Por más tonto que suene
en este punto de nuestras existencias, es bastante seguro decir que todos los
hinchas del fútbol que insultamos a la televisión cada fin de semana durante un
partido hemos tenido la ilusión, aunque fuera por un mero momento, de ser un
jugador profesional pero, eventualmente, esos sueños se derrumbaron. Algunos se tardan un efímero minuto en ver
morir ese sueño y algunos, en una cruenta jugada del destino, tardan años de
esfuerzo y empuje para saber que simplemente nunca jugarán en el Old Trafford
contra el Liverpool –sueño de un servidor, si preguntan. El mío fue un
cómodo intermedio: un año. Era el 2.007, tenía doce años y ya comenzaba a
empaparme mucho más en esto del fútbol: jugadores como Ronaldinho, Ryan Giggs,
Dimitar Berbatov y un par más eran a quienes yo quería emular en la cancha con
mis amigos, por más torpe que fuera jugando –realidad que he aceptado hoy en
día. En fin, en mi colegio comenzaron a formar un equipo de fútbol para la
institución y yo participé; traté de esforzarme al máximo y jugar en pos de mis
compañeros porque yo sabía que no era la gran cosa jugando y que el entrenador
iba a apreciar mi esfuerzo desinteresado. Pues, finalmente no entré al equipo,
y creo que eso desarrolló en mí un interés por esos jugadores que no siempre
tienen el reconocimiento que se merecen, que trabajan arduamente en las sombras
para que el genio pueda resolver las situaciones sin muchos problemas. ¿Ustedes
se imaginan a Cantona sin Roy Keane cuidando su espalda? ¿A Zidane sin Makelelé
o Davids que lo libraran de la labor de marcar? O en tiempos modernos, ¿a
Fábregas sin Nemanja Matic para que pueda crear fútbol sin obligaciones
defensivas extenuantes? Yo no. Y es por eso que hay muchos jugadores que han
sido vitales en el éxito de las grandes escuadras de la historia de este
deporte que no tienen el mérito que se merecen. Y en muchas formas, el más grande ejemplo de esto es el argentino
Javier Adelmar Zanetti.
Como muchos jugadores
suramericanos, los comienzos de Zanetti fueron bastante austeros y humildes. De
bisabuelos italianos, el joven Javier tuvo que ayudar a su familia en el tema económico
en su adolescencia trabajando con su padre como obrero de construcción mientras
daba sus primeros pasos en el fútbol juvenil hasta su debut con su primer
equipo, Talleres de Córdoba, en 1.992, luego de haber fallado en su intento de
ingresar al equipo del que era y es hincha hasta la actualidad, Independiente
de Avellaneda. Un año después se iría al Banfield donde debutaría en la Primera
División de su país y donde jugaría por un par de años obteniendo
reconocimiento y ganándose un lugar por el carril derecho de la selección Argentina
para los Juegos Panamericanos de Mar del Plata de 1.995. Ahí hace acto de
presencia el entonces nuevo presidente del Inter de Milán, Massimo Moratti, con
su hijo y ambos se van sorprendidos y con muy buenas sensaciones de aquel
número 4 cuyo nombre desconocían. No tardaría mucho para que en ese mismo 1.995
el propio Moratti se hiciera con sus servicios para su equipo, junto con su
paisano argentino, Sebastián Rambert, de su querido Independiente. Como
anécdota, cabe mencionar que Rambert llegó como un fichaje algo rimbombante y
como el goleador del fútbol argentino al Inter mientras que la contratación de
Zanetti no tendría mucha trascendencia en los medios. Pero eso cambiaría
posteriormente.
Lo
que comenzó como un fichaje de poca importancia y para llenar un puesto, a
posteriori se convertiría en, probablemente, el mayor idilio de lealtad que
haya disfrutado la entidad nerazurri en su historia.
Zanetti iba a irse cedido en su primer año pero el entrenador del equipo por esos
años, Ottavio Bianchi, queda sorprendido con sus condiciones y su dedicación
por lo que comienza a ganarse un puesto que no soltaría. En ese año en el Inter
sobresalían jugadores como Roberto Carlos, Paul Ince y un par más, pero Zanetti
los sobrepasaría a todos en cuanto a longevidad y nivel en la escuadra
lombarda. Luego de dos temporadas carentes de títulos, el argentino cosecharía
su primer triunfo europeo con aquella Copa UEFA de la 97-98 con un Ronaldo
pletórico que haría pedazos a las defensas rivales y serviría como el baluarte
de aquella consecución. Los años pasaron y el Inter quedaría en segundo plano
en una Serie A que era la mejor liga del mundo por esos años y donde Juventus y
Milán gobernaban con autoridad, mientras que el equipo de Zanetti sufriría
incontables vicisitudes y una sequía de títulos bastante dolorosa a causa de un
vendaval de contrataciones que no cuajaban, entrenadores que no funcionaban y
una institución que, simplemente, parecía estar a puertas de un declive
deportivo. En el 2.000 y en pleno auge
de la crisis previamente acotada, nuestro protagonista recibe una oferta del
entonces campeón de Europa, el Real Madrid, para unirse a sus filas; haciendo
gala de su simpleza y profesionalidad, agradece el interés pero lo rechaza al
sentirse a gusto en el país y en un Inter que lo acogió desde el primer día
como si fuera un canterano de la institución. Un ejemplo de lealtad a los
colores y se vería recompensado por eso.
Respetado y admirado
por sus compañeros y rivales, los años pasarían para el argentino donde el
Inter comenzaría a ganar poder en Italia luego del polémico caso de arreglo de
partidos que dejarían mal parados a la Juventus y al Milán en 2.006, cosa que facilitaría
la reestructuración del plantel para cosechar cuatro Escudettos consecutivos. En el 2.008, Roberto Mancini dejaría a la
institución lombarda para que José Mourinho construyera el que un servidor
considera como su mejor equipo y así conseguir un triplete histórico, que,
obviamente, incluiría una UEFA Champions League en el 2.010 que evadía al Inter
desde hace casi cuatro décadas y que el capitán dedicó a su madre recientemente
fallecida en el enorme cielo del Santiago Bernabeú. Javier Adelmar Zanetti
siempre ha hablado mil maravillas del portugués y puede decirse que el
argentino pudo aprovechar todos sus dotes y condiciones al ser aprovechado –no
por primera vez, pero sí a su máximo potencial- ambos laterales, carriles y
como un mediocentro de contención junto a su paisano, colega y amigo, Esteban
Cambiasso, además del ítalo brasileño, Thiago Motta.
Los años seguirían y cuando una lesión llamada “Talón de Aquiles” lo dejó aislado del fútbol por
seis meses a la edad de 39 en Abril de 2.013, muchos fueron los que asumieron
su retiro como algo ya inevitable; pero haciendo uso de la consistencia y
dedicación que han sido sinónimos de su carrera superó ese traumático incidente
para volver en Noviembre de ese mismo mes. Tampoco hay que olvidar sus
pasos por la selección Argentina donde entró en el corazón de muchos al anotar
ese gol contra Inglaterra en el Mundial de Francia ’98 con una exquisita jugada
preparada que le daría el empate a la albiceleste en un posterior triunfo en
penales contra un rival cuya relación estaba enemistada por su reciente pasado
bélico. Jugaría el Mundial de Korea-Japón ’02, pero luego sería dejado por
fuera por Pekerman y Maradona en las Copas del Mundo de 2.006 y 2.010,
respectivamente. Una lástima, si consideramos el gran nivel que siempre ha
ostentado este señor jugador.
Y es que me quedo
corto. En una sociedad pertrechada por
el internet y donde el fútbol se ha convertido en una suerte de ejemplificación
de cómo cualquier menso puede expresar su ridícula opinión y sentirse tan a
gusto, es comprensible que la carrera de Zanetti tal vez nunca tendrá el
crédito merecido más allá de las fronteras del San Siro puesto que él es la antítesis
de las “estrellas” que proliferan cada vez más rápido en el panorama y cada vez
con menos talento. Es más, me atrevería a decir que cada corrida, cada
victoria, cada título, que este ejemplar de profesionalismo consiguió fue producto
de la dedicación de quien acepta sus limitaciones y trabaja cada maldito día
para conseguir lo que tanto ha añorado. Como jugador era rápido, demoledor,
rendidor –un axioma en su estela como futbolista- y capaz de realizar algunas
de las mejores galopadas que este no tan humilde escritor venezolano ha visto
en el deporte de los 90 minutos. Como persona, por lo poco que me pueden decir
las entrevistas y aquí reconozco mi subjetividad, es un hombre sencillo, libre
de los aborrecibles delirios de grandeza de la fama y siempre comprometido con
sus compañeros dando el ejemplo. Un jugador que debería ser conocido por todos
como, tal vez, el mejor lateral derecho
de todos los tiempos. Un jugador y persona irrepetibles. Para quienes
deseen dedicarse a esto del fútbol, les sugiero que tomen a este argentino como
su modelo a seguir; les aseguro que tendrán una larga y exitosa carrera.
Como último dato
curioso, puedo decirles que ha ido al mismo barbero desde su arribo a Italia.
El barbero es hincha del Milán. Lo que se ha tenido que aguantar el barbero,
¿eh?
Hola saludos desde el país vecino Colombia, gracias por este post sobre el eterno capitano JAVIER ZANETTI, te lo digo como neroazurri muchas gracias porque están muy buenas tus palabras sobre Javier,que te puedo agregar sobre el, Javier es sinónimo de humildad, dedicación, amor y pasión al deporte y a sus colores, saludos y gracias una vez mas siempre es bueno leer algo sobre IL CAPITANO.
ResponderBorrarSinceramente, GRACIAS. Al final del día, posts como éste son dedicados para hinchas como tú que estoy seguro que comprenden la grandeza y humildad de un jugador de la talla de Zanetti. Un jugador único en su clase.
BorrarEspero disfrutes con el Blog y con todos mis posts.