La
rendición es la muerte del alma humana; es cuando su espíritu pierde todo deseo
de perseverancia y la persona se transforma en una cascara vacía de
lamentaciones. Y verán, mis queridos lectores –y no
desprecien el “queridos”, que viene de un lugar sincero de mi parte-, como
todos en este planeta inverosímil, tengo mis propias ópticas y perspectivas de
la vida y sus significados. Por supuesto, no menos valiosas que las de ustedes;
pero la diferencia es que yo dispongo de este Blog para expresar cualquier
opinión que tenga de este hermoso deporte que es el fútbol. Y yo vivo con un
dogma bastante claro y predominante: la rendición absoluta es para las personas
débiles y patéticas. Puedes tener todo
en tu contra e incluso fracasar en tu intento de triunfar en ese escenario,
pero lo INTENTASTE. Ese deseo imperioso de luchar, de forcejear con las
voluntades opresoras del mundo y de batallar con los obstáculos que se te
presentan es lo que hace grande a una persona, sin importar su raza, sexo,
estrato social o profesión. Esto aplica a todos los ámbitos de la vida. El
que desiste, no es porque el mundo lo haya vencido; es porque él se dejó
vencer. Todos somos capaces de lograr cualquier cosa, pero debemos poner de
nuestra parte, incluso si no es algo que nos importe mucho o que tal vez no nos
motive. A veces tenemos que demostrar algo con la fortaleza del incesante
espíritu humano. Pero al parecer nadie le dijo eso a Ángel Di María en su paso
por Old Trafford.
Antes de comenzar a
narrar con el mayor detenimiento posible la desafortunada e invariablemente desastrosa campaña del argentino en el
Manchester United, quisiera acotar que la entrada en cuestión, como todas las
que he hecho desde la incepción de este Blog, es extremadamente personal y bajo
un cierto velo de introspección. No busco ofender en absoluto a Di María y
espero que ninguno de sus seguidores tome de manera muy personal lo que voy a
decir; todos somos aficionados y yo soy nada más que un hincha apasionado que
está narrando lo que siente de un jugador que, a sus ojos, no dio la talla por
motivos que no son los que expresa la siempre parcializada media de Suramérica.
¿Vamos a lo que nos interesa? Vamos a lo que nos interesa.
Como en todas las
historias de este talante, hay que explicar el contexto de la contratación: Di
María arribó a Inglaterra como un jugador que estaba en su pique futbolístico y
en la cima de su profesión –al menos podía presumir de eso en el 2.014. El extremo formado en Rosario Central había
sido uno de los estandartes del Real Madrid para la consecución de la tan
sagrada décima UEFA Champions League con una serie de actuaciones imperiales
que hallaron su cenit en la final contra los rivales del Atlético de Madrid,
además de guiar a la selección argentina al último partido de la Copa del Mundo
en Brasil, que perdieron contra Alemania con la ausencia de Di María por lesión.
Poseedor de una técnica endemoniada, una velocidad que le permitía surcar la
banda con galopes trepidantes y con una capacidad poco suscitada para hacer lo
imprevisto, Di María era un manojo de locura y genialidad que había encontrado
su lugar en el mundo como una suerte de interior zurdo en el 4-3-3 de Ancelotti
en el Madrid, que le permitió explotar en su máxima expresión. Era, de cierta
forma, el balance entre la clase y creatividad de Luka Modric y Xabi Alonso, y
la vertiginosidad y contundencia de la BBC (Karim Benzema, Gareth Bale y
Cristiano Ronaldo). Pero era la magia, trabajo incansable y las galopadas perpetuas
las que hacían a Di María un elemento tan único en un equipo bastante fuerte.
Diego Simeone, el entrenador del Atlético, diría unas semanas previas a su
salida que era el mejor jugador del Madrid. No estaba tan lejos de la verdad.
En cualquier equipo, el
argentino hubiera sido constituido como uno de los mayores baluartes de la
institución y luego de semejante despliegue en la final de Lisboa de la
Champions, sería bastante lógico que fuera uno de los inamovibles el año
entrante. Pero el Real Madrid no es
cualquier club de fútbol y Florentino Pérez no es cualquier presidente. El
dichoso presidente de la institución, siempre buscando formas para promover al
club en el ámbito mediático y financiero, fue futbolísticamente enamorado por
las diabluras del enganche colombiano, James Rodríguez, en el Mundial y decidió
que él sería su fichaje bombástico de la temporada entrante. Lo que no se sabía durante la Copa del
Mundo era que cada gambeta, cada gol, cada actuación incendiaria del ‘10’ de
los cafeteros conllevaría al final de ciclo de Di María: Florentino pagaría 80
millones de Euros al Mónaco por los servicios de James, causando un efecto
dominó en la formación táctica del equipo y obligando a Ancelotti a jugar con
el colombiano, obligando a Di María a estar en la banca, luego de una temporada
estelar que debería haber solidificado su lugar como indiscutible pero que una
vez más lo veía, esta vez más cansado de la lucha, peleando por un puesto de
titular. Si sumamos a eso uno que otro encontronazo con la hinchada del
Madrid –el madridismo ha echado a más de uno del Bernabéu-, la reluctancia de
Florentino a darle a un mejor salario –a pesar de haber sido el héroe de La
Décima-, y el hecho de que lo reemplazaban por no ser guapo o mediático, se
puede entender el deseo (forzado, porque se quería quedar) del argentino de
marcharse. Y ahí entran en la escena el Manchester United y el Paris Saint
Germain.
Desde un principio, Di
María prefirió al Paris Saint Germain como su opción de salida; hay que aclarar
eso desde un principio para entender esta historia en su entereza. El antiguo
extremo del Benfica veía con buenos ojos el prospecto de recalar en el campeón
de la Ligue 1 y si no hubiera sido por las regulaciones de Fair Play Financiero
de la UEFA y el rimbombante fichaje de David Luiz por 50 millones de Euros, Di
María probablemente hubiera llegado a la capital francesa el año pasado. Ángel nunca quiso estar en el Manchester
United, y mucho menos en el naciente proyecto de Louis Van Gaal, exento de
Champions League; pero desprovisto de oportunidades para quedarse en el Madrid
y sin una opción preferencial hacia donde marcharse, el argentino se decantó
por los cielos nublados y el clima no tan templado de Manchester. El
técnico holandés necesitaba de una estrella: un jugador desbordante y peligroso
que proporcionara algo inesperado a un equipo plano y carente de explosividad;
Ed Woodward, directivo y responsable de los traspasos del club, necesitaba de
un fichaje contundente que dejara en claro el poder adquisitivo del United en
el mercado aún sin fútbol de Champions para ofrecer. Di María era ambas cosas y
luego de negociaciones alargadas entre ambas entidades y 75 millones de Euros, era jugador del Manchester United.
Portando el legendario número ‘7’ de George Best, Bryan Robson, Eric Cantona,
David Beckham y Cristiano Ronaldo, parecía destinado a la gloria. Pero no todo
es como uno desea en estas historias, ¿verdad?
El
argentino arribó a un club que venía de una temporada donde quedaron de 7mos y
sin títulos, además contaban con un comienzo sin victorias en los primeros tres
partidos de la temporada 2.014/15. Di
María entró a los sagrados pasillos de Old Trafford como una tormenta
avasalladora: los primeros partidos del ex Rosario fueron soberbios y por su
cuenta consiguió que el club ganara varios partidos y cosechará muchos puntos,
cosechando un monto considerable de goles y asistencias en el proceso. Van
Gaal lo posicionó en su puesto de interior izquierdo ofensivo en un 4-3-1-2 y a
pesar del rendimiento irregular del plantel, Di María parecía estar a gusto en
el sistema y el ritmo trepidante de la Premier League parecía no haberle
afectado en absoluto. Pero su rendimiento inicial pareció verse socavado por el
parón de la fecha FIFA y a posteriori se vería que esos partidos no fueron más
que humo y espejos. Poco a poco, pero de
manera consistente, Di María empezaría a diluirse en los partidos hasta
convertirse en una sombra taciturna del una vez extremo incendiario que
brillaba en el Madrid. No sirvió para nada, absolutamente nada, que su
adaptación a la climatología de Inglaterra y su idioma fuera bastante pobre.
Pero pienso que el punto de quiebre de Ángel en el gigante británico fue cuando
un grupo de criminales violentaron su hogar con su esposa e hija pequeña estando
ahí; fue un evento desafortunado que dejó secuelas en las vivencias de la
familia en Manchester y a pesar de que el club financió un sistema de seguridad
para él, cada vez más se notaba en la cancha que Di María no quería estar ahí
–sus gestos, sus aspavientos y su bajísimo nivel lo denotaban.
Van Gaal,
no conocido por su paciencia, le dio varias oportunidades durante el primer
semestre de la campaña, pero luego de
una ESTÚPIDA expulsión contra el Arsenal en los 4tos de final de la FA Cup
donde toqueteó al árbitro principal, Di María sería relegado a la banca y el
Manchester cosecharía una seguidilla de triunfos consecutivos desplegando su
mejor fútbol de la temporada, derrotando en el proceso a equipos como el
Tottenham, Liverpool o Manchester City. Se dejaba entrever con estas
actuaciones que el Manchester, ahora aplicando un sistema táctico de 4-2-3-1,
ya no necesitaba a Di María para carburar como un ente colectivo y más bien
presentaba la problemática de cómo introducirlo al sistema –todo lo contrario
al inicio de la campaña, que parecía un sueño distante e irreal en el estertor
de la temporada. Simplemente, ya ninguno de los dos necesitaba del otro; pero
ambas partes declaraban que querían intentarlo un año más y se podía escuchar a
un Di María determinado por perseverar en el United durante la Copa América…
pero todo eso ha parecido ser una cortina de humo para quedar bien con sus
compañeros de equipo y con su entrenador. Ahí
entró a la escena el PSG, ahora libres de las sanciones del Fair Play Financiero,
quienes ya tenían todo a su favor para alejar a su anhelado Di María a tierras
parisinas. El argentino no lo ha pensado dos veces y ha aceptado la oferta
para firmar por los galos, dejando una imagen bastante pobre con el Manchester
al no presentarse con el equipo en la fecha estipulada para la pretemporada y
está escondido en Argentina esperando a que todo se resuelva para no tener que
verse con los ingleses. Todo cubierto por un nefasto velo de cobardía y falta
de sinceridad.
Lo triste
del caso de Di María en el Manchester United es que su mejor rendimiento fue
atisbado en el peor momento colectivo del equipo; y el mejor rendimiento del
equipo fue encontrado durante el peor momento individual del argentino. Por más que se quiera vilipendiar lo hecho
por Van Gaal, el holandés tenía que traer resultados inmediatos luego de la
nefasta campaña con David Moyes y no podía reparar en los rendimientos
francamente pobres de Di María o Falcao mientras el resto del equipo no se
organizaba –es, básicamente, un control de daños del más alto nivel. Cuando
Van Gaal cambió al 4-2-3-1, el equipo se volvió un tanto más constante pero se sacrificó
el mejor lugar para Di María. Había que decidir entre los resultados o el
triunfo individual de los jugadores –Van Gaal tomó la decisión correcta.
La
rendición es el punto más bajo del alma humana y es cuando todo objetivo
planteado o deseado encuentra una horrible muerte. Di María será recordado como
uno de los mayores fracasos de la historia del Manchester United no por el bajo
rendimiento que es una posibilidad en el mundo del fútbol, sino por el hecho de
que cuando las cosas se pusieron difíciles, se rindió con una facilidad pasmosa
y tomó la primera oportunidad para irse de la forma más patética posible: sin
dar la cara y sin afrontar la problemática de frente como un hombre. Cierto, no quería estar en el club desde un
principio pero, ¿dónde está el profesionalismo? ¿El deseo de un atleta de ser
competitivo y de callar bocas? ¿De demostrar que a pesar de todo lo vivido, tú
eres más grande que todo esto? ¿Dónde está su ambición? Muchos creyeron (yo,
incluido) en Di María y depositaron sus esperanzas en él para ser el símbolo
del United en esta etapa de reconstrucción, pero no lo pensó para retirarse a
un reto más sencillo y a una liga donde todo le resultará más fácil. Di
María no fracasó en el Manchester por un tema futbolístico puesto que
capacidades le sobran en ese aspecto; fracasó porque su mente no pudo ser lo
suficientemente fuerte para perseverar incluso en los momentos más cruentos de
su época en el club y porque no era capaz de adaptarse a una cultura que él
debió saber que era así de antemano –el frío, la lluvia y el idioma no son
secretos en Inglaterra. Al final de todo, tanto el club como Di María seguirán
y esto quedará como un episodio bastante funesto en la historia de ambos, pero
quiero suscribir el comentario de la leyenda del club, el siempre elocuente Roy
Keane, acerca del fichaje de Ángel al PSG que encapsula a la perfección el caso:
“No es un traspaso deportivo; es un
traspaso de estilo de vida. Eso me dice que el jugador es débil y que su mujer
lo controla”. No lo pude haber dicho mejor.
PD: quiero dejar por esta vía una disculpa pública con el diario
parisino, Le Parisien. Por varias semanas, había renegado de la información de
dicho periódico del traspaso de Di María al PSG y quiero aprovechar esta
oportunidad para disculparme con ellos por haber sido los primeros en exclamar
la noticia.
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