William Shakespeare una
vez dijo que el bien y el mal no existen, pero el pensamiento humano los hace
reales. Sucede que yo concuerdo con ese estatuto del bardo inmortal puesto que
en este mundo multifacético es cada vez más difícil etiquetar a una persona o a
un colectivo específico como “bueno” o “malo” cuando las supuestas líneas
divisoras se han tornado cada vez más borrosas. En el fútbol no es diferente
cuando hay tantas ópticas, preceptos, choques ideológicos y aversión a ciertas
posturas estéticas. Pero a veces, y sólo
a veces, suceden esos instantes de genuina brillantez y autenticidad que uno al
contemplarlo, indiferentemente de que comulguemos con ese estilo o no, no puede
evitar sentir un respecto o admiración hacia el creador de tan excelso momento
de gloria solitaria. Y esa declaración de quien suscribe está constatada en
el ascenso y descenso del Borussia Dortmund de Jürgen Klopp en estos cuatro
años –un cuento de hadas que ha conocido un desenlace carente de la magia y
emoción que han exacerbado sobre los rivales durante su estela como uno de los
equipos más electrizantes y poderosos del fútbol europeo en los últimos tiempos.
La eliminación del Borussia en los octavos de final de la UEFA Champions League
contra la Juventus con un global de 5 a 1 esta semana no fue sólo el final de
sus aspiraciones europeas de esta temporada; pero también el inevitable y
dramático final a una poderosa llama que se apagó tan rápido como se encendió
hace ya cuatro años.
El equipo del volcánico
e histriónico Jürgen Klopp –quizás el técnico más codiciado de Europa, en el
día de hoy- supo atrapar el corazón de millones en el Planeta Fútbol al ser
capaz de luchar de tú a tú con el gigante por antonomasia de la Bundesliga, el
Bayern Múnich, por la supremacía del torneo e incluso venciéndolo en los
comienzos juveniles y anárquicos de esta histórica generación del Signal Iduna Park. Con una base
de jugadores jóvenes y de fichajes de poca repercusión pero de gran potencial, el
plantel del Dortmund le arrebató la liga y la Pokal –la copa de Alemania- a los
gigantes bávaros en las temporadas 2.010/11 y 2.011/12, respectivamente, desplegando
un fútbol ofensivo, enérgico y directo en el proceso. Ya la colorida y seminal
afición del Dortmund –tal vez la mejor de Europa- no tenía que recordar a héroes como Karl-Heinz Riedle, Paul Lambert, Mathias Sammer o Paulo Sosa que levantaron la UEFA Champions League en el '97 frente a una Juventus de Zidane y compañía que era el vigente campeón y el mejor equipo del mundo para emocionarse con su equipo luego de una debacle económica brutal. Se
convirtieron rápidamente en la sensación del fútbol europeo y nombres como
Mario Göetze, Robert Lewandowski, Mats Hummels, Neven Subotic, Shinji Kagawa,
Nuri Sahín o Ilkay Gündoğan se convirtieron en algunos de los
talentos jóvenes más codiciados de Europa y en una nueva referencia en el Viejo
Continente. Y eso sin dejar de lado las
idiosincrasias singulares y beligerantes de su entrenador, quien se ganó la
apreciación y cariño de todos los aficionados al balompié con sus celebraciones
desmedidas, personalidad extrovertida y una pasión por su trabajo que transpira
una autenticidad plausible y refrescante en una escena deportiva en la que
proliferan cada vez más hipócritas que buscan ser lo más políticamente
correctos posibles –eso sin mencionar una gran capacidad táctica y para
gestionar un plantel que no tiene la mayor vastedad de recursos. Incluso
con las marchas de referentes como Sahín o Kagawa, el Dortmund se escabulló a
una dramática final de Champions que perdieron ante el histórico Bayern de Jupp
Heynckes en el 2.013 con aquel gol agónico de Arjen Robben que simbolizó el
exabrupto de algarabía de los bávaros y la desazón de los de Gelsenkirchen.
Esto último, mis amigos, sin mencionar la dolorosa marcha de Mario Göetze a sus
rivales de Múnich, supuso una de las primeras páginas de una torcida narrativa
que ni los más despiadados de los escritores se hubieran atrevido a crear. El
fin del cuento de hadas había comenzado.
La eliminación de esta
semana del Dortmund no fue más que la culminación de un declive que se venía
vislumbrando desde la temporada pasada. El arribo de Pep Guardiola al Bayern y
la pérdida de Göetze contra dicho equipo –además de la futura e inevitable
marcha de Lewandowski al mismísimo Bayern- supusieron una baja lenta pero
progresiva de nivel del equipo de Klopp. Las
múltiples lesiones, fichajes que cada vez rinden menos y una liga alemana que
parece haberle tomado las medidas tácticas a un Klopp que se ha visto renuente
a reinventarse son algunos de los factores que han influido en el devenir
negativo del equipo de amarillo y negro en las dos últimas temporadas. Las
lesiones en particular han sido atrofiantes y asfixiantes para la continuidad
del equipo si se toma en consideración que jugadores como Błaszczykowski o
Gündoğan han estado de baja la mayor parte de dos años y eso ha resentido el nivel y progresión de varios jugadores vitales, como un Marco Reus que ha sido el savaldor y símbolo del equipo luego de las ventas del polaco y del autor del gol en la final del Mundial. Todo lo acotado con anterioridad no ha
evitado que se vea, por momentos, pasajes del gran fútbol que pregonaron en el
apogeo del reinado de Klopp en grandes citas como los cuartos de final de
Champions del año pasado donde se comieron vivos al futuro campeón, el Real
Madrid, de locales y quedaron a un gol, a un mísero gol, de eliminarlos. Pero, al final del día, lo del Dortmund es
el ejemplo clásico que se vive hoy en día en una época futbolística donde los
grandes equipos de grandes fondos monetarios pueden crear conglomeraciones de
jugadores excelsos y arrebatárselos con facilidad a instituciones como el
Borussia y es cuestión de tiempo para que jugadores como Reus, Hummels,
Subotic, Gündoğan, Schmelzer y un
par más se vayan a cosas más grandes y mejores.
El
panorama del Borussia luego de estos octavos de final es bastante precario y
desolador. Los reemplazos de figuras periféricas de la talla de Lewandowski o
Göetze como Adrián Ramos, Ciro Immobile o Henrikh Mkhitaryan, por mencionar
algunos, no han terminado de dar la talla y son la prueba fehaciente de que el
modelo del Borussia de “fichar barato y vender caro” es muy difícil de sostener
si no se cuenta con el suficiente sustento económico para fichar esa calidad
garantizada que todo equipo grande o campeón necesita.
Vamos a ser sinceros: equipos campeones como el Barcelona, Madrid, Bayern, y un
par más pocas veces forman a sus estrellas o realizan pocas contrataciones de
repercusión ínfima cuando tienen los fondos monetarios para fortalecer a sus
plantillas con lo mejor que hay en el mercado. El Dortmund simplemente no puede
hacerlo porque a) No tienen el suficiente poder económico para pagar los
sueldos voluminosos de sus competidores europeos y b) En aras de una total
sinceridad, el Borussia Dortmund no tiene el atractivo ni deportivo ni
turístico para contratar a la crema innata del fútbol mundial. Por más que le
duela a los seguidores del club, hay un motivo por el cual el hijo pródigo de
su equipo, Göetze, decidió cambiar el amarillo y el negro por el rojo del
Bayern: sabía que el momento del Dortmund estaba pronto a acabar –cosa que se
ha demostrado en las dos últimas campañas en su ausencia. Lo sé, es bastante
encomiable lo que han hecho Klopp y la directiva del club –éstos merecen un
reconocimiento también- por hacer de éste un equipo competitivo en el más alto
nivel, pero también hay que reconocer que es muy complicado que se mantengan
así. Es admirable que la institución
alemana haya erigido a figuras seminales del fútbol actual como Marco Reus o
Mats Hummels pero formar más jugadores de esa talla es una misión laboriosa y
que tomará mucho tiempo –mucho más del que puedan desear los hinchas del club
ya que aspectos como madurez, disciplina táctica, carácter, personalidad,
condición física, técnica o dedicación son algunos aspectos indispensables para
que un futbolista y deportista en general triunfe. Por eso, en el más que
dudable caso de que Klopp siga en su cargo, el Borussia deberá tomar un tiempo
para reagruparse una vez que sus figuras se vayan y toque la época de las
“vacas flacas”, como dicen. Se ha acabado la fiesta y ha llegado la resaca.
Los primeros síntomas
de la debacle en el Signal Iduna Park se han
demostrado en el rendimiento mediocre y, francamente, patético que el equipo ha
demostrado en la Bundesliga, donde yacen a mitad de tabla, entrelazados en una
batalla dantesca por no descender y tratar de clasificar a la Europa League
luego de una primera vuelta desastrosa en el campeonato liguero. Los segundos
síntomas han sido el de una eliminatoria indiferente y displicente en los octavos
contra la Juventus, en el que el equipo de Turín manejó ambos partidos
brillantemente –felicitaciones para mis lectores que son hinchas de la Vecchia Signora desde aquí, por cierto-;
dejando en evidencia las falencias y falta de concentración de esta última
versión del plantel de Klopp. Y los últimos
síntomas son la falta de esfuerzo que algunos jugadores han demostrado y cómo
otros han probado ser incapaces de solventar las ventas de algunas figuras
esenciales; esto es una prueba bastante clara de que el equipo está llegando a
un punto de estancamiento donde los Marco Reus y Mats Hummels del plantel ya no
consiguen la suficiente motivación para continuar en el rendimiento de otrora y
sin fútbol de Champions para ofrecer, será una misión casi imposible
mantenerlos a bordo el año entrante. El Dortmund, como muchos grandes
equipos que se han encontrado en una situación igual de precaria e incluso
peor, pueden todavía darle vuelta a esto si mantienen una cierta base y, más
importante todavía, logran mantener la unión de un vestuario que siempre ha sido
clave para los logros del combo germano. Sé que es una visión algo ingenua y un
tanto idílica en un mundo del fútbol donde las cosas no suelen pasar como lo
esperado, pero así como trabajaron arduamente luego de su crisis económica de
hace casi ya diez años, es momento de que el equipo de Gelsenkirchen comience a
reestructurarse en su hora más oscura.
Esa noche del 18 de
Marzo de 2.015 Klopp contempló cómo uno de los más grandes ejemplares de fútbol
ofensivo de los últimos tiempos, su Borussia Dortmund, se derrumbaba como los
grandes imperios de la historia de la humanidad que, eventualmente, conocieron
su inevitable fin luego de un decaída natural y progresiva que es parte de todo
lo que nace, vive y muere en este mundo. El propio Jürgen declaró una vez que
los de su equipo eran como una banda de Heavy Metal y tiene razón; el Borussia Dortmund fue la respuesta
futbolística a los Guns ‘N’ Roses: salvajes, directos, coléricos, brillantes,
auténticos y efímeros. Fueron el club adecuado en una época equívoca en la que
los millones los privaron de alcanzar la grandeza. A diferencia de la banda
de Axl Rose, los germanos nunca pudieron consagrarse como el equipo por
antonomasia en una generación en la que coincidieron con el Bayern de Heynckes –probablemente
el más poderoso equipo alemán de todos los tiempos. Pero lo que lograron es algo que nada ni nadie podrá quitarle a Klopp y
a sus pupilos: minuciosamente, casi en silencio, lograron erigir una
institución capaz de derrocar a la aristocracia futbolística por un par de años
con un presupuesto escueto y con la idea de formar a sus figuras en lugar de
ficharlas; fueron ese momento precoz y sutil donde las piezas del sistema, el
momento y un cúmulo de jugadores se unieron para concretar a un equipo que hizo
soñar a aquellos que pensamos que el fútbol fue hecho para superar adversidades
y para triunfar contra todas las posibilidades. Eso fue el Borussia
Dortmund de Jürgen Klopp.
No sé qué le deparará a
este equipo en el futuro -toda esta parrafada es mi no tan humilde opinión- pero desde aquí, como mero aficionado al fútbol, le
agradezco a esta sequito de jugadores de amarillo y negro liderados por un
alemán hípster demente por haber sorprendido a propios y a extraños y
recordarnos que el fútbol no siempre debe de tratarse de posesión, toques y
paciencia; también puede ser potente, directo y emocionante. Eso fue lo que me
enamoró de este deporte y me alegra haber visto a un equipo actual recuperar
eso. Gracias por los recuerdos que han sembrado en la mente de sus seguidores y de todos aquellos que gustamos con el buen fútbol. El bien y el mal pueden ser
subjetivos; pero nadie puede negar que hay momentos, tal vez insignificantes,
donde las piezas caen en su lugar y sentimos simpatía por aquel que hizo mucho
con tan poco. Eso se llama respeto y admiración; y eso, mis amigos, va más
allá de las perspectivas.
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