“Y te digo, honestamente, que me
encantaría ganarles. Me encantaría”
Mis amigos, ésta ha sido la mejor
Premier League de los últimos tiempos. Y me atrevería a
decir que ha sido uno de los campeonatos ligueros más apasionantes en general
que se haya visto en el fútbol desde hace unos cuantos años. ¿Palabras mayores?
Quizás, pero no menos ciertas. Gracias a los montos monetarios en ascenso por
los contratos televisivos, los equipos de la liga inglesa reciben unas
cantidades estratosféricas de dinero sin importar el puesto que ostenten,
beneficiando así a los mismos para reforzarse de mejor manera; tal es la
diferencia con otros países que el Queens Park Rangers el año pasado, al quedar
de último y descender de la Premier, obtuvo más dinero por su posición liguera
que el Bayern Múnich por ganar la Bundesliga. Esto ha convertido, poco a poco y de manera sólida, a la Premier League
en el campeonato más parejo y desafiante; un servidor ha pasado (y disfrutado)
más tiempo viendo partidos del Stoke City, Watford, Crystal Palace, Tottenham,
Everton o West Ham que con el Madrid, Barcelona, Bayern o PSG, si soy
completamente franco. Claro, no faltará quien diga que el nivel de la liga
es bajo por sus actuaciones europeas, pero no es lo mismo ver a los rivales del
Bayern o el Barcelona bajar los brazos al ir perdiendo dos a cero en los
primeros quince minutos que competir contra una oposición que nunca cesa en
ningún minuto del partido y no te deja ganar como si fuera un trámite –eso
agota y más cuando consideramos que la Premier es una liga sin descanso
navideño y con calendarios congestionados por la FA Cup y la Capital One. Para
el futbolista es altamente complicado pero para nosotros, el público, son
tiempos de bonanza futbolística en Inglaterra en cuanto a entretenimiento se
refiere.
Debido
a esta alza de los equipos más pequeños, la conquista de los grandes por el
título se ha visto mucho más complicad en este año que en el anterior donde el
Chelsea del entonces entrenador José Mourinho, ahora desplazado de sus
funciones por el brutal declive del club en esta temporada, fue líder absoluto
del campeonato durante todo el año. Equipos
como el Arsenal y el Manchester City, además de la inclusión del sorprendente
Leicester City de Claudio Ranieri, pueden entrar en la categoría de los equipos
“regulares” del campeonato, pero se ha demostrado que ese término no acaba de
describir a ninguna institución en esta Premier League e impera esa sensación
de que cualquiera puede ganarle a cualquiera. Eso es entretenimiento en su
máxima expresión y lo que más deseamos de este deporte –y de cualquier otro,
para esos efectos- es eso mismo: entretenernos. Buscamos sentirnos a la
expectativa y no saber qué demonios va a pasar ahora; estar sentados en el
extremo de nuestra silla mientras que once jugadores te alegran el día, o hasta
la semana, con una buena actuación en una cancha de fútbol. Se trata de vivir y
presenciar historias inesperadas que surgen para dejar huella en el corazón de
quien desee ser parte de la misma. Inglaterra
es, a mis ojos, la tierra prometida del fútbol de entretenimiento y a mediados
de los 90s hubo un equipo que fue el club de los neutrales; el equipo que todos
apoyaban por su juego vertiginoso y magistral carente de lógica, pragmatismo e
incluso coherencia, pero que emocionó a todo el mundo por un par de años: el
Newcastle de Kevin Keagan, eternamente llamados The Entertainers (Los animadores).
Un
aspecto que parece ser una máxima del club de las Urracas, como son conocidos,
es el hecho de que son capaces de compaginar épocas de mucha gloria con otras
de una calidad deplorable. Para el Newcastle, es cielo o infierno y el término
medio, la bendita regularidad, es algo intangible e inalcanzable para nuestros
protagonistas. Bueno, en 1.991, donde comienza nuestro relato, el equipo de
blanco y negro se hallaba en lo profundo de su propio infierno particular. La
institución se encontraba en el fondo de la antigua segunda división del fútbol
inglés, la entonces llamada apropiadamente Second
Division, tras perder cinco a dos contra el Oxford en un partido que
empeoraba un ambiente negativo en un club que no vislumbraba el camino e iba en
una caída estrepitosa. La directiva no hacía mucho al respecto y el entrenador,
el argentino Ossie Ardilles, había entablado una filosofía de apostar por los
jóvenes que no terminaba de cuajar. Los
hinchas estaban ofuscados por la falta de accionar de los involucrados y
entonces un empresario importante de las islas, británicas, Sir John Hall,
decidió comprar el 79.2% del club para llevarlos
a un rumbo más acorde a la historia del Newcastle United. El arribo de este
magnate fue vital en esta historia porque la primera (y más importante)
decisión que tomó fue despedir a Ardilles y hacerse con los servicios de la
leyenda del club, el otrora atacante Kevin Keegan, en la dirección técnica.
Esto fue recibido con reacciones de asombro, esperanza y temor por parte de la
hinchada puesto que Keegan era de los suyos y una leyenda del club que,
supuestamente, llegaba para hacer renacer al club; pero también imperaba el
miedo porque el una vez Balón de Oro había estado fuera del fútbol desde su
retiro como jugador en el ’85 y no tenía experiencia alguna en el oficio de
entrenador. Pero había ilusión y, sobre todas las cosas, la creencia de que
estando de últimos en la segunda división, las cosas no podían empeorar en esa
temporada –o al menos eso esperaban.
Lo
primero en lo que se enfocó Keagan fue en trabajar para que el Newcastle se
salvara del descenso, y logró eso mismo tras unos meses complicados (y con un
plantel descompensado) al derrotar al Leicester City con un gol en los últimos
minutos para conseguir la permanencia –la locura, el dramatismo y la pasión
estarían a la orden del día durante su periplo en St. James Park. El segundo
año fue más plácido y lograron el ascenso como líderes a la reluciente Premier
League, con el ahora apodado Geordie
Messiah visionando a un equipo que pudiera competir de tú a tú con los
grandes de Inglaterra. En esa línea
ambiciosa, se hizo con los servicios del delantero Peter Bardsley, quien ya
había jugado con el club en los 80s y había sido compañero de ataque del propio
Kevin, para que formara una dupla mortal con el joven Andy Cole, quien llegaría
a ser una figura periférica en la etapa de formación de The Entertainers. Keagan, como delantero centro que una vez fue
y como alguien que formó grandes duplas ofensivas en sus años mozos, buscaba
practicar un fútbol ofensivo que se basara en el precepto de simplemente anotar
más que el rival y, a su concepto personal, el formar una dupla de delanteros
era algo vital para ello.
El
equipo iba mejorando año tras año y el estilo de juego de posesión, de mucho
toque y con fuertes connotaciones preciosistas comenzaba a generar dividendos
en la temporada 1.994/95, pero el club recibiría un golpe muy duro con la venta
de Cole al Manchester United para ayudar con la precaria situación económica
que ostentaban. El delantero inglés
había hecho 41 goles en 46 partidos la temporada previa en todas las
competiciones y mantenía buenos números en la campaña de su salida al equipo de
los Diablos Rojos por 6 millones de libras más el extremo del United, Keith
Gillespie –quien ganaría protagonismo en el club en años venideros-, en lo que
resultaría ser un traspaso record del fútbol británico por esos años. El
fichaje se libró con sus polémicas y el propio Keegan se encaró con varios
aficionados extremistas para explicarles las razones de la venta –una muestra
fidedigna del carácter del hombre. Con el dinero conseguido por Cole se
trajeron a dos de los jugadores más importantes en este equipo legendario del
Newcastle: el delantero inglés, Les Ferdinand (hermano mayor de Rio Ferdinand),
del Queens Park Rangers y el díscolo atacante francés, David Ginola del París
Saint Germain. El director técnico tenía las piezas que necesitaba y todos en
la institución, palpando el progreso del club desde el arribo de su Mesías
futbolístico particular, estaban dispuestos a tirar del mismo lado para
conseguir lo que era el Valhala de cualquier equipo inglés: ganar la Premier
League. Keagan sabía eso y su visión, ésa de juego atractivo y dominante, había
tomado forma en uno de los equipos más excitantes que ha visto el fútbol
británico en los últimos 25 años. The Entertainers
habían nacido en 1995 y la siguiente temporada, la 1995/96, demostraría
ser un ejercicio de dramatismo y pasión en su máxima expresión.
Si
quieren energía, caos y belleza futbolística encapsulada en 90 minutos, les
recomiendo que busquen cualquier video de The
Entertainers de esa mítica campaña del fútbol inglés para que vean lo
brillantes que eran –yo lo he hecho y cómo me he divertido. Su estilo guarda
reminiscencias a lo que hace el Barcelona actualmente, pero impregnados con más
vértigo y ese toque inglés en su porte. Keegan
tomó al club y lo inspiró para desafiar al United de Ferguson como nadie lo
había hecho hasta ese momento por un título de liga; victorias importantes
contra rivales de peso como Blackburn, el entonces campeón, o Liverpool,
quienes tenían su propia generación de cracks apodados los Spice Boys, además de un record notable de victorias en casa en la
1era vuelta de la temporada, fueron señales que explicaban que ése equipo era
algo especial. Fue una de las más grandes batallas en las últimas tres
décadas en Inglaterra porque los dos equipos que guerreaban por ese título de
Rey de la Premier League, Manchester y Newcastle, eran planteles notables y con
una calidad incuestionable. Por un lado tenías a Les Ferdinand, Pete Bardsley y
David Ginola, mientras que por el otro tenías a Cantona, Keane y Giggs. Tal vez
hoy en día los del United son considerados leyendas del deporte, pero en ese
entonces la diferencia entre ambos era ínfima y el primer lugar en la tabla
estaba servido para cualquiera de los dos. Ferguson
y Keegan eran dos grandes técnicos con una capacidad invaluable para motivar a
sus jugadores y extraer ese gramo de más de ellos para que rindieran a tope
–eso hizo que el campeonato fuera tan excitante.
En
el mercado de invierno, la posibilidad de que las Urracas ganaran la liga era
muy tangible y el club invirtió decididamente en el mercado de invierno para
traer a casa esa tan ansiada competición. David Batty, mediocentro de los
entonces campeones Blackburn Rovers, y el colombiano Faustino Asprilla,
atacante del Parma italiano, fueron contratados por una suma conjunta de 11
millones de libras para afilar un equipo que ya era poderoso de por sí. El colombiano arribó como una gran estrella
y su fútbol histriónico, díscolo y rebelde encajaban con la filosofía del club
de St. James Park para finiquitar esa revolución empezada por la leyenda
inglesa en el ’91… pero tal no sería el final en este tortuoso relato.
Hay
muchos que atribuyen a la contratación de Asprilla como el detonante de la
caída en desgracia del Newcastle en la segunda vuelta de esa temporada, pero la
realidad es que otros factores como la irregular defensa del equipo –concedían
casi tantos goles como los que anotaban- y la falta de fortaleza mental les
terminó de jugar una mala pasada. La forma de ser tan singular del colombiano
no ayudó para evitar que fuera señalado y rápidamente fue convertido en el
“culpable” de que no ganaran la liga, pero la realidad es que tuvo un
rendimiento más que aceptable y el resbalón del club en el último momento se
debió principalmente a ese quiebre psicológico que sufrieron en tres momentos
en específico de la segunda vuelta.
El primero de ellos fue el partido
contra el Manchester United en St. James Park. El United
perseguía al Newcastle en el liderato con cuatro puntos de diferencia –aunque
los Magpies tenían un partido menos-
y ese partido era visto como la forma en la que acabarían con las esperanzas de
los Diablos Rojos. El estadio era una caldera y el 1er tiempo fue una
exhibición de fútbol de un conjunto del Newcastle que no terminó de marcar por
un Peter Schmeichel que estaba en la mejor forma de su carrera por esa
temporada –paró absolutamente todo ese día. El segundo tiempo mostraba a un
Manchester un poco más adelantado, pero la superioridad de las Urracas era
notable y el ambiente era tenso; pero Eric Cantona, el eterno salvador de ese
equipo de Ferguson, anotó el gol solitario del partido y así, de la nada y de
forma incontestable, los visitantes se llevaban los tres puntos, cerrando la
diferencia en la tabla a un mero punto, dejando atónitos a todos aquellos que
vieron el partido.
El segundo evento desgraciado fue
ese hermosamente caótico partido en Anfield, tierra donde
Keegan conquistó el mundo futbolístico como jugador, que acabó cuatro a tres
frente al Liverpool, siendo considerado por muchos como el mejor partido de la
historia de la Premier League y en donde Stan Collymore, un jugador algo
infravalorado de esa época de los Reds,
se disfrazó de figura y en verdugo del Newcastle con una actuación notable y
haciendo dos goles, siendo uno de éstos el del triunfo en los últimos minutos. Para el recuerdo quedó esa imagen del
entrenador de las Urracas postrado sobre la valla publicitaria como si se
hubiera dado cuenta de que todo había terminado en eso fatídico evento de esa
forma. El club al que una vez sirvió con tanta lealtad le proporcionó el
peor día de su vida deportiva en uno de esos partidos que jamás se olvidan.
El tercer evento sucedería fuera de
las canchas y denotaría cómo esta competencia entre Keegan y Ferguson era algo
bastante personal. Luego de un partido del Manchester
contra el Nottingham Forrest, el escocés diría que los equipos rivales se
esfuerzan más contra su equipo por la grandeza del mismo y que no se
enfrentaban con tanta beligerancia a los de Keegan. El entrenador del Newcastle
no tomó esto para nada bien y en una entrevista de radio explotó en un
exabrupto pasional que fue encarnado en la frase que inicia este artículo. El
Mesías de St. James Park es un hombre pasional y sincero que no se calla nada;
ama al Newcastle y era capaz de mancillar su imagen pública por el simple hecho
de defender a su club, pero no se dio cuenta de que todo esto fue un juego
mental de Ferguson para desconcentrarlo y un intento más por hacer caer al
Newcastle… y funcionó. Al terminar las 38 jornadas, el United ganó la liga por
cuatro puntos de diferencia y The
Entertainers de Keegan quedaron de segundos. Los neutrales se apiadaron de
una generación del Newcastle que estuvo cerca, muy cerca, de atisbar la gloria de la Premier League, pero al final
del día no se pudo. Sacrificaron una
ventaja de diez puntos en Navidad a través de una desconcentración mental, una
mala defensa y una incapacidad para ajustar a Asprilla para que mejor
funcionara en un sistema que, ya sin él, funcionaba a las mil maravillas, a
ojos de muchos.
La
siguiente temporada iba a ser muy buena, pero ya nada era lo mismo –sabían que
se habían perdido una oportunidad histórica. Se fichó al goleador del Blackburn
y futura leyenda de los Magpies, Alan
Shearer, por un cifra record por ese entonces de 15 millones de libras. Kevin Keegan, el Rey Kev y el Geordie Messiah, sorprendería al mundo
del fútbol al renunciar a su puesto a principios de Enero de 1997 alegando que
ya había dado todo por el club, cosa que nadie puede negar, no sin antes erigir
la obra maestra futbolística de The
Entertainers: una demolición por cinco a cero de uno de los mejores
Manchester United de la historia en un partido donde no necesitaron las Urracas
ninguna motivación –la temporada previa era más que suficiente. Kenny
Dalgish, leyenda del Liverpool y que ya había ganado la liga inglesa con los de
Merseyside y con el Blackburn en el ’95, tomó las riendas del club y aunque
logró repetir el sub-campeonato, las cosas, como dije al principio, ya no eran
iguales. La magia se fue con Keegan y el equipo, por más funcional que fuera y
con un Shearer que dominó la tabla de goleadores con 25 tantos, no desprendía
la misma vertiginosidad. Al año entrante habría un último destello de ese
equipazo que enamoró a los neutrales de la Premier League con una victoria por tres
a dos sobre el FC Barcelona en la Champions League con un Asprilla que anotaría
un hat trick en su mejor partido con los de St. James Park. Pasión, muchos goles y fútbol ofensivo que
se basaba en anotar más que el rival: eso eran The Entertainers de Kevin Keegan. Ése fue el modus operandi del mejor equipo que
nunca conquistó la Premier League.
Hasta
el sol del día, el legado de este gran Newcastle es debatido álgidamente entre
los conocedores del fútbol inglés. Algunos dicen que fueron el mejor equipo ese
año y que merecían la liga; otros que la mala defensa y los fichajes de
invierno destruyeron el balance; que Keegan cayó en los juegos de Ferguson o
que el escocés recurrió a “trampas mentales” para ganar. Tampoco faltan
leyendas del país como Jaime Garragher o Gary Neville diciendo que nadie se
acuerda de este equipo al no haber salido campeón, pero yo tiendo a discrepar con esta afirmación de los dos exdefensores
puesto que la grandeza de este plantel yacía en que su estilo, por más toque
que tuviera, estaba muy arraigado en la Premier League y encarnaban todas sus
idiosincrasias: vértigo, carácter ofensivo y una actitud de nunca rendirse que
les hicieron ganar seguidores por todo el país. Fueron el equipo de los
neutrales y supieron enamorar mediante su juego –una habilidad que no es para
nada sencilla.
Surgidos
desde el fondo de la Segunda División, las Urracas comenzaron una historia
maravillosa llena de giros, desenlaces trágicos, momentos memorables y mucho
buen fútbol. Estoy seguro que los hinchas del club la pasaron barbaro y al
mismo tiempo fatal, que es como se debe vivir este deporte (y la vida misma):
abierto a la posibilidad de ascender al más alto de los éxtasis para luego caer
en el fondo del abismo o viceversa. El Newcastle de Keegan, al igual que la
vida misma, estaba lleno de inconsistencias, parafraseando al finado vocalista
norteamericano, Ronnie James Dio. Y en estos tiempos de bonanza futbolística en
Inglaterra, no hay que olvidar a los Shearer, Cole, Ginola, Ferdinand o Asprilla
que convirtieron al St. James Park en un teatro para su visceral sinfónica y
donde hicieron soñar a toda una afición. El
mejor campeón que la Premier League nunca tuvo.
Está muy bien Kevin. Felicidades por tu gran trabajo y aporte. En referencia al income que obtienen los equipos que recién ascienden a BPL, les pongo el vivo ejemplo de los Cherries, a quienes su promoción a BPL les dejó £130 millones, lo cuál es más de lo que el dueño pagó cuando adquirió al club allá en la 4ta categoría (perdón si me equivoco en esa). Si logran mantenerse en el top flight de Inglaterra, el Bornemouth junto con los Hornets podrían, entre los dos clubes, obtener cerca de los £500 millones, una vez que los nuevos deals de broadcasting entren en vigor, a partir de la 2016-17. Esa es una de las razones por las cuáles la BPL sigue siendo para muchos, la mejor liga del mundo.
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