viernes, 31 de julio de 2015

Fichajes Estrellados: Di María al Manchester United.




La rendición es la muerte del alma humana; es cuando su espíritu pierde todo deseo de perseverancia y la persona se transforma en una cascara vacía de lamentaciones. Y verán, mis queridos lectores –y no desprecien el “queridos”, que viene de un lugar sincero de mi parte-, como todos en este planeta inverosímil, tengo mis propias ópticas y perspectivas de la vida y sus significados. Por supuesto, no menos valiosas que las de ustedes; pero la diferencia es que yo dispongo de este Blog para expresar cualquier opinión que tenga de este hermoso deporte que es el fútbol. Y yo vivo con un dogma bastante claro y predominante: la rendición absoluta es para las personas débiles y patéticas. Puedes tener todo en tu contra e incluso fracasar en tu intento de triunfar en ese escenario, pero lo INTENTASTE. Ese deseo imperioso de luchar, de forcejear con las voluntades opresoras del mundo y de batallar con los obstáculos que se te presentan es lo que hace grande a una persona, sin importar su raza, sexo, estrato social o profesión. Esto aplica a todos los ámbitos de la vida. El que desiste, no es porque el mundo lo haya vencido; es porque él se dejó vencer. Todos somos capaces de lograr cualquier cosa, pero debemos poner de nuestra parte, incluso si no es algo que nos importe mucho o que tal vez no nos motive. A veces tenemos que demostrar algo con la fortaleza del incesante espíritu humano. Pero al parecer nadie le dijo eso a Ángel Di María en su paso por Old Trafford.

Antes de comenzar a narrar con el mayor detenimiento posible la desafortunada e invariablemente desastrosa campaña del argentino en el Manchester United, quisiera acotar que la entrada en cuestión, como todas las que he hecho desde la incepción de este Blog, es extremadamente personal y bajo un cierto velo de introspección. No busco ofender en absoluto a Di María y espero que ninguno de sus seguidores tome de manera muy personal lo que voy a decir; todos somos aficionados y yo soy nada más que un hincha apasionado que está narrando lo que siente de un jugador que, a sus ojos, no dio la talla por motivos que no son los que expresa la siempre parcializada media de Suramérica. ¿Vamos a lo que nos interesa? Vamos a lo que nos interesa.

Como en todas las historias de este talante, hay que explicar el contexto de la contratación: Di María arribó a Inglaterra como un jugador que estaba en su pique futbolístico y en la cima de su profesión –al menos podía presumir de eso en el 2.014. El extremo formado en Rosario Central había sido uno de los estandartes del Real Madrid para la consecución de la tan sagrada décima UEFA Champions League con una serie de actuaciones imperiales que hallaron su cenit en la final contra los rivales del Atlético de Madrid, además de guiar a la selección argentina al último partido de la Copa del Mundo en Brasil, que perdieron contra Alemania con la ausencia de Di María por lesión. Poseedor de una técnica endemoniada, una velocidad que le permitía surcar la banda con galopes trepidantes y con una capacidad poco suscitada para hacer lo imprevisto, Di María era un manojo de locura y genialidad que había encontrado su lugar en el mundo como una suerte de interior zurdo en el 4-3-3 de Ancelotti en el Madrid, que le permitió explotar en su máxima expresión. Era, de cierta forma, el balance entre la clase y creatividad de Luka Modric y Xabi Alonso, y la vertiginosidad y contundencia de la BBC (Karim Benzema, Gareth Bale y Cristiano Ronaldo). Pero era la magia, trabajo incansable y las galopadas perpetuas las que hacían a Di María un elemento tan único en un equipo bastante fuerte. Diego Simeone, el entrenador del Atlético, diría unas semanas previas a su salida que era el mejor jugador del Madrid. No estaba tan lejos de la verdad.

En cualquier equipo, el argentino hubiera sido constituido como uno de los mayores baluartes de la institución y luego de semejante despliegue en la final de Lisboa de la Champions, sería bastante lógico que fuera uno de los inamovibles el año entrante. Pero el Real Madrid no es cualquier club de fútbol y Florentino Pérez no es cualquier presidente. El dichoso presidente de la institución, siempre buscando formas para promover al club en el ámbito mediático y financiero, fue futbolísticamente enamorado por las diabluras del enganche colombiano, James Rodríguez, en el Mundial y decidió que él sería su fichaje bombástico de la temporada entrante. Lo que no se sabía durante la Copa del Mundo era que cada gambeta, cada gol, cada actuación incendiaria del ‘10’ de los cafeteros conllevaría al final de ciclo de Di María: Florentino pagaría 80 millones de Euros al Mónaco por los servicios de James, causando un efecto dominó en la formación táctica del equipo y obligando a Ancelotti a jugar con el colombiano, obligando a Di María a estar en la banca, luego de una temporada estelar que debería haber solidificado su lugar como indiscutible pero que una vez más lo veía, esta vez más cansado de la lucha, peleando por un puesto de titular. Si sumamos a eso uno que otro encontronazo con la hinchada del Madrid –el madridismo ha echado a más de uno del Bernabéu-, la reluctancia de Florentino a darle a un mejor salario –a pesar de haber sido el héroe de La Décima-, y el hecho de que lo reemplazaban por no ser guapo o mediático, se puede entender el deseo (forzado, porque se quería quedar) del argentino de marcharse. Y ahí entran en la escena el Manchester United y el Paris Saint Germain.


Desde un principio, Di María prefirió al Paris Saint Germain como su opción de salida; hay que aclarar eso desde un principio para entender esta historia en su entereza. El antiguo extremo del Benfica veía con buenos ojos el prospecto de recalar en el campeón de la Ligue 1 y si no hubiera sido por las regulaciones de Fair Play Financiero de la UEFA y el rimbombante fichaje de David Luiz por 50 millones de Euros, Di María probablemente hubiera llegado a la capital francesa el año pasado. Ángel nunca quiso estar en el Manchester United, y mucho menos en el naciente proyecto de Louis Van Gaal, exento de Champions League; pero desprovisto de oportunidades para quedarse en el Madrid y sin una opción preferencial hacia donde marcharse, el argentino se decantó por los cielos nublados y el clima no tan templado de Manchester. El técnico holandés necesitaba de una estrella: un jugador desbordante y peligroso que proporcionara algo inesperado a un equipo plano y carente de explosividad; Ed Woodward, directivo y responsable de los traspasos del club, necesitaba de un fichaje contundente que dejara en claro el poder adquisitivo del United en el mercado aún sin fútbol de Champions para ofrecer. Di María era ambas cosas y luego de negociaciones alargadas entre ambas entidades y 75 millones de Euros, era jugador del Manchester United. Portando el legendario número ‘7’ de George Best, Bryan Robson, Eric Cantona, David Beckham y Cristiano Ronaldo, parecía destinado a la gloria. Pero no todo es como uno desea en estas historias, ¿verdad?


El argentino arribó a un club que venía de una temporada donde quedaron de 7mos y sin títulos, además contaban con un comienzo sin victorias en los primeros tres partidos de la temporada 2.014/15. Di María entró a los sagrados pasillos de Old Trafford como una tormenta avasalladora: los primeros partidos del ex Rosario fueron soberbios y por su cuenta consiguió que el club ganara varios partidos y cosechará muchos puntos, cosechando un monto considerable de goles y asistencias en el proceso. Van Gaal lo posicionó en su puesto de interior izquierdo ofensivo en un 4-3-1-2 y a pesar del rendimiento irregular del plantel, Di María parecía estar a gusto en el sistema y el ritmo trepidante de la Premier League parecía no haberle afectado en absoluto. Pero su rendimiento inicial pareció verse socavado por el parón de la fecha FIFA y a posteriori se vería que esos partidos no fueron más que humo y espejos. Poco a poco, pero de manera consistente, Di María empezaría a diluirse en los partidos hasta convertirse en una sombra taciturna del una vez extremo incendiario que brillaba en el Madrid. No sirvió para nada, absolutamente nada, que su adaptación a la climatología de Inglaterra y su idioma fuera bastante pobre. Pero pienso que el punto de quiebre de Ángel en el gigante británico fue cuando un grupo de criminales violentaron su hogar con su esposa e hija pequeña estando ahí; fue un evento desafortunado que dejó secuelas en las vivencias de la familia en Manchester y a pesar de que el club financió un sistema de seguridad para él, cada vez más se notaba en la cancha que Di María no quería estar ahí –sus gestos, sus aspavientos y su bajísimo nivel lo denotaban.

Van Gaal, no conocido por su paciencia, le dio varias oportunidades durante el primer semestre de la campaña, pero luego de una ESTÚPIDA expulsión contra el Arsenal en los 4tos de final de la FA Cup donde toqueteó al árbitro principal, Di María sería relegado a la banca y el Manchester cosecharía una seguidilla de triunfos consecutivos desplegando su mejor fútbol de la temporada, derrotando en el proceso a equipos como el Tottenham, Liverpool o Manchester City. Se dejaba entrever con estas actuaciones que el Manchester, ahora aplicando un sistema táctico de 4-2-3-1, ya no necesitaba a Di María para carburar como un ente colectivo y más bien presentaba la problemática de cómo introducirlo al sistema –todo lo contrario al inicio de la campaña, que parecía un sueño distante e irreal en el estertor de la temporada. Simplemente, ya ninguno de los dos necesitaba del otro; pero ambas partes declaraban que querían intentarlo un año más y se podía escuchar a un Di María determinado por perseverar en el United durante la Copa América… pero todo eso ha parecido ser una cortina de humo para quedar bien con sus compañeros de equipo y con su entrenador. Ahí entró a la escena el PSG, ahora libres de las sanciones del Fair Play Financiero, quienes ya tenían todo a su favor para alejar a su anhelado Di María a tierras parisinas. El argentino no lo ha pensado dos veces y ha aceptado la oferta para firmar por los galos, dejando una imagen bastante pobre con el Manchester al no presentarse con el equipo en la fecha estipulada para la pretemporada y está escondido en Argentina esperando a que todo se resuelva para no tener que verse con los ingleses. Todo cubierto por un nefasto velo de cobardía y falta de sinceridad.

Lo triste del caso de Di María en el Manchester United es que su mejor rendimiento fue atisbado en el peor momento colectivo del equipo; y el mejor rendimiento del equipo fue encontrado durante el peor momento individual del argentino. Por más que se quiera vilipendiar lo hecho por Van Gaal, el holandés tenía que traer resultados inmediatos luego de la nefasta campaña con David Moyes y no podía reparar en los rendimientos francamente pobres de Di María o Falcao mientras el resto del equipo no se organizaba –es, básicamente, un control de daños del más alto nivel. Cuando Van Gaal cambió al 4-2-3-1, el equipo se volvió un tanto más constante pero se sacrificó el mejor lugar para Di María. Había que decidir entre los resultados o el triunfo individual de los jugadores –Van Gaal tomó la decisión correcta.


La rendición es el punto más bajo del alma humana y es cuando todo objetivo planteado o deseado encuentra una horrible muerte. Di María será recordado como uno de los mayores fracasos de la historia del Manchester United no por el bajo rendimiento que es una posibilidad en el mundo del fútbol, sino por el hecho de que cuando las cosas se pusieron difíciles, se rindió con una facilidad pasmosa y tomó la primera oportunidad para irse de la forma más patética posible: sin dar la cara y sin afrontar la problemática de frente como un hombre. Cierto, no quería estar en el club desde un principio pero, ¿dónde está el profesionalismo? ¿El deseo de un atleta de ser competitivo y de callar bocas? ¿De demostrar que a pesar de todo lo vivido, tú eres más grande que todo esto? ¿Dónde está su ambición? Muchos creyeron (yo, incluido) en Di María y depositaron sus esperanzas en él para ser el símbolo del United en esta etapa de reconstrucción, pero no lo pensó para retirarse a un reto más sencillo y a una liga donde todo le resultará más fácil. Di María no fracasó en el Manchester por un tema futbolístico puesto que capacidades le sobran en ese aspecto; fracasó porque su mente no pudo ser lo suficientemente fuerte para perseverar incluso en los momentos más cruentos de su época en el club y porque no era capaz de adaptarse a una cultura que él debió saber que era así de antemano –el frío, la lluvia y el idioma no son secretos en Inglaterra. Al final de todo, tanto el club como Di María seguirán y esto quedará como un episodio bastante funesto en la historia de ambos, pero quiero suscribir el comentario de la leyenda del club, el siempre elocuente Roy Keane, acerca del fichaje de Ángel al PSG que encapsula a la perfección el caso: “No es un traspaso deportivo; es un traspaso de estilo de vida. Eso me dice que el jugador es débil y que su mujer lo controla”. No lo pude haber dicho mejor.

PD: quiero dejar por esta vía una disculpa pública con el diario parisino, Le Parisien. Por varias semanas, había renegado de la información de dicho periódico del traspaso de Di María al PSG y quiero aprovechar esta oportunidad para disculparme con ellos por haber sido los primeros en exclamar la noticia.

sábado, 18 de julio de 2015

Nos volveremos a ver: Andrea Pirlo, el director de orquestra del fútbol.



Y un día, el director de orquestra dictó su última catedra, guardó sus partituras, y con nada más que su música, sus triunfos y su clase, se marchó a tierras lejanas a disfrutar lo que tanto años le tomó para conseguir. El teatro siempre tendrá a los trompetistas, a los violinistas y a los tenores; pero todos sabemos que la vida ahora será un poco más triste sin aquel conductor que los llevaba a trascender los planos de la imaginación humana. Hoy el fútbol es un poco más pobre: su gran director de orquestra italiano, el irrepetible Andrea Pirlo, ha decidido dejar de deleitarnos con su juego en las altas tierras europeas para conseguir un retiro dorado en la MLS con el New York City junto a dos cracks eternos como David Villa y Frank Lampard. Con la parsimonia y elegancia que lo caracteriza, no hizo muchos alardes; mostró su corazón emocionado por una carrera llena de victorias y vivencias, pero no hizo un gran alboroto y antes de darnos cuenta, ya se enfundaba la camiseta de su nuevo equipo en Estados Unidos. Como ha vivido toda su vida, no quiso que su figura como hombre fuera el mayor recuerdo que se tuviera de él; su carrera y su estilo de juego soberbio y cuasi onírico eran pruebas fehacientes de la pasión y sentimiento que destilaba por este deporte. De manera silenciosa y con el balón en sus pies, demostró a gritos el amor que sentía por el fútbol.

Nuestro director de orquestra comenzó con sus primeras sinfonías por allá en el año 1.995, debutando con el equipo de su ciudad y de su corazón, el Brescia de Italia, luego de pasar su infancia jugando en instituciones locales de fútbol infantil hasta entrar llegar a dicho club, volviéndose así el jugador más joven en debutar con ellos. Poco a poco, y de manera algo intermitente –la temporada entrante no jugó con el primer equipo-, comenzó a hacerse con los mayores y algunos clubes en la Serie A comenzaban a interesarse por ese joven de abundante melena que más allá de correr o tacklear mucho, desplegaba un estilo de juego preciosista que no puede ser enseñado ni aprendido. Era simplemente un natural. Al final, fue el Inter el que se hizo con su fichaje en la temporada 98/99, pero no tuvo mucha acción con el primer equipo y la entidad lombarda se hallaba en una temporada irregular, y al año entrante lo cedieron al Reggina donde cuajó una temporada bastante buena y daba muestras de su talento. Pirlo se estaba mostrando como un activo positivo para los lombardos; pero volvió a ser cedido a otro club y esta vez sería un regreso a su amado Brescia, donde se toparía con tal vez el mejor jugador italiano de todos los tiempos, un ya veterano Roberto Baggio, y ambos harían desastres en un equipo que tal vez no era el más grande, pero cuyos aficionados disfrutaron sobremanera con el talento de esos dos genios del Calcio. Curiosamente, Andrea comenzó como un conductor, casi como un ‘10’ clásico; pero al estar Baggio en su puesto, nuestro protagonista se adaptó al puesto de mediocentro retrasado, enfrente de la defensa central, que lo ayudó a convertirse en lo que es hoy en día.

A pesar de haber sido entrenado por Marco Tardelli en la selección Sub-21 de Italia –con la que ganó un campeonato europeo de la categoría-, Pirlo parecía no ser del agrado de la leyenda del fútbol italiano y decidió marcharse a otro club en el 2.001 a probar otra cosa… sólo que no iba a dejar Milán. Pirlo fichaba por los rivales acérrimos del Inter, el Milán, donde Carlo Ancelotti lo valoraría como debía en ese punto de su carrera y se convertiría en una pieza vital para la fluidez de juego de uno de los mejores equipo de todos los tiempos, como fue aquel gran Milán de Carletto donde brillaban Kaká, Clarence Seedorf, Maldini, Gattuso, Ambrosini, Shevchenko, Nesta, Inzaghi y muchos más que me dejo en el tintero. Al final, todos los involucrados en el paso de Pirlo por el lado neroazurro de Milán han reconocido lo mal que se manejó la situación de Andrea en el club: el entonces presidente del club, Massimo Moratti, reconoció que el mayor lamento de su ejercicio como gestor del club fue la venta de Pirlo porque él fue quien tomó la decisión; y el propio mediocentro italiano declararía que pudo haber sido una leyenda del Inter y que el club rompió abruptamente lo que era una historia de amor entre ambas partes. Pero el fútbol le daría revancha a Pirlo, cosa que se volvería una constante en su carrera.


A mí no tan humilde opinión, fue en el Milán donde nuestro director de orquestra compuso su mejor música: fue en el lado rossonero de la ciudad donde Andrea pareció hallarse a sí mismo con la regularidad que le proporcionaron (cosa natural) y así comenzó a cimentar su tan merecido lugar como uno de los mejores mediocampistas creativos del mundo. Y es que aquí debo reconocerle a Ancelotti, entrenador que no es santo de mi devoción, por haber encontrado el método idílico para explotar las fortalezas de Pirlo: apoyado por un mediocampo de antología, André pudo brillar a sus anchas y dictaminar el ritmo del juego, cosa que le hizo ganarse el apodo de “El Metrónomo”. Su primer año deportivo bajo la tutela de Ancelotti le permitió cuajar la temporada más goleadora de su carrera con nueve tantos y pudo ayudar al equipo milanés a conseguir su 6xta UEFA Champions League. Pirlo estaba en la cima del mundo cosechando triunfo tras triunfo y ascendiendo en la cadena alimenticia del fútbol… pero no todo iban a ser alegrías y eso lo iba a experimentar en 2.005 con uno de los partidos más memorables de la historia del fútbol: Estambul.


La final de la UEFA Champions League en 2.005 supuso uno de los eventos más insospechados e increíbles de la memoria reciente de los aficionados al deporte por cómo el equipo de Pirlo regalaba una ventaja de tres goles en el 2do tiempo para acabar empatados y luego perder la finalísima en penales contra el Liverpool de Gerrard, Alonso y compañía. Posteriormente establecido como el mejor partido de la historia de la Champions, los del Milán estaban entendiblemente destrozados por lo sucedido; en especial un Pirlo que no pareció hallarle ningún sentido a lo vivido y que incluso contempló la posibilidad de dejar el fútbol al sentir cómo su amor por el deporte parecía perderse por esa final e incluso diría que ya ni se sentía como un hombre. Estaba totalmente abatido pero, como gigante que es y será, pudo encontrar fuerzas de lugares desconocidos y continuar a pesar de tan cruento suceso. Y un año después, las lágrimas, frustraciones y agotamientos darían lugar a la gloria y satisfacción sin parangón al ser una parte fundamental de una selección italiana que se adjudicaría el campeonato Mundial Alemania 2.006, sorprendiendo a propios y a extraños. Pirlo, una vez más, haría gala de su tranquilidad, inteligencia y control de juego para que un equipo italiano que iba con cautela a territorio germano pudiera conquistar una Copa que les era esquiva desde España ’82. Estaba en la cima del mundo, pero aún faltaba mucho en esta historia.

Un año después –rechazando un más que interesante traspaso al Real Madrid de Fabio Capello-, nuestro crack conquistaba una vez más la UEFA Champions League con el Milán, consiguiendo en el proceso su tan ansiada revancha contra el Liverpool por lo sucedido dos años atrás. Lo que entonces parecía un cuento de hadas y un equipo que parecía no parar de ganar, comenzó a sufrir las inevitables heridas del tiempo y jugadores importantes daban indicios de ya no estar en el nivel de antaño –traduciéndose en tres años de una sequía considerable para los rossoneri. Más sorprendente fue que, luego de la consecución del Scudetto en 2.011 bajo el mandato de Allegri, la directiva del Milán decidió descartar la posibilidad de renovar a Pirlo puesto que su participación había bajado en esa última campaña y lo catalogaron como un jugador acabado por ser “viejo”. Molesto con Berlusconi y Galliani por no haberlo apoyado luego de tanto que les había dado, Andrea fichó como agente libre con una Juventus que estaba pasando por un periodo paupérrimo, pero en él hallaron al epicentro en el cual basar su nuevo proyecto y el efecto fue instantáneo: Pirlo fue la figura, el héroe y arquitecto de un equipo que conquistaría cuatro Scudettos consecutivos con una facilidad pasmosa, con el regista italiano siendo una de sus principales figuras y el rostro más visible de la plantilla, junto al gran Buffon. Cuando más se le dio por muerto, se alzó de sus propias cenizas y se dedicó a hacer lo que más sabía hacer: jugar al fútbol. Ahí quedarán momentos como aquel donde picó el balón en la tanda de penales de la Euro ’12 contra Inglaterra, humillando a un pletórico Joe Hart. Ése era, es y será Pirlo: elegancia y magia que trascienden las pretéritas limitantes del tiempo.


Pero me quedo corto. Maldita sea, me quedo corto aquí. Me tomaría veinte páginas de Word con letra siete para poder expresar todo lo que Andrea Pirlo le ha dado al fútbol y cómo todos nos sentimos un poco más pobres al ver a uno de los últimos artistas del balón retirándose a Estados Unidos a jugar sin las presiones o la tan innecesaria megalomanía del balompié del más alto nivel. Nos quedamos un poco más pobres al comprender cómo ese menudo mago italiano de larga melena nos hechizó con su técnica, su elegancia y su capacidad de hacer ver lo difícil como algo mundano. Cierto, no tuvo la despedida que deseaba al perder la final de la Champions y en sus lágrimas se podía ver el espíritu de un campeón que en las postrimerías de su carrera aún añoraba una última gran victoria; el símbolo de la ambición y deseo de gloria que lo ha caracterizado toda su carrera; pero nadie puede quitarle que fue uno de los más grandes de su tiempo y lo hizo a su modo sin claudicar en ningún momento ante lo que él creía que era una idea de juego. Gracias por habernos deleitado con tu gracia y tu elegancia como si nos debieras algo; pero la realidad es que has sido demasiado bueno con nosotros. Ahí quedarán para la historia y la posteridad sus jugadas, sus victorias, sus derrotas –que también valen mucho- y sus títulos. Su carrera es la inmortalidad de un estilo y una idea que, por más que se trate de corromper y doblegar, siempre encontrará a los intérpretes que lo lleven a las alturas más celestiales de su potencial. Y en ese plano, Pirlo está ahí arriba con los Zidane, Cruyff y Scholes como algunos de los mejores conductores creativos de la historia. Un día el maestro hizo sus maletas luego de dictar su última catedra, y no podemos hacer más que darnos cuenta que somos unos privilegiados: vivimos su era. Se retira Andrea Pirlo, el gran director de orquestra del fútbol y, ¿qué más podemos decir? Gracias, maestro.

domingo, 5 de julio de 2015

Así lo veo, Ken: Chile y el triunfo de una generación inesperada.




Hace ocho años, se realizaba en mi país, Venezuela, la Copa América 2.007. Chile, que ya había cuajado una actuación bastante indiferente y gris en el torneo, se retiraba del país dejando una imagen pobrísima con un polémico incidente donde varios jugadores de esa selección destrozaban varias habitaciones de hotel, además de muchas conductas indisciplinadas que dejaba muy mal parado al país y la imagen profesional de sus deportistas. Además de eso, imperaba una sensación de zozobra en el ámbito netamente futbolístico: Chile se veía afuera de los dos últimos mundiales, su estilo de juego dejaba mucho que desear y una eliminación humillante contra Brasil –a la postre campeones del torneo- por 6 a 1 agravaban una situación que desestabilizaba al fútbol chileno. Lo que no muchos parecieron percatarse –al menos en el enorme espectro internacional de la media; que siempre parecen hablar cuando tienen el periódico del lunes y ni un segundo antes- era que el Mundial Sub-20 de Canadá se estaba llevando a cabo de manera paralela a esa Copa América y una generación de futbolistas chilenos jóvenes salvajes, ambiciosos y con mucho talento llegaron hasta las semifinales del torneo –perdiendo, irónicamente por eventos posteriores, contra Argentina, futura campeona del torneo. Con el arribo de Marcelo “el loco” Bielsa a la dirección técnica de la selección mayor luego de esa Copa América, Chile comenzó a evolucionar hacia una sinergia estilística que les permitió convertirse en una de las mejores selecciones del continente, clasificar a los dos últimos mundiales con muy buenas actuaciones y presentar al mundo a jugadorazos como Alexis Sánchez, Arturo Vidal, Claudio Bravo, Matías Fernández, Gary Medel o Jorge Valdivia. Y ayer, los chilenos pudieron coronar ese largo y trabajado proyecto con la consecución de su primera Copa América derrotando a una selección argentina rebosante de estrellas en un torneo que se llevaba a cabo en tierras chilenas. No exenta de controversias, la consecución de Chile en este 2.015 simboliza la sublimación y beatificación de la mejor generación de jugadores de la historia del país y que ha sido tan brillante como inesperada… aunque se estaba fraguando en la oscuridad, en el underground, a medida que pasaban los años.



Chile derrotó ayer a Argentina y los críticos se van a abalanzar a desmenuzar el partido como si fueran Marty McFly y el doc Brown de la trilogía de películas Volver al Futuro analizando la influencia del viaje en el tiempo; pero es que la síntesis del partido no yace en elementos que, aunque nada superfluos, no son los más pertinentes en esta final. Sí, elementos como la posesión, oportunidades falladas o el exceso de talento que tiene Argentina pueden ser considerados; pero la cruda realidad para la albiceleste es que los chilenos fueron mejores y eso debe a que cuentan con el entendimiento y comprensión que sólo puede ser conseguido mediante años y años de absorber un ideario futbolístico y trabajar como un equipo. Ayer fue el enfrentamiento entre dos conceptualizaciones dispares de cómo debe erigirse una selección de fútbol y por más que un sector del público se empecine en señalar a las polémicas que han causado los chilenos por un susodicho torneo arreglado –eso sí, no soy nadie para decir lo contrario-, triunfó el concepto que siempre pedimos en Suramérica y que ahora parecemos desdeñar con tanto descaro: un proyecto estructural. En un compendio de países donde lo único que parecemos tener en común es la inseguridad, la criminalidad, la mala economía, el hedonismo y el resultadismo –indiferentemente del ámbito de la vida del que estemos parloteando-, la idea de cementar las bases para un plan a mediano y largo plazo parece algo cuasi utópico en este lado del charco cuando el deseo constante de conseguir a corto plazo parece ser nuestra única sensación.



Sí, dije al principio que esta generación de jugadores chilenos era algo inesperado y seguro que más de uno me dirá “¿Entonces cómo puede ser algo planificado si lo acabas de llamar inesperado?”. Bueno, primero que nada, inesperado y planificado no son conceptos irreconciliables o incapaces de colaborar; pero es importante dejar en claro lo siguiente: estos jugadores surgieron y la Federación Chilena de Fútbol fue lo suficientemente sagaz para aprovecharlos mediante la contratación de un ideológico empedernido (en el buen sentido) como Bielsa para hacerlos florecer y es que lo que lograron jugadores como Vidal o Alexis en el fútbol no puede ser concebido sin la guía de “el loco” o de Borghi en su Colo-Colo por el 2.006. Y ahora que menciono a Claudio Borghi, es importante señalar la influencia de su equipo de Colo-Colo en la selección chilena en diferentes niveles puesto que jugadores como los dos acotados, Valdivia, Matías, Suazo (quien no jugó esta Copa) y un par más se convirtieron en la base del seleccionado y eso logró una química en el juego que data desde hace casi una década. Años después, en el año 2.011 –un año después de la primera experiencia de este grupo de jugadores en un Mundial-, la Universidad de Chile ganaba la Copa Sudamericana a la Liga Deportiva Universitaria de Quito bajo la tutela de Sampaoli –ahora entrenador de Chile- y con figuras que ascendieron al equipo nacional como Marcelo Díaz, Charles Aranguiz (para mí, el mejor jugador de esta Copa América) y el goleador de la Copa América 2.015 junto a Paolo Guerrero, Eduardo Vargas. Como pueden ver, aquí se puede atisbar un patrón bastante claro: cada vez que surgía un movimiento importante de jugadores chilenos, éstos se integraban a una BASE de jugadores que ya estaban aclimatados a una idea y los nuevos reforzaban la implementación de la misma. Es un proceso detallista, cauteloso y que requiere de mucha paciencia, pero hecho de buena manera, se pueden conseguir los resultados que ahora se están viendo. Aquí hay que felicitar a un equipo que ha brillado por el buen funcionamiento de todas sus partes y no por el triunfo solitario de un individuo. Así tenemos las paradas salvadoras de Bravo, la garra de Medel, el recorrido de Isla, el esfuerzo sin parangón de Vidal y Aranguiz, además de la magia de Valdivia que se entralaza maravillosamente con los vertiginosos Alexis y Vargas. Esto es el resultado de un equipo que ha trabajado arduamente para llegar a este momento y que supo responder cuando más se les exigió frente a la subcampeona del mundo y con una de las mejores plantillas del fútbol en la actualidad.

Tristemente, y como una costumbre que se vuelve cada vez más notoria en el fútbol, hay sombras que parecen ennegrecer la victoria de los chilenos y esta vez son escenarios como el desgraciado accidente automovilístico de Vidal o el incidente del dedo de Gonzalo Jara en lo profundo de la oscuridad del uruguayo Edison Cavani y la falta de castigo instantáneo a los jugadores mencionados, lo que comenzó a acusar a los anfitriones de la Copa América como tramposos y a decir que el torneo estaba comprado. Yo no voy a ser partidista en el tema de que el torneo está comprado o no; pero sí reconozco que esos dos actos son altamente lamentables y que manchan la imagen de una selección brillante en lo futbolístico. Eso me lleva al meollo del asunto: ¿Es Chile un justo campeón de la Copa América 2.015? Ciertamente practicaron el mejor fútbol, demostraron que siempre iban hacia adelante a buscar el partido y que su poderío o buen funcionamiento no se basaba en un solo individuo puesto que Vargas, Medel, Aranguiz, Pizarro, Valdivia, Vidal o Isla tuvieron sus momentos para brillar y hacer ganar a su selección –un equipo campeón necesita del aporte individual de cada jugador para un éxito colectivo. Aquí influye sobremanera la constancia y durabilidad del elenco de Sampaoli desde la incepción que hizo Bielsa puesto que equipos como mi Venezuela, Perú, Paraguay, Bolivia o Argentina están absorbiendo las enseñanzas de sus nuevos entrenadores; por el otro lado, selecciones como Brasil, Uruguay, México o Colombia se hallan atascados en una suerte de mediocridad futbolística al no saber renovarse y al no saber aprovechar sus recursos de una manera más colectiva y grupal, cosa que deriva en la dependencia absoluta de figuras como Neymar, Cavani o James Rodríguez. Ésa es la triste realidad de nuestro fútbol: a falta de preparación o de manejo grupal y táctico trascendental, muchas de nuestras selecciones se encomiendan al salvador de turno para que hagan algo y si no aparece, ni les cuento. Por eso tenemos casos como el de Perú que, aunque fueron de los mejores del torneo y ya muestran a algunos jugadores que pueden ir tomando el testigo de la vieja guardia, todavía dependen de Claudio Pizarro, Juan Manuel Vargas, Jefferson Farfán y Paolo Guerrero. Aplaudo el título de Chile porque más allá de todo, fueron un EQUIPO comprometido a darlo todo desde el pitazo inicial del torneo.

Ayer, frente a los ojos de millones de espectadores por todo el mundo, los chilenos batallaron con bravura e inteligencia contra una plétora de talento argentino con algunos de los mejores jugadores del mundo como Higuaín, Agüero, Pastore, Mascherano, Di María y muchos más, además del mejor del mundo, Lionel Messi. Conscientes de sus recursos y de su estilo de juego ofensivo y de constante movimiento –el esfuerzo físico de estos chilenos para moverse durante todo el partido es clamoroso-, supieron desactivar el fútbol de Pastore y neutralizar a Messi hasta el punto que parecía que había ingresado en el minuto 120 de la prórroga para que pateara el penal. Tales circunstancias, como el hecho de que los seguidores de Argentina han linchado a Higuaín por su fallo a finales del tiempo reglamentario, no son casualidad: los muchachos de Sampaoli juegan de memoria en este punto de la película y si comparamos eso contra el equipo de Martino, quien pareciera obligado a ajustar a todos los cracks para que estén felices y no para ganar, es entendible el resultado. El triunfo de Chile es el punto cumbre de un ascenso que se estuvo realizando desde las sombras con un cúmulo de jugadores que, más allá de Vidal y Alexis, nunca tuvo el mérito o reconocimiento que se merecían. Plebeyos humillados en el 2.007, Chile resurgió de sus propias cenizas y hoy, en pleno 2.015, se sientan en el trono de América como el rey absoluto. Esto no es un logro de un mes de competición; es un logro de años y años de trabajo de un grupo de jugadores que han pasado por victorias y derrotas juntos hasta por fin conseguir la gloria. Y eso es digno de campeones.