“¡Un
entrenador no es un idiota! Un entrenador puede observar lo que pasa en la
cancha. En este partido hubieron dos, tres o cuatro jugadores que fueron
débiles como una botella vacía”
Era un maestro del
dogma italiano. Había sido un campeón durante toda su carrera y ahora deseaba
un reto en tierras lejanas donde no estuviera en su zona de comodidad y
atisbara una gloria que aún no había probado. Pero más allá de cualquier victoria
o las siempre tentadoras lisonjas de adulación barata –algo tan común hoy en
día porque todos queremos estar en el bando ganador y no entendemos que la
derrota conlleva al aprendizaje-, era demostrar el punto de que no puedes poner
precio a la integridad que uno ostenta como individuo e incluso como
profesional. Giovanni Trapattoni es la
definición de un ganador; un hombre que ha triunfado a donde ha ido y alguien
que siempre pregonó valores, además de resultados. Uno de los mejores
entrenadores de la historia del fútbol italiano en su apogeo como la NBA del balompié
–algunos incluso dicen que es el mejor
de la historia de ese país- y alguien que siempre se atrevió a ir a otras ligas
para demostrar su valía con retos variopintos, siendo su estadía en Bavaria con
el Bayern Múnich el más interesante de todos. Aunque dejó títulos y progreso en un club que no estuvo tan bien en los
años 90s como suele estarlo en Alemania, el maese italiano sí dejó para el
recuerdo una de las más grandes escenas de la historia del fútbol con una rueda
de prensa corta, incluso ínfima, en duración pero con un mensaje en un alemán
roto que cualquiera en este planeta puede comprender, indiferentemente de los
idiomas que manejen. Porque ese día en el ’98, “Trap”, como se le conoce
popularmente, no solo se dirigía al público y a sus jugadores; se dirigía a
todo un sistema que necesitaba que le dijeran sus verdades y éste lo hizo con
estilo.
Pero como todas las
historias, hay que comenzar desde el principio para entender el tan importante
contexto. En 1.994, el club de Múnich pasaba por una época de ambivalencia
futbolística con resultados variados y con la salida de su entonces entrenador
interino, la leyenda Franz Beckenbauer, el gigante bávaro necesitaba de una
figura de nivel para tomar el mando de un equipo que debía de volver a la
gloria. La primera opción que se barajó fue el joven entrenador del AS Mónaco,
Arsene Wenger, pero éste le dijo al presidente del club alemán, Uli Hoeness,
que prefería acabar su contrato con la institución del principado –cosa muy
irónica porque acabaría siendo despedido dentro de seis meses y la carrera de
ambas partes hubiera sido diferente de haber aceptado la oferta. Lothar Mathaus, uno de los mejores
jugadores del fútbol mundial por esos años y un ex futbolista de Trapattoni en
Italia por su paso en el Inter, decidió contactar a su una vez entrenador para
tantear la posibilidad de que se despachara una aventura a Bavaria.
Trapattoni lo discutió con su familia y como la misma no estaba muy interesada
en vivir en Múnich, “Il Tedesco” (apodo que le dieron en Italia que significa
“El alemán” por su amor a la disciplina) firmó por un solo año para ver qué iba
a pasar en dicho periplo germano. El Bayern es un club arrogante y
grandilocuente por naturaleza; el italiano es una personalidad que se crece con
la magnitud de los retos y que posee una actitud ganadora remarcable –como
muchas uniones, parecían destinados a funcionar. Pero si tal fuera el caso, no
existirían los divorcios y las órdenes de restricción.
“¿Vieron
lo que pasó el miércoles? ¿Qué equipo ha jugado el miércoles? ¿¡Jugó Mehmet;
jugó Basler; o jugó Trapattoni!? ¡Estos jugadores se quejan más de lo que
juegan!”
Como dije en la
introducción, la Serie A era la liga más poderosa y con los mejores jugadores,
por lo que el arribo de un entrenador que había triunfado con la Juventus y el
Inter en múltiples ocasiones era una señal de que una revolución táctica iba a
llevarse a cabo. El principal problema
yació en la barrera del idioma porque en esa temporada 94/95 “Trap” no sabía lo
más mínimo de alemán y tenía que disponer de un traductor para transmitir sus
mensajes e ideas, cosa que conllevó a una seguidilla de malos resultados
acentuada por una plétora de lesiones que padecieron a principio de la campaña.
Terminarían de sextos en la temporada; un resultado extraordinariamente malo
para los estándares del Bayern y cuyo aspecto más resaltante de la primera etapa
de Trapattoni en Múnich fue su violación de la norma que se tenía entonces en
Alemania que pregonaba que solo podían jugar tres jugadores amateurs en la
cancha al mismo tiempo –el italiano agregó a la cancha a Dietmar Hamann durante
una victoria 2-5 en Franfurt, suiendo el número a cuatro. El partido no valió y
perdieron 3-0 por default. El experimentado entrenador, siempre reconocido por
su categoría, reconoció su falla por lo sucedido mientras que el club y su
persona decidieron no renovar su contrato al final del año. Regresaría a su
Italia natal para dirigir al Cagliari en la temporada 95/95; pero un mero año
después se efectuaba su retorno para una segunda intentona en Bavaria. Y esta
vez iba a ser memorable.
Las cosas no comenzaron
para nada mal en su primero año: el italiano demostró un mayor compromiso al
tomar un curso intensivo de alemán durante dos meses y ensambló un equipo que
ganó el título liguero y que dentro de unos años sería la base para conquistar
la Champions. Pero era un equipo donde
imperaban los egos y la grandilocuencia; era un club apodado FC Hollywood por
esos años por los diferentes problemas de vestuario y los múltiples dramas que
afloraban en la institución por un cúmulo de jugadores indisciplinados y/o
faltos de carácter… pero ahora se habían topado con el disciplinario por
excelencia. Entrando al segundo año, el curso 97/98, el club estaba plagado
por problemáticas internas que dificultaron el progreso del equipo hasta el
punto de que perdieron la liga contra un sorprendente recién ascendido, el
Kaiserlautern. Y había un incidente que calaría en lo profundo de nuestro
corazón y que causaría uno de los momentos más brillantes de la historia del
fútbol.
“Estoy
cansado de actuar como un padre para estos jugadores; eh… siempre defiendo a
estos jugadores; yo siempre tengo la culpa de estos jugadores. Uno es Mario,
otro es Mehmet. Strunz no cuenta; ¡solo ha jugado al 25% en este partido!”
Iban a jugar un partido
muy importante contra el Schalke 04 en su lucha por el título de liga; en ese
partido decide prescindir de Mario Basler y Mehmet Scholl en la alineación
titular en favor de un Thomas Strunz que no había jugado mucho hasta ese punto
de la temporada por muchos problemas de lesión. El equipo perdió 1-0, pero la
actitud de los jugadores acotadas fue aún más pobre que la actuación
futbolística del Bayern: Basler y Scholl
criticaron abiertamente la decisión del entrenador de no colocarlos en el once
inicial mientras que Strunz no aceptó ser sustituido durante el partido.
Así que Trapattoni, totalmente cansado después de un año rebosante de niñerías
y problemáticas por parte de sus pupilos, decidió soltar toda la frustración y
decepción que sentía en una memorable rueda de prensa que no llega a los cuatro
minutos de duración.
Fue un discurso breve,
apasionado y donde se hizo historia que aún resuena en el fútbol germano y
mundial. Sus palabras fueron pronunciadas en un alemán defectuoso, pero que es
totalmente impactante (y un poco gracioso, hay que decirlo) sin importar si
manejas el idioma o no. Fue un momento totalmente suicida porque, naturalmente,
iba a perder el vestuario tras una rueda de prensa donde abiertamente mencionó
y criticó a varios jugadores acerca de sus fallas como profesionales. Sí,
terminó perdiendo a sus jugadores… pero se ganó el respeto de todo el resto del
mundo. La grandeza de las palabras de
Trapattoni ese día no reside en lo que dijo como tal, sino en la pasión y la
sinceridad de su enunciación; estaba expresando una genuina frustración y cansancio
hacia un grupo de jugadores que estaban siendo malcriados, consentidos y
berrinchudos. Demostró el otro lado de la moneda que no siempre se analiza:
que tal vez el primer culpable no es siempre el entrenador y que los jugadores
son igualmente (o incluso más) culpables de los fracasos de los equipos. Un hombre que fue y ha sido políticamente
correcto toda su carrera, pero que en ese día dejó de lado su atuendo de hombre
de fútbol y se engalanó sus vestimentas de hombre íntegro; dejó entrever que no
iba a defender más a ese grupo de jugadores cuando a él nunca lo defendieron.
Pueden ver la rueda de prensa aquí. Ahora que saben el contexto, pueden
apreciarla en toda su expresión.
El discurso se ha
convertido en un hito en Alemania. Jugadores como Strunz han sido conocidos más
por ser mencionados en esa rueda de prensa que por sus carreras; su frase
final, que traducida textualmente a español sería “Estoy terminado”, se ha
convertido en una expresión del folklore germano e incluso un partido político
utilizó esa expresión, “Ich habe fertig”, como su slogan para una
campaña. Y a pesar de lo mucho que
afectó a sus jugadores, es probablemente el técnico extranjero que más huella
ha dejado en la Bundesliga y la afición del Bayern lo tiene en una estima muy
alta por haber tenido el coraje de decir lo que muchos pensaban, representando
más que nunca a los hinchas. Algunos jugadores de esa época incluso
reconocen que merecían escuchar esas palabras y que en lo futbolístico fue el
entrenador del que más aprendieron. Más allá de cualquier logro deportivo,
demostró sinceridad y principios. Y es por eso mismo que el maese del dogma
italiano hizo la mejor rueda de prensa de la historia del fútbol.
“Yo estoy
terminado”
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