El primer partido de
UEFA Champions League que vi la temporada pasada fue un Ajax – Paris Saint
Germain que se llevaba a cabo en el Amsterdam Arena en la fase de grupos. El
partido se desarrolló en su comienzo como todos lo esperaban considerando la
diferencia de categoría entre ambos equipos: el gol del uruguayo Edinson Cavani
permitió a los poderosos parisinos jugar a gusto y todos (entre esas personas,
un servidor) esperaban una goleada. Pasaban y pasaban los minutos de supremacía
francesa hasta que en el segundo tiempo fue Lasse Schöne, el muy buen
mediocampista danés de los ajacied,
quien empató la cuestión con un gol de tiro libre soberbio. El mismo Schöne
tendría otra oportunidad de pelota parada unos minutos después, pero esta vez
el balón daría en el poste. Estas dos jugadas de balón parado, además de un
público local que despertó con ese golazo de Schöne, envalentonaron a los del
Ajax y lograron tener contra las cuerdas a uno de los planteles más poderosos
del planeta fútbol. Al final, acabaron
empatados uno a uno y los de Laurent Blanc se habrán sentido afortunados de
haber cosechado un punto en un partido que pudieron haber perdido con facilidad
luego de la igualdad. Esto, señores, es la clase de actuaciones que se
extrañan por parte del fútbol holandés. Y el hecho de que un club con cuatro
Copas de Europa tomara como un triunfo un empate de local en su debut europeo
de la temporada demuestra una realidad inexpugnable: el fútbol holandés se halla en su punto más bajo.
Ahora que su selección
nacional fracasó en la misión de clasificar a la Eurocopa que se llevará a cabo
en Francia el año entrante, comenzarán a surgir las críticas y comentarios
acerca de la crisis del fútbol holandés y a su estructura. Por supuesto, saldrán muchos iluminados a decir que es culpa del
entrenador o de los jugadores –que tienen un grado de culpa-, pero el problema
de la baja calidad de esta selección y de sus clubes en el plano internacional
está profundamente entrelazado. Y por eso hay que analizar todo desde el
principio para poder comprender la situación en su entereza. Primero que nada,
hay que entendrt que el declive de los clubes holandeses –y que ha derivado en
su selección- en el plano internacional no es una problemática que haya surgido
en los últimos tiempos; estas dificultades datan desde mediados de los años
90s. La Ley Bosman –la ley que permite que los jugadores con contrato vencido
se vayan gratis a otros clubes- surgió por esos años e hizo estragos en las
raíces de los equipos de la oranje al
hacer que sus jugadores tuvieran mayor facilidad para irse a los grandes de
Europa por poco dinero o por nada, en muchos casos. A eso hay que aunarle la
nueva estructuración de la Champions donde el coeficiente UEFA ha minimizado a
las ligas de menor predominancia. Todo esto ha condicionado un tanto a la
Eredivisie como un ente competitivo internacional porque se halla cada vez más
acomplejada para poder ejercer con aplomo en la palestra de la Champions y la
Europa League.
Caracterizados por ser
uno de los países con la mayor productividad en formación de talentos y con una
apreciación y conceptuación del holandés por el fútbol bastante característicos,
su caída en desgracia a nivel clubes y selección no es por falta de materia
prima o de recursos futbolísticos; es la falta de planificación y de
reencontrarse con una identidad acorde a la actualidad. Y sin ánimos de ser
polemista, es importante dejar algo bien en claro: el holandés ha estado enamorado por mucho tiempo con la idea
futbolística implementada en los 70s por Rinus Michels con la más que conocida
selección holandesa de aquella década apodada La Naranja Mecánica. En Holanda, los conceptos de “Fútbol
Total” y del 4-3-3 son una ley inexorable y absoluta. Para ellos, la sublimación
de este deporte se alcanzó con los planteamientos de los 70s y casi todo lo que
ha surgido desde entonces en ese país ha sido a raíz de eso en materia de
revoluciones tácticas: Cruyff, Van Gaal, Hiddink, etc. Todos parten de Michels.
Actualmente no existen entrenadores jóvenes y prometedores que den
señalamientos de romper con los dogmas establecidos en el país; hoy los mejores
entrenadores holandeses se hallan en las postrimerías de sus carreras. Y el
último gran entrenador que ha surgido del mismo ha sido el propio Van Gaal.
A pesar de ser un
reconocido deudor del dogma futbolístico erigido por Michels, Louis Van Gaal
también fue, irónicamente, el mayor transgresor de esa filosofía. El Ajax de
los 90s del ya mencionado Van Gaal fue el último gran equipo de la Eredivisie
en sacudir los cimientos del fútbol mundial. El futuro entrenador del Barcelona renegó de la creatividad y libertad
absoluta que pregonaban Michels y su alumno ejemplar, Johan Cruyff, para
trabajar en pos de un estilo ofensivo y preciosista que tuviera su base en la
inteligencia táctica y en la capacidad de los jugadores de adaptarse a
diferentes sistemas y situaciones en los partidos. Esa brillantísima
generación de jugadores triunfó porque rompieron los paradigmas establecidos en
el país y lo lograron gracias a un caudal de talento inconmensurable, un
entrenador con una personalidad propia marcada y manteniéndose en la vanguardia
de lo que se cocía en el fútbol por esos años. Ese equipo entraba a los
pasillos dorados del Ajax de Cruyff de las tres Copas de Europa, del Feyenoord
que fue el primero en ganar la competición, y el triplete del PSV de Hiddink a
finales de los 80s. Pero por más cruel que suene, los 70s, 80s y 90s murieron y hoy
en día la liga no es una potencia, sino más bien un torneo exportador de
talento.
Es tiempo
de que los holandeses tomen acciones serias en el asunto y busquen formas de
rejuvenecer un fútbol que se está agotado, viejo y sin encanto. Es tiempo de que los clubes dejen la
mentalidad de exportadores y hallen formas de retener a sus figuras para erigir
planteles competitivos en el plano internacional. Porque esto no sólo
afecta al Ajax, al PSV, al AZ o al Feyenoord; esto afecta a todo el espectro
futbolístico del país. Un buen barómetro de la calidad de una liga es el plano
europeo y el rendimiento de los clubes de este país ha sido, sin ánimos de
ofender, de pena en esas competiciones. Si queremos recordar a un equipo
holandés que lo haya hecho bien en Europa en los tiempos más recientes, debemos
retrotraernos al PSV de (una vez más) Guus Hiddink en el 2.005. Ese gran PSV de
Park, Van Bommel y Cocu puso contra las cuerdas al Milan de Ancelotti en las
semifinales de la UEFA Champions League, pero al final se quedaron cortos para
llegar a Estambul. Lo más alarmante es
que esa actuación de los de Eindhoven es la mejor actuación de un club holandés
en la Champions en este siglo. Antes de eso, hay que recordar al Feyenoord
de Bert van Marwijk con
un joven Robin Van Persie que ganó la Copa UEFA (ahora Europa League) al
Borussia Dortmund –antes de que se volvieran el club de los hinchas plásticos-
en el 2.002. Exceptuando esos dos casos, el resto de las actuaciones de los
holandeses en las competiciones europeas de este siglo han sido estériles,
paupérrimas y soporíferas.
En lo que concierne a
la selección, sus dos últimos Mundiales han sido las mejores actuaciones del
país en este siglo y son performances
dignas de análisis. La Oranje que
perdió la final de la Copa del Mundo ante España en Sudáfrica 2010 rompió
todos los esquemas y principios de su fútbol, pero no de una manera proactiva,
sino con un juego brusco, rocoso y peleador rayando en lo demencial. Por
supuesto, el fútbol es un deporte de contacto físico y no está mal basarse en
eso, pero cuando se llegan a las cuotas de beligerancia como a las que llegaron
los holandeses en ese torneo –ahí está para el recuerdo la patada en el torso
de Nigel de Jong a Xabi Alonso en la final-, se debe dibujar una línea. Por el
otro lado, la Holanda de Brasil 2014 se basó en el reconocimiento de sus
carencias y virtudes, un Arjen Robben en estado de gracia y un plantel 100%
comprometido a la idea de su entrenador. Era un cúmulo de jugadores con pocas
figuras de clase mundial en el panorama actual, pero que jugó como una unidad
colectiva bien aceitada y mostrándose más ingeniosos en el plano táctico que
sus contrincantes. De no ser por el azar de los penales en las semifinales
contra Argentina -sin desmeritar a los alemanes que me parecen la mejor
selección del mundo- a lo mejor el campeón del mundo hubiera sido otro.
Pero ésos dos son casos
aislados; un oasis ilusorio en un vasto desierto ideológico. Esos breves
momentos de éxito no han surgido de la planificación y el detalle; han surgido del pragmatismo de Bert van Marwijk
y la maximización de los pocos recursos entre manos de Louis Van Gaal. Para que Holanda vuelva a ser lo que fue, es importante
que se vea al principal generador de talento de su país: la liga.
Luego de
esta debacle que ha sido la no clasificación a la Eurocopa, es importante que
la prensa no solo señale al entrenador, Danny Blind, o a sus jugadores, sino
que también sean críticos con el estado actual de la Eredivisie. Los holandeses
deben apostar por su liga en el área del marketing y de estructuración para
desarrollarla: deben hacerla más atractiva desde un punto de vista comercial
para conseguir un mayor apoyo televisivo y así repartir un mayor bono
financiero para sus equipos por los derechos de transmisión –así es como los
equipos de las mejores ligas de Europa consiguen una gran parte de su sustento
económico para reforzarse. De la misma
manera que la Primera División Inglesa tuvo un crecimiento fastuoso al
convertirse en 1.992 en la Premier League, y al hacerse un mayor movimiento
publicitario a su alrededor, la Eredivisie necesita una evolución y
modernización en ese aspecto. Un campeonato liguero reforzado en lo
económico generará dividendos en lo futbolístico. Aunque la liga holandesa no
cuenta con estrellas mediáticas para promoverse –lo que es un problema muy
grave en el aspecto de marketing-, cuentan con todo lo demás: la historia, la
cultura futbolera, la clase, el juego ofensivo –es una de las ligas con mejor
promedio de gol en Europa- y una muy buena estructura en materia de canchas. La resurrección del fútbol holandés debe
partir desde la reestructuración de la liga. Hay jugadores como Daryl Janmaat o
Jordy Clasie que estaban en un grande de Holanda como el Feyenoord y que ahora
están jugando en equipos como el Newcastle y Southampton de Inglaterra,
respectivamente; aunque no son malos equipos, están más lejos de pelear por
títulos o jugar en Europa que con el club holandés, pero la paga es mejor y la
vitrina que es la Premier League es más tentadora. Deben lidiar con esa
problemática o se avecinan unos tiempos de austeridad nociva para los colosos
de la Eredivisie… si no es que ya han llegado.
Y por más
negro y lóbrego que se vea el panorama actual, el país cuenta con una
generación de relevo que vio muchos minutos en la Copa del Mundo anterior y
aunque tal vez ahora mismo no tengan el mismo impacto que tuvieron los Van
Persie, Sneijder y Robben de hace diez años –una generación dorada que nunca
alcanzó su máximo potencial, a mi criterio-, pueden llegar a ser un gran grupo
con un futuro brillante. Jugadores como
Memphis Depay (Manchester United/Extremo), Davy Klaassen (Ajax/Mediocentro),
Jordy Classie (Southampton/Mediocentro), Virgil Van Dijk (Southampton/Central),
Stefan De Vrij (Lazio/Central), Daley Blind (Manchester United/Lateral), Daryl
Janmaat (Newcastle United/Lateral) o Georginio Wijnaldum (Newcastle
United/Mediocentro) pueden ser capaces de formar un equipo competitivo. No
estoy diciendo que pueden llegar a ser campeones del mundo en Rusia 2.018, pero
sí pueden ser capaces de competir y al menos proponer un juego que emocione
porque actualmente Holanda está en tierra de nadie: no tienen ni los resultados
ni el juego. Simplemente están ahí ocupando un espacio. Son problemas que
trascienden y no se pueden atribuir a un entrenador o a un mal momento –es mucho
más que eso. Estamos hablando del alma resquebrajada de una de las mejores
selecciones de otrora.
El ente holandés no tiene posibilidades en el mundo desenfrenado
de los millones y de los equipos que compran su camino al éxito; pero si no
puedes ser fuerte, debes ser inteligente. Deben
reinventarse y reconocer que los tiempos de ahora ya no son los de antes y que
no perderán su esencia por solamente modernizar una propuesta que fue brillante
en su momento, pero que actualmente está más que caducada. La debacle de
Holanda en la clasificación a la Euro de Francia 2.016 no es más que la
consolidación de un país que se halla a sí mismo en una encrucijada dogmática y
no sabe qué decidir entre la reinvención o la extinción. Y por como va la cosa,
pronto estaremos escuchando Countdown to
Exctintion de Megadeth en las
calles de Ámsterdam. Y esta vez no habrá un golazo de tiro libre de Schöne para
que reaccionen. Es tiempo de que despierten por su cuenta.
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