No siempre el esfuerzo
lleva al éxito, pero el que ha sido exitoso siempre se ha esforzado. De una
manera u otra, siempre ha sido así. La
vida no es un sendero manso de rosas y vinos; es un valle dificultoso y tortuoso,
muchas veces oscuro, rebosante de miedos galopantes que están erigidos para
frustrarnos y convertirnos en meras presas de las heridas del tiempo. Por
eso no es de extrañarse –más bien es la norma- que contemplemos a miles, millones, de personas que han batallado
por sus sueños y que hayan flaqueado en el momento de la verdad por no ser
capaces de tragar el veneno de la injusticia y continuar con esa perenne
cruzada que cada uno de nosotros debe librar para cumplir nuestras metas.
Marcelo Bielsa dijo hace una semana que uno debe aceptar la injusticia que al final todo se
equilibra. Yo concuerdo a medias con esa declaración del maestro argentino. La vida, tarde o temprano, muestra sus
verdaderos colores y asesta su golpe igualitario a todos nosotros pero, muchas
veces, hay que luchar más allá de nuestras fuerzas para poder atisbar y,
finalmente, conseguir ese objetivo que encarna toda una existencia de
anhelaciones y añoranzas. Bastian Schweinsteiger es un luchador de cepa y
un jugador que tuvo que curtirse en el máximo nivel con el club de sus amores,
el Bayern Múnich, y perseverar luego de incontables derrotas y desilusiones.
Tal es la grandeza de aquel que reniega de la desgracia e impera por encima de
las dubitaciones o negatividades.
Surgiendo de las
profundidades más recónditas de Múnich, el portentoso mediocentro alemán que
nos agracia hoy fue fichado a los 14 años por el que sería su equipo hasta el
sol de hoy del TSV Rosenheim. De orígenes de clase media, Bastian
debutaría con el equipo mayor del Bayern en Noviembre del 2002 en un partido
de UEFA Champions League entrando de cambio en el minuto 76. En dos meros años, y a
los veinte de edad, Schweinsteiger ya estaría jugando con asiduidad como
extremo –su posición original- para el gigante bávaro y participando en su
primer torneo oficial con el seleccionado nacional de Alemania –la Euro Copa de
2004 realizada en Portugal. Para el Mundial de 2006, que se llevaría a cabo
en tierras germanas, “Schweini”, como lo apodan los hinchas, junto a jugadores
como Lukas Podolski o su compañero de equipo Phillip Lahm encarnaban una
generación prometedora y ascendente que ilusionaba al presente de cara a la
Copa del Mundo que se iba a llevar en su propia nación. A pesar de haber sido
eliminados por Italia en la semifinal, Schweinsteiger
supo cuajar una actuación excepcional en el partido por el tercer puesto contra
Portugal en el cual el entonces extremo marcó dos goles y asistió uno para por
lo menos darle ese premio de consolidación a todo un pueblo que deseaba y esperaba más de su Mundial. Para
muchos, ésta sería una desgracia imperial en la cual tardaría levantarse, pero
Schweinsteiger tendría que endurar muchas vicisitudes como ésta en el gran
espectro de la carrera futbolera. Posterior a Alemania 2006, Schweinsteiger
viviría unas temporadas intermitentes en el Bayern Múnich donde no parecerían conseguir ni un ínfimo resquicio de consistencia y su fútbol dejaría mucho que
desear mientras que equipos como Stuttgart o Wolfsburgo les arrebatarían los títulos de
Bundesliga uno tras otro; todo esto compaginado con una Euro Copa de 2008
donde los alemanes perderían la final contra una selección de España que
sorprendió a propios y extraños y comenzaban a escribir los primeros versos
de la época más exitosa de su fútbol. En
el ojo del huracán de su carrera deportiva, Schweinsteiger no parecía acabar de
convencer a sus entrenadores y seguidores con sus actuaciones y comenzaban a
surcar los buitres de la incredulidad y la desconfianza sobre el futuro del
oriundo de Bavaria puesto que parecía que estaba destinado a entrar en esa
casilla de promesa que quiere pero no puede. Entonces llegó Louis Van Gaal.
El holandés, como es su
costumbre, arribó al asiento del Bayern en 2009 para reestructurar al equipo
de pies a cabeza y la contratación de su paisano y descarte del Real Madrid,
Arjen Robben, supuso uno de los movimientos más brillantes en la era reciente
del fútbol europeo, pero hubo una aún más genial. Con las bandas ocupadas por
Robben y Frank Ribery, muchos hubieran dado por sentado que el canterano rubio
que tenían por extremo no iba a tener mucha continuidad, pero Van Gaal vio algo
que nadie más había visto hasta el momento y que, posiblemente, cambió para siempre la carrera
de Bastian: se dio cuenta de que este
jugador de tan buen toque, de habilidad depurada, gran visión y enjundia debía de jugar en
el centro como conductor para florecer en su entereza. La suerte estaba echada
y el Planeta Fútbol pudo contemplar la mejor temporada de Bastian
Schweinsteiger de su carrera en esa misma 2009/10 jugando en el medio y
dictando los tiempos, controlando el balón como pocos y sirviendo, junto a
Robben, como el estandarte de un equipo bávaro reinventado y que comenzaría una
era de dominación europea y local con el “31” como el corazón absoluto del
equipo. A pesar de todo, la vida parecía mostrarse ambivalente y agridulce hacia Bastian una vez más y aunque habían ganado liga y copa ese año, el equipo
perdería la final de la UEFA Champions League –la primera de Schweinsteiger-
contra el gran Inter de Mourinho donde los alemanes se vieron alicaídos,
dubitativos y carentes de ese fuego que hace a un equipo campeón. La Copa del
Mundo de Sudáfrica esperaba y más vicisitudes para nuestro protagonista.
Alemania realizaría un
Mundial brillante con un plantel que comenzaba a rejuvenecerse, mientras que
jugadores como Özil, Khedira, Klose, o Lahm ya daban de qué hablar en el
panorama internacional con performances estratosféricas que destruyeron sin
contemplaciones a equipos de primera clase como Argentina o Inglaterra. Pero haciendo el trabajo que no se ve (el
de hormiguita, como decimos en mi Venezuela natal), sirviendo las asistencias
–hasta nueve hizo en el Mundial, santo cielo- y organizando el mediocampo como
si fuera un medio de toda la vida, Schweinsteiger fue el principal baluarte de
una generación que comenzaba a dar los primeros gritos ensordecedores en su
anhelo de conquistar esa tan ansiada copa pero, una vez más, se quedaron en la
antesala al perder otra vez contra la selección de España con aquel gol de
cabeza de Carles Puyol. Los alemanes se irían derribados, pero no
derrotados. Tendrían su revancha. El fútbol, como en la vida, siempre da revancha.
En 2011, Louis Van
Gaal se iría del Bayern luego de un encontronazo con la directiva del club y
Jupp Heynckes volvería a la institución para continuar con lo que
el tulipán comenzó, pero la situación del titán germano parecía ser una suerte
de bloqueo psicológico que no les permitía conquistar esos títulos tan
importantes y eso parecía trasladarse a la selección nacional. Esa temporada probaría ser llamada la de
“Nacidos para ‘segundear’” cuando el Bayern perdió la Bundesliga, la Pokal y la
final de la UEFA Champions League en su propio estadio en penales contra el
ultra defensivo Chelsea de Di Matteo en una disputa irrepetible y con nuestro
protagonista errando un penal en la tanda. La Euro de 2012 probó ser otro
ejercicio en frustración con el equipo siendo eliminado una vez más. Los
títulos más importantes parecían escabullirse constantemente de las manos de
Schweinsteiger y sus compañeros, pero haciendo gala de una perseverancia que
hace grande a los campeones, el equipo de Múnich continuó y se fortaleció para
la siguiente temporada –la cual acabaría siendo la más exitosa en toda su
historia. Heynckes había conseguido
estructurar un equipo altamente competitivo en todas las áreas y facetas del
plantel para que este Bayern se volviera el campeón de todo –triplete, para los
menos adoctrinados- y ganaran esa tan anheladda Champions desplegando un fútbol
avasallador, rápido y que marcaba una nueva evolución del tiki taka a una
conceptualización más directa y con más adrenalina. La consecución de la “orejona”
en Wembley contra su piedra en el zapato en su país en los últimos tiempos, el
Borussia Dortmund, no hubiera sido conseguida de no ser por nuestro protagonista
funcionando como un reloj suizo en el medio junto a Luiz Gustavo distribuyendo,
recuperando, luchando y liderando como lo que era después de todo: el mejor
mediocentro del mundo y de los últimos tiempos. Una meta que tanto había
trabajado con sangre, sudor y lágrimas parecía haber sido conseguida. El
guerrero germano conseguía su tan esquivo trofeo.
Un año después, la
selección alemana, con un caudal absolutamente ridículo y grosero de talento
joven, se abalanzaba a Brasil para lograr esa Copa del Mundo que los eludía con
locura. Desplegando un fútbol maduro, mezclando el pragmatismo alemán de toda
la vida con un preciosismo recién hallado, parecían un equipo que no parecía
ser vencido y así sucedió durante todo el torneo. Para la historia quedará esos
noventa minutos sin comparación contra los locales que desembocó en un 1-7 por
el cual aún están sangrando. Jugadores como Manuel Neuer, Mats Hummels, Jerome
Boateng, Thomas Müller, Miroslav Klose, Mario Göetze, André Schurrle y un par
más fueron de los mejores en el Mundial y se comprometieron como un equipo en
el que no imperaban los deseos o voluntades de algún individuo en particular –el
espíritu que hizo grande al Bayern de Heynckes un año atrás. Dicen que los héroes aparecen cuando más se
le necesita y un pensamiento que surcaba por mi mente en el último Mundial es
que Schweinsteiger no se veía tan dominante en el medio como de costumbre pero
fue en la mismísima final donde se cargó el equipo al hombro por 120 minutos y
jugó con el rostro ensangrentado, recibiendo una genuina y salvaje golpiza por
parte de los jugadores argentino y aún así pidiendo la pelota, luchando y
empujando a sus compañeros en un momento donde te dejan en claro que los
futbolistas de hoy aún sienten el deseo inherente de ganar y ese fuego de
remontar es algo que todo ganador debe de tener. Todos hablarán del gol de
Mario Göetze –golazo y que merece crédito por lo que fue y por lo que
significó-, pero yo me quedo con el guerrero germano que apareció cuando más se
le necesitaba. Ése es el que te gana los partidos.
Luego de tanto ahínco, decepciones y fracasos,
Schweinsteiger se alzó de las profundidades de la desgracia como una suerte de
Terminator bavaro en el Maracaná con el deseo dominante e inevitable de conseguir ese
Mundial. No sólo fue un partido que
significó una Copa; fue un partido que simbolizó toda una carrera de esfuerzo,
trabajo y perseverancia –esa bendita necedad de la buena- que le permitió
atribuirse la gloria junto a unos compañeros que también lo ayudaron en sus
momentos más bajos. Bastian Schweinsteiger fue, es y será un mediocampista
con clase, garra, carácter, liderazgo y genial con un temple que le permite
guiar a su equipo en los momentos más penumbrosos y funcionar como ese corazón,
ese motor, que toda gran escuadra ha tenido. Mi jugador favorito de todos los
tiempos es Paul Scholes, pero si hay uno que se ha acercado a hacerme
sentir las mismas sensaciones, ése ha sido Schweinsteiger. Ambos son jugadores
reconocidos, pero su rol en esta sección de Cracks
en las Sombras radica en que cuando hagamos nuestros mejores onces de la
historia, de Europa, de Alemania o lo que sea, lo más probable es que nos
olvidemos de este brillante alemán. La
gloria, las lisonjas y el éxito son para quienes no aceptan un “no” como
respuesta, los que insisten y trabajan para lo que desean. ¿Por qué no hacerme caso? Le funcionó a Bastian.
Un jugador polivalente en la zona ofensiva, rápido, con desborde, versátil, dinámico y con gol, mucho gol.
ResponderBorrarDe momento, en el Bayern ya tienen a la joya de la corona, y se llama Bastian Schweinsteiger.