No
hay que temerle a los cielos nublados que se dibujan en el horizonte; es sólo
una señal de que debes aprender a cabalgar en la tormenta venidera. Bañado en
un ayer olvidado, que ahora parece tan distante, es cuando debes plantarte hoy
para mirar de frente a la intemperie y asimilar ese último reto por el cual has
estado esperando por tanto tiempo. La
vida y sus cruzadas no son una cuestión de migajas o de asumir roles; se trata
de aclarar tu visión e ir por lo que deseas –un sentimiento que he avocado en
diferentes entradas, en muchas formas. Citando al grupo alemán, Kreator: “Al
rendirte, no mereces ningún respeto”. El viernes pasado, cubiertos y cobijados
por el ambiente tan singular del nuevo San Mamés, el Athletic de Bilbao, equipo
peculiar donde los haya, se enfrentaba al campeón de todo, el FC Barcelona, por
la Supercopa Española. Auspiciados por todo un mundo mediático que los achacaba
como un mero peldaño para alcanzar un segundo sextete, los vascos, haciendo
gala de la garra y corazón que siempre los ha caracterizado, dieron un paso al
frente y cuajaron una de las mejores actuaciones que he visto de un equipo
contra Messi y compañía en los últimos tiempos.
Es
difícil no simpatizar con los leones de Bilbao; desde siempre me han inspirado
un respeto magnánimo por el detalle de que han jugado toda su historia con
jugadores de su región y han hecho del amor propio, de la pasión y del
sacrificio, un estilo de juego que ha sabido posicionarlos como el tercer
gigante de España, luego de los archiconocidos Real Madrid y el Barcelona ya
acotado. Al igual que ellos, sin siquiera descender y con el mayor palmarés
luego de ellos dos. Un equipo que no
cuenta con una onza del presupuesto de estos monolitos futbolísticos y que ha
sabido mantenerse competitivo con jugadores de su región –habría que ver a más
de un “gigante” de nuestro deporte favorito con este hándicap. Cierto, hay
quienes pueden decir que tampoco son candidatos anuales a la Champions League o
que tal vez mi entrada peca de oportunismo –yo no estoy diciendo que no sea
así. Pero en aras de dignificar algo que no necesita ser dignificado (pero soy
necio y quiero decirlo de todas formas), quiero destacar la sencillez de un
humilde servidor de celebrar un triunfo, sin importar que tan minúsculo haya
sido en el gran esquema del mundo futbolístico, de un equipo que no cuenta con
los recursos del actual campeón de Europa o de muchos otros gigantes. Y aún así
siguen luchando… y ganando. En cierta
forma, señores, esto fue el triunfo del hombre común. Pero en fin, no
vinieron a leer sobre la metafísica literaria de un desadaptado y enfermo
mental; vinieron a leer sobre fútbol. Y sobre fútbol hablaré.
El
Barcelona arribaba a Bilbao con la chapa de flamante campeón de la Supercopa de
Europa tras un partido dramático con sus paisanos del Sevilla que acabó en un
espectacular 5 a 4, con prórroga incluida. A pesar de haber regalado una ventaja
a favor de 4 a 1, el consenso general era que el club culé había hecho una
actuación bastante buena y que habían arrancado con todo la nueva temporada;
ésa fue toda la previa de la Supercopa española. Obviamente, por la repercusión
que conlleva el nombre del club catalán, los vascos quedaron en 2do y 3er plano
hasta el punto de que ellos no eran más que un mísero escollo que pronto se
vería derrotado. Atrapados entre la
algarabía y la discusión de un supuestamente casi asegurado segundo sextete, el
Bilbao fue dibujado como una víctima sin recursos; pero los pocos que sabemos
de los Beñat, Susaeta, Laporte, Aduriz, De Marcos o Williams que ostenta el
club, también sabíamos que subestimarlos o darlos por muertos de antemano sería
un error garrafal. Los vascos supieron manejar la situación a su favor y
hacer que los culés claudicaran como pocas veces se les ha visto últimamente en
el San Mamés. Implementaron un juego de
presión agresivo y asfixiante, sofocando los espacios de triangulación del
Barcelona y atacaron con descaro a una defensa que no está acostumbrada a una
ofensiva constante hacia ellos por el estilo de juego de posesión que pregonan
los blaugranas. Aduriz, un viejo zorro de la liga española y que parece
mejorar con la edad como cual buen vino, tuvo la noche de su vida y anotó tres
goles, luego de que Mikel San José, el central reconvertido en contención,
hiciera un golazo de antología de mitad de cancha luego de un error del arquero
del Barcelona, Ter Stegen. Estaban en todos lados de la cancha, no pararon de
presionar y sepultaron con autoridad al rigente campeón de Europa en el suelo
aguerrido de la nueva Catedral; todo esto lo logró el equipo de Ernesto
Valverde cuando nadie daba nada por ellos.
En
pleno hervor de la herida, muchos achacaron la derrota al cansancio de los
catalanes al hecho de haber jugado 120 minutos previamente en la semana y a las
dudosas rotaciones de Luis Enrique al posicionar en la titular a jugadores como
Sergi Roberto o Thomas Vermaelen en detrimento de esenciales como Gerard Piqué
o Andrés Iniesta, por mencionar a algunos. Todas son opiniones válidas y no voy
a ser demagogo y negar que estos factores influyeron en la destrucción culé que
se fraguó en el San Mamés, pero algo no debe ser ignorado: el Barcelona sobró el partido y eso se notó en los primeros noventa
minutos donde no parecieron impregnarse de la enjundia que sí demostraron en
Georgia contra el Sevilla. Sobraron al rival y eso, virtualmente, les costó
el título en la ida de la eliminatoria. Claro, comenzaron a sonar con potencia
los tambores que exclamaban por una remontada épica; de ésas que nacen del amor
propio y de la garra, por encima de cualquier axioma futbolístico –pero el
Barcelona se estaba enfrentando a los maestros en esa materia. Los de Valverde habían hecho su tarea y
demostraron que a los culés se les puede ganar proponiendo un juego ofensivo
sin descuidar la defensa; ahora se les avecinaba el Camp Nou y la oportunidad
de sellar su primer título desde 1.984.
El
partido, naturalmente, no se desenvolvió como en la ida: en esta ocasión, el
Barcelona colocaba su once de lujo (menos Neymar, por paperas) y el Bilbao
presentaba una alineación más conservadora con dos laterales por banda para
frenar las subidas de los del local, además de agregar a Gurpegui, un volante
experimentado de contención y de corte, para recuperar más balones. Si Valverde
había propuesto un tú a tú en la ida, en la vuelta, con un resultado que le
beneficiaba, iba a defenderse a sabiendas de que el tiempo, cada vez más
ínfimo, jugaba a su favor. En una óptica
más defensiva y pragmática, el Athletic había realizado un partido igual de
brillante que el primero en Bilbao por medio de tareas defensivas
comprometidas, trabajo en equipo y un mensaje muy claro de Valverde a sus
jugadores de que si todos corrían y todos se sacrificaban, Gurpegui, su
capitán, levantaría la Supercopa esa noche del lunes. Le sirvió a las mil
maravillas puesto que ya habían anticipado el asalto blaugrana liderado por
Messi y Suárez, quienes incluso fabricaron un gol bastante encomiable que
finalizó el argentino al final de la primera mitad, pero la realidad es que el
Barcelona se quedó corto en lo que debió haber sido un partido para avasallar y
eso se debe al buen hacer de un Bilbao que hizo sus deberes a la hora de
preparar el encuentro. Todas las piezas caían y se comenzaba a dibujar la
imagen de unos vascos campeones.
Y
así como los de San Mames se mostraban más tranquilos con el pasar de los
minutos, los barcelonistas dejaban entrever una frustración ascendente que
terminó por alcanzar su punto de ebullición con los ataques verbales de Gerard
Piqué -quien debería pasar menos tiempo metiéndose con sus compañeros de
profesión y más a aprender a vivir sin el gran Puyol- al linier, causándole una
expulsión. Ese gesto tan egoísta y tan
falto de inteligencia de un jugador tan experimentado como Piqué terminó por
hundir las esperanzas azulgranas y unos minutos después llegó el empate de
Aduriz, que acabó definitivamente con el rival y cerró con broche de oro una
eliminatoria que éste último nunca olvidará. El partido acabó con ese
empate uno a uno. El Camp Nou era pura desazón, mientras que el equipo de
Bilbao celebraba por vez primera un título oficial desde un ya lejano 1.984. Y
ya era hora, luego de sendas derrotas en las finales de la Copa del Rey y
Europa League, para un equipo que puede carecer de nombres, estrellas o figuras
de talla mundial, pero que siempre ha peleado por grandes cosas y grandes
partidos con un plantel bastante limitado. Esta
Supercopa fue un recado de Bilbao para el mundo: no todos nuestros héroes
nacieron para perder, parafraseando lo que dijo Axl Rose en “Right Next Door To
Hell”.
Llegó
el final del segundo sextete para el Barcelona, pero eso significa nada; al
final de la temporada, habrán ganado otros títulos o habrán estado más cerca de
ellos. Para el Bilbao, visionar cómo les irá este año es una tarea un poco más
compleja: pienso que este título es una inyección de confianza bastante
importante, y más si se considera que debutan en la liga este fin de semana
contra el mismo Barcelona. El Bilbao es
un equipo capaz de hacer grandes cosas si mantienen su mentalidad de colectivo
guerrero y hacen del San Mamés esa gran fortaleza que siempre ha sido; está en
ellos volver a los puestos de Champions en una Liga BBVA que está muy
competitiva este año con equipos reforzados como Atlético, Sevilla y Valencia.
Veremos qué sucede.
Si
el Barcelona hubiera ganado este trofeo, hubiera sido uno más en una larga
seguidilla de triunfos inexorables. Pero que lo gane el Bilbao es una prueba de
que los pequeños, cuando hacen su trabajo y le ponen corazón, pueden silenciar
a los gigantes. Y de eso vive el fútbol, como en todos los aspectos de la vida:
de batallar hasta el final, sin importar
que no tengas oportunidad alguna de triunfar. El Athletic, en el comienzo
de la temporada, le ha recordado al Planeta Fútbol que en un mundo donde los titanes
económicos parecen cada vez más fuertes, aún hay lugar para dar sorpresas si se
da el todo por el todo. Batallaron como guerreros, no claudicaron como
gladiadores y rugieron como los más feroces leones. Disiparon aquellos cielos nublados
que se habían pintado en el horizonte. Es una prueba de que no hay que
conformarse y que hay que luchar hasta el último segundo porque no sabes qué
puede llegar a suceder. Tal vez no
signifique mucho para la gran mayoría de mis lectores, pero les aseguro que
dentro de cuarenta años, dos hinchas del Bilbao, padre e hijo, se sentarán en
sus butacas en el San Mamés y el padre le dirá a su hijo esbozando una sonrisa
de enternecedora nostalgia: “Hijo, ¿alguna vez te conté acerca de aquella noche
en la que vapuleamos cuatro a cero al campeón de Europa? Por cosas así, nos
llaman los leones”. Noches mágicas, amigos, noches mágicas.
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