiera de manera inmediata en la liga más difícil a la hora de adaptarse y en
un sistema que ya funcionaba plenamente sin su impronta. Ahí radicó el mayor problema del argentino en el
Manchester United: no fue la falta de calidad
–que le sobraba-, sino que llegó a un equipo que estaba hecho y en el que su
posición estaba ocupada por dos jugadores que eran de lo mejorcito por esa
época. En un esfuerzo por acomodar (qué feo suena ese término) a La Brujita en el once inicial resultaba
en sacrificar a un jugador del mediocampo en adelante, lo que conllevó en
algunos partidos perdidos por tratar de reinventar un equipo que no necesitaba
reinvención. Verón no tenía la culpa puesto que había arribado para hacer lo
que sabía hacer, pero el escocés, por más brillante que fuera, nunca supo
manejar el caudal de talento del argentino para que se sintiera a gusto en el
ritmo más rápido y demandante del fútbol inglés.
Dicen que el camino al
infierno está lleno de buenas intenciones y con Verón y su paso por el United
esa frase queda como anillo al dedo. Luego de una Copa del Mundo desastrosa
para el mediocentro argentino y su selección en el 2002, la segunda temporada
de Verón en el Manchester demostró ciertas mejorías –en especial en la UEFA
Champions League. En la fase de grupos
de la competición europea marcó cuatro goles ese año –bastante bueno para un jugador como él
que no hacía muchos goles- y se mostraba como el motor del equipo en esas noches mágicas de Old Trafford. De todas
maneras, eso demostró ser un falso amanecer para la Brujita puesto que en Inglaterra no terminaba de cuajar y la gente,
tanto hinchas como equipo y prensa, esperaba más del jugador más caro de la historia del
fútbol inglés. También hay que añadir el aspecto de la adaptación en la que el
propio Ferguson declaró en su biografía que el jugador no sabía nada de inglés
y sólo le decía “mister” en ese idioma durante su estadía. Simplemente había demasiada exigencia y
demanda en un escenario en el que se necesitaba de tiempo para un jugador que
se encontraba incómodo en un sistema que no le beneficiaba y cuya inclusión en
muchos momentos era en detrimento al beneficio al equipo. Tal era la presión
que enduraba Verón que Ferguson, en pleno auge de las críticas hacia su jugador
y fichaje estrella, declaró que “Verón es un maldito gran jugador y todos ustedes
son unos malditos idiotas”. Pura clase.
¿Por qué menciono que
Verón necesitaba más tiempo? Porque
justo después de haber sido vendido al Chelsea en 2003, se avecinaban tiempos
de renovación en Old Trafford donde Sir Alex comenzaba a erigir la base del
equipo que marcaría una época en Inglaterra y Europa en años venideros en la que
Verón pudo haber sido un estandarte y un baluarte considerable si tomamos en
cuenta sus grandes recursos como futbolista. Simplemente llegó para ocupar
un lugar en el que necesitaba mejorar el equipo, pero el plantel no estaba
diseñado para ajustarse a un jugador de la dimensión de Verón que hace funcionar a todo
un equipo como un reloj suizo cuando se le dan las condiciones. Fue
el jugador correcto en el momento equívoco y nunca se le pudo ver en plenitud
de condiciones. Estaba en el mejor momento de su carrera, pero parecía ser una
unión incómoda, forzada y que no acababa de funcionar como era debido. Juan Sebastián Verón entrará a la historia
del Manchester United por ser uno de los peores fichajes de la historia del
club en cuanto a resultados finales y tal vez el mayor fracaso de gestión de
jugadores en la carrera de Sir Alex Ferguson. Impera la sensación de frustración puesto que un jugador de su calibre nunca pudo despuntar en un gigante europeo y erigirse como una figura de clase mundial sin ninguna discusión puesto que siempre hay algún iluminado que minimiza a un jugador fenomenal por no haber jugado en los tres equipos de siempre. La prueba fehaciente de que
el escocés era humano y podía flaquear a la hora de sacar provecho de los
recursos a su disposición. Sólo puedo irme con la opinión que dije en este
párrafo: fue el jugador correcto en el momento equívoco.
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