“Nadie
puede decir qué pasa entre la persona que eras y la persona en la que te
convertiste.”
-
Stephen King.
Los orígenes
son todo para nosotros y para nuestras vidas; es en esos años formativos donde
se comienzan a pavimentar nuestros senderos y damos esas primeras señales de lo
que seremos. Todos somos productos de
nuestros contextos, ambientes en los que crecimos y las enseñanzas y valores
que nos inculcaron de niños; es a través de estos factores (o la falta de
ellos) que nos forjamos y cada elemento, por más ínfimo que parezca, juega un
rol notorio en lo que nos convertiremos. Y es que estar en ambientes
lluviosos, crecer en una ciudad trabajadora y estar bajo la crianza de una
familia de clase media, con lo sucesos adecuados y el contexto indicado, un
chico de Leicester puede convertirse en el máximo goleador inglés de los
Mundiales, anotar tres goles en un Clásico y ser un ícono de su país y de su
generación… o puedes simplemente llamarte Gary Lineker. Carreras las han habido mejores y más exitosas, pero no creo que nadie
se quejaría de haber logrado lo que Lineker y cómo lo hizo: con aplomo y bajo
sus propios términos.
Hoy
en día se menciona la palabra Leicester y se piensa automáticamente en el más
que memorable triunfo de los Foxes en
la última temporada de la Premier League. Pero por mucho tiempo, el exjugador
del Barcelona era la referencia de su ciudad… bueno, él y las papas Walkers, de las que es su principal
figura publicitaria. De todas maneras, puede ser sencillo olvidar lo logrado
por este hombre, pero es el caso de un futbolista inglés que, en su época,
rompió con muchos paradigmas que hoy en día afligen a su fútbol: gran goleador en un país extranjero,
jugador importante en las Copas Mundiales y un profesional consumado, además de
un ejemplo de decoro en las canchas al no haber recibido una sola tarjeta roja
o amarilla en su carrera. Un jugador que hoy en día es sinónimo de
principios y de ser una de esas personalidades en la televisión inglesa como el
rostro deportivo de la BBC –al final del día, una leyenda que no quedó
estancada en su estatus e hizo una transición casi indolora al periodismo.
Como
un chico local, Lineker comenzó su periplo en el fútbol a mediados de los 70s
al unirse a las juveniles del equipo de su ciudad, el Leicester City. Con
apenas 16 años ya estaba contratado a tiempo completo y a los 18 ya estaba
jugando en el primer equipo de los Foxes.
A diferencia de nuestros tiempos modernos donde un canterano es impulsado casi
obligatoriamente a jugar 35 o 40 partidos a tan tierna edad, Gary fue llevado
de a poco en un equipo que deambulaba entre la primera y la segunda división de
su país en un estado de lucha constante. Hijo
de una familia de clase media y de trabajos humildes por más de 70 años, el
joven Lineker había sido clasificado como “flojo” en la escuela y una de sus
profesoras le había dicho que no podría hacer dinero del fútbol; apenas
alcanzando la mayoría de edad ya compartía vestuario con Peter Shilton y Frank
Worthington, dos de sus máximos ídolos del Leicester y del fútbol. Poco a
poco, la leyenda transitaba las calles en las que nació y donde se comenzaban a
fraguar las primeras imágenes de lo que sería su dilatada carrera.
Los
inicios nunca son fáciles y Lineker tuvo que dar sus primeros pasos en el
fútbol inglés jugando por la banda y valiéndose de su velocidad en lugar de
desempeñarse en su rol preferido: el delantero depredador que no daba una
pelota por perdida. Como él mismo lo dijo en una ocasión, no fue una estrella instantánea
a lo Michael Owen o Wayne Rooney; se tomó su tiempo y su progreso para poder
demostrar toda su capacidad en el Leicester. Fue a partir del ’81 donde irrumpió Gary, el goleador, e Inglaterra se
dio cuenta del tesoro que tenían entre manos; primero en la Second Division y luego en la First Division, Lineker fue el máximo
goleador del Leicester en varias de esas campañas y en el periodo 1981-85 fue
una de las propiedades más codiciadas por los gigantes de su país. Su
mezcla entre potencia física, agilidad, capacidad de moverse sin el balón –esa habilidad
a la que llaman “estar en el lugar correcto en el momento indicado”- y una
definición frente al arco rival que haría palidecer hasta muchos de los más
grandes eran los aspectos que pueden definir a este monstruo del área. Tras su
magnífica campaña 1984/85, el chico de Leicester dejó atrás su hogar y decidió
embarcarse en un viaje que le daría muchas alegrías y éxitos; la primera parada
en este sendero de canchas lodosas, defensas rocosas y muchos goles, sería
Goodison Park y el Everton.
Los
de Merseyside eran un elenco bastante diferente al que son hoy en día; en el ’85
eran los flamantes campeones de la liga, desplegaban un fútbol bastante
ofensivo y Lineker se adaptó prácticamente enseguida: 38 goles en 52 partidos
así lo atestiguan. A pesar de no haber
ganado nada con este equipo en el año solitario en el que estuvo –y tener la
mala fortuna de que ganarán la liga de nuevo una vez que se fue- siempre ha
enfatizado en lo mucho que disfrutó su tiempo con los Toffees y que era el mejor equipo en el que jugó. Con 26 años y
en la plenitud de su carrera, a Lineker se le presentó su oportunidad dorada y
la que marcaría toda su trayectoria: ser parte del seleccionado inglés en la
Copa del Mundo de México ’86.
Si
con el Leicester y el Everton se había forjado un nombre importante en su
nación, México ’86 simbolizó el arribo de Gary Lineker al estrato más alto de
su profesión. Debajo del sol abrasador del país centroamericano, el inglés se
convirtió en el máximo goleador del torneo con seis goles, anotó el segundo
triplete más rápido de los Mundiales contra Polonia y fue una parte integral de
un equipo inglés que (para nada sorprendente) se fue relativamente temprano de
la competición en cuartos contra la Argentina de un Maradona pletórico y en un
nivel cuasi inhumano. A pesar de anotar un gol, el genio argentino fue más y se
despachó dos goles –uno infame y el otro glorioso- para dejar atrás a los Tres
Leones. De todas maneras, las proezas goleadoras de Lineker no pasaron
desapercibidas y, considerando el éxodo masivo de jugadores ingleses de su país
por la suspensión de Heysel, decidió marcharse a tierras distantes para probar
su suerte. Siguiente parada: el Camp Nou.
Exceptuando
uno que otro jugador inglés, en España no estaban acostumbrados a ver en sus
equipos a futbolistas de las islas. Así que cuando el nuevo técnico del
Barcelona, Terry Venables, decidió hacerse con los servicios de Lineker y el
delantero galés del Manchester United, Mark Hughes, las expectativas eran un
tanto alta. Por Gary se habían pagado tres millones de libras, lo que era una
cifra bastante copiosa por esos años. De
todas maneras, acostumbrado a batallar en las fieras canchas inglesas, Lineker
supo adaptarse al estilo español y sus dos primeras campañas con el Barcelona
lo vieron anotando veinte goles o más, además de mostrarse como un jugador
capacitado para esperar y empujar el balón y también para fabricarse sus
propias jugadas. Lo que realmente lo hizo grande fue su habilidad para
moverse entre las líneas defensivas del rival y adelantarse para dar ese toque
mortal aprovechando su velocidad; en el fútbol moderno podría decirse que era
bastante similar a su contraparte del Leicester, Jamie Vardy, pero con más
potencia físico y más capacitado para el forcejeo.
Para
alguien que había comenzado en un pequeño club inglés de una ciudad más
conocida por unas papas saladas que por cualquier otra cosa, un Madrid –
Barcelona en el Camp Nou podría suponer un reto bastante abrumador; pero
Lineker se las apañó contra La Quinta del
Buitre y se despachó uno de los mejores hattricks de la historia del fútbol
para derrotar a los merengues tres a dos. A
pesar de haber ganado títulos, de haber demostrado su valía y de convertirse en
un referente para los delanteros de Europa y el mundo, la llegada de Johan Cruyff a la dirección técnica en 1988 supuso el final de Lineker en el club
azulgrana porque el holandés no contaba con él para su revolución futbolística.
Relegado a la banda, tuvo que hacer las maletas en el ’89 y con cantos de
sirena del Manchester United de Ferguson, incluso llegando a estar punto de
firmar por dicho club, y la Fiorentina –que se disipó tras las marchas de
Eriksson y Baggio- Lineker decidió fichar por un prometedor equipo de Tottenham
y recuperar el protagonismo perdido en su último año en Ciudad Condal.
Su
llegada a White Hart Lane fue celebrada como un título porque era un jugador
con categoría que arribaba a un equipo que se había quedado un poco huérfano tras
la marcha a Mónaco de Glenn Hoddle –otro maestro que se merece una entrada
magna en el Blog-; pero ahora con la
llegada de Lineker y la magia del genio esquizofrénico que era Paul Gascoigne,
los Spurs podían soñar con cosas grandes. El Gary del Tottenham ya estaba
pisando los 30s y mostraba una faceta más madura, compuesta y con madera de líder;
ya no era un muchacho raquítico y sin experiencia en el Leicester, sino un
delantero que estaba probado en los partidos más exigentes de su campo y que
había dado la talla. Sus años en el
Tottenham fueron de lo mejor de su carrera, pero tenemos que decir que siempre
fue un jugador bastante rendidor y a punta de goles, sacrificio y trabajo, se
ganó el corazón de la hinchada y ese título de FA Cup del ’91 contra el Nottingham
Forrest todavía brilla en la memoria colectiva del club. A donde fue se
ganó el cariño de sus aficionados y es que lo que tal vez carecía en clase o en
habilidad depurada a lo Maradona o Hoddle lo compensaba con una dedicación,
compromiso y altruismo que eran encomiables y loables; un delantero trabajador
y con instinto de asesino en serie. Y los Spurs lo amaron (y aman) por eso.
Mientras
tanto, a nivel de selecciones, los ánimos en Inglaterra no eran los mejores.
Tras una Eurocopa paupérrima en 1988, Bobby Robson y sus muchachos se hallaban
en el ojo del huracán; todo lo que se escuchaba y leía en la prensa eran
críticas a todos sus miembros y con el técnico como, supuestamente, el
principal culpable de todo. A pesar de
eso, Robson supo confeccionar un equipo compenetrado y altamente con Gascoigne,
Barnes, Barsdley, Platt, Shilton, Brian Robson y el propio Lineker.
Probablemente la mejor selección inglesa desde la campeona del mundo en el ’66,
Lineker fue uno de los líderes de ese equipo y sus goles sirvieron para
catapultarlos a las semifinales donde perderían contra los alemanes en penales
en uno de los partidos más emocionales de la historia de los Mundiales. Aquí quedaron para el recuerdo de nuestro protagonista
su gol del empate contra los germanos, su mirada irónica a Bobby Robson tras la
amarilla que suspendía Gascoigne de una hipotética final y su memorable frase
de que “el fútbol es un juego simple: 22
hombres corren detrás de un balón durante 90 minutos y al final los alemanes
siempre ganan.”
Tras
un par de temporadas más en el Tottenham, la edad ya daba los primeros
coletazos al rendimiento de nuestro protagonista y éste ya no podía ofrecerse a
los Spurs como antes. Sin hacer muchos dramas, pero sí con mucha cobertura de
la media, decidió irse a jugar a Japón en el Nagoya Grampus. Ciertamente un movimiento monetario y con
bastante empuje mediático, Lineker hizo su transición a la vida post-futbolista
de manera un tanto más tranquila en Japón, donde, lastimosamente, las lesiones
no le permitieron impresionar a los nipones y sus actuaciones no fueron las
deseadas. De todas maneras, ya no era lo mismo que antes y él no lo dudaba;
sin pensarlo mucho, decidió retirarse en el ’94 y dar el paso a la carrera como
comentarista de fútbol en su Inglaterra natal.
En
su nueva función, el exjugador del Everton ha sabido hacerse un hueco entre los
televidentes y crear su propia trayectoria sin necesidad, ya en pleno de 2016,
de valerse de su pasado como jugador. Es entendible; su sentido del humor tan
británico y su carisma han hecho de él una figura bastante querida en la
televisión inglesa. Como en su carrera,
no se trataba de llamar la atención –ni siquiera cuando dijo en la campaña pasada
que haría el primer show de su programa, Match
of the Day, de esta temporada en calzoncillos si su Leicester ganaba la
Premier-, sino de simplemente ser como es y no sacrificar sus principios.
Solo hay que verlo y leerlo en la histórica campaña del Leicester sintiendo y
sufriendo cada partido como un hincha más; no lo hizo por adulación o por falsa
humildad; lo hizo porque simplemente ésa es su naturaleza y siempre lo ha
demostrado. Tal como cuando salvó a su club de la bancarrota en el 2002 con una
inversión de 5 millones de libras; éstos son los gestos de un hombre que, a
pesar de todo, no ha perdido sus raíces.
Es
difícil no sentir un cierto respeto y empatía para con Lineker puesto que
representa el sueño de muchos: el hombre que tuvo un sueño, lo vivió y lo
cumplió con creces. Tal vez su palmarés
no sea el mejor, pero siempre rindió en casi todos sus equipos y siempre lo dio
todo, además de comportarse con un respeto y amor al juego que muy pocos
jugadores pueden presumir. ¿Cuántos futbolistas hoy en día pueden decir que
nunca han recibido una tarjeta amarilla o una roja? Es un concepto algo utópico
en la actualidad. Es una rareza toparse con una figura de esta índole, pero
esos son los casos que debemos resaltar: a quienes lograron sus metas con una
cierta aura de dignidad y apegándose a sus principios.
Lineker
puede ser muchas cosas, pero, por encima de todas las cosas, siempre será ese
chico de Leicester que conquistó Europa.
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