¿Qué
hacemos cuando no podemos conseguir respuestas de los eventos que nos marcaron
para toda una vida? ¿Qué podemos hacer cuando tenemos que ahogar lágrimas por
orgullo y sólo contemplar al vacío mientras que un objetivo por el que tanto
hemos batallado y perseverado se nos escurre de las manos no una sino dos
veces? Siempre he pensado que muchos aspectos del fútbol pueden ser
transportados a nuestra vida diaria para aprender y valorar diferentes
lecciones; uno de ellos es que en este deporte de once contra once, como en la
vida, siempre se da revancha. En un
cruel azar del destino, podemos caer
en cuenta de que tuvimos una oportunidad que nadie más tuvo y nunca haber
capitalizado en ella para sentir en nuestras manos ese crisol de gloria y
eternidad. Héctor Cúper es, para todos los efectos, la ejemplificación
absoluta del estar tan cerca de lo deseado y no poder alcanzarlo; del quiero y
no puedo; de sentir cómo las más arrebatadoras ilusiones son quebrantadas por
el recio golpeteo de la realidad. Ahondemos un poco más en la carrera de este
entrenador argentino que en equipos tan dispares en repercusión y estilos como Huracán,
Lanús, Mallorca, Valencia, Inter, Racing de Santander, Parma, Real Betis, Aris
y un par más que me dejo en el tintero, supo construir planteles aptos para
batallar hasta el final por títulos pero que siempre, siempre, se quedaba a puertas de la victoria. En esta ocasión me
voy a enfocar en su Valencia –que si hablo uno por uno, no acabo esta semana-;
una de las historias más duras y desafortunadas en la historia reciente del
fútbol europeo. El Valencia de Cúper: unos Segundos para Recordar de manual.
El
hombre oriundo de la provincia de Santa Fe se había hecho un nombre en la liga
española luego de haber conseguido un éxito moderado en su país natal con
equipos humildes como Huracán o Lanús –llevando a ambos a luchar por el título
de liga-, para luego llevar al Mallorca a una final de Copa del Rey en la
temporada 97/98 en su primer año como entrenador en Europa, perdiendo a manos
del Barcelona de Louis Van Gaal. Luego de una segunda temporada decente –y con
un título muy importante para el equipo de Palma de Mallorca como fue la
Súpercopa de España-, Cúper toma al Valencia CF puesto que Claudio Ranieri se
fue al Atlético de Madrid. Con
jugadores como Gaizka Mendieta, Kily González, Claudio “El Piojo” López, David
Albelda, Mirozlav Djukic o Javier Farinós, el Valencia de Cúper conseguía su
primer título de esa nueva era al ganar la Súpercopa de España –el último
título de Cúper en su carrera, como dato curioso y definitorio-; pero la liga
comenzaría con resultados dubitativos que no le permitía al equipo maximizar su
potencial y el argentino comenzaría a ser señalado a causa de esto. Debido a una relación
algo volátil y ambivalente con una de las estrellas del plantel, “El Piojo”
López, el antiguo central argentino dejaba afuera de las convocatorias a su
paisano y en una ocasión, al sacar a López de la cancha en un partido que
perdían contra el Real Madrid desplegando un fútbol paupérrimo fue pitado por
su propia afición con cánticos de “¡Cúper, vete ya!”. Esto desembocaría a
posteriori en la venta del atacante a la Lazio de Italia. Fue con el arribo de la eliminación directa de la UEFA Champions League
en la que el Valencia se halló a sí mismo y llevó a cabo una remontada en los
frentes nacionales e internacionales; el equipo comenzó a agarrar ritmo
futbolístico y pudo avanzar hasta fases impensadas de la máxima competición de
clubes en Europa e ir escalando posiciones en la Liga. Cuando todos se
dieron cuenta, el Valencia había sorprendido a toda Europa al eliminar a Lazio
y Barcelona para llegar a la mismísima final de la Champions mostrando un gran
nivel y con jugadores como Mendieta o el Kily González como piezas
fundamentales. París los esperaba y ahí el Real Madrid en la primera gran final
española.
Ahí
fue cuando la maldición, el gafe, la esperpéntica adoración al fracaso de Cúper
comenzaba a dar señales que sólo habían sido atisbadas en sus equipos
anteriores. Cientos de hinchas del
equipo "Ché" habían viajado a tierras parisinas para vivir su primera final como
insospechados favoritos y el duelo que se llevó a cabo fue uno en el que el
Madrid, con un plantel altamente balanceado y competitivo, se mostró como el
mejor de principio a fin en un 3 a 0 demoledor que fue adornado por esa joya
onírica que fue ese gol de Raúl con una corrida y resolución legendarias. Arañando
la “Orejona” con ahínco y deseo, el Valencia se había quedado cerca,
cerquísima, de levantar el trofeo más importante a nivel de clubes; pero la
falta de experiencia en ese nivel de los jugadores y su entrenador les habían
jugado una mala pasada contra una escuadra madridista que sí tenía experticia
de sobra en el más alto calibre con figuras como Raúl, Morientes, Redondo,
Hierro, Roberto Carlos y un par más. En el momento más importante de sus
carreras, tanto para los jugadores como para Cúper, les temblaron las piernas y
el nerviosismo pudo consumir las almas de unos jugadores que tuvieron con qué,
pero jamás supieron dominar su ímpetu para conquistar tan ansiado objetivo. La
medalla de segundo era una a la cual el argentino se estaba acostumbrando con
cierta premura, pero no iba a caer sin pelear. Ni su equipo.
La
vida es muy irónica y muchos hinchas valencianistas soñaban con revivir las
grandes noches europeas hasta llegar a la final una vez más… lo que no pensaron
es que tendrían lo que deseaban al año entrante. Con incorporaciones como Ayala, Baraja, Carew o Aimar, el Valencia daba
un segundo asalto en la Champions con el deseo imperante de dar con el espíritu
de retribución de lo vivido el año anterior y para consagrarse como un gigante
de la competición en ascenso. ¿Cuántos equipos pueden presumir de haber
llegado a dos finales de UEFA Champions League de manera consecutiva? Pocos,
muy pocos. En la liga española habían sido líderes luego de unas cuantas jornadas;
pero su forma liguera se diluía a medida que proseguía la temporada y el equipo
enfocó todas sus fuerzas en Europa donde supieron eliminar a equipos de la
talla del Arsenal y el Leeds United (equipazo en esos años, para los menos
adoctrinados) hasta llegar a la final en Milán, en el mismísimo San Siro,
contra el gigante bávaro, el Bayern Múnich. Había pasado un año: habían
aprendido, los jugadores habían mejorado, tenían un mejor planteamiento y ya
habían vivido este ambiente; ya habían respirado ese aire único de final que
solo pueden experimentar unos cuantos elegidos. Pero el Valencia, Cúper y la
maldición de las finales de Champions parecían ser una máxima en el devenir de
la institución. Aún faltaba sufrir una vez más.
El
Valencia empezó bien con un gol de penal de Mendieta en los primeros compases
de la final; pero Effenberg empató con otro penal a mediados del mismo. El
partido estuvo bastante peleado y parejo, mucho más que el año pasado, hasta
que llegaron al tiempo extra donde ninguno regalaba espacios y terminaron en
tiros de penal. Luego de una dramática
tanda de penales, el Valencia, sus jugadores, sus directivos, su cuerpo técnico
y sus hinchas contemplaban en pleno templo histórico del fútbol mundial cómo la
Copa de Europa se les escapaba por segundo año consecutivo y no tenían más que
el dolor, la frustración y las lágrimas de un Santiago Cañizares que eran la
representación sufrida de toda la historia de una institución que estuvo ahí, a
centímetros de levantar el trofeo por excelencia del fútbol, aparte del
Mundial. ¿Qué pasó? Es difícil de explicar; pero la realidad es que a los del
equipo “Ché” les faltaron galones para poder convertirse en reyes de Europa y
al final no quedó más que la derrota. Luego llegarían los años de Benítez y
la consecución de varios títulos importantes como la Liga y la Copa UEFA (ahora
Europa League); pero nunca volverían a llegar a la final de la Champions.
El
Valencia y la maldición de Cúper son el caso arquetipo de un equipo que merece
estar en mi categoría de Segundos para
Recordar: jugaban un gran fútbol, contenían una conglomeración de jugadores
talentosos –muchos que a posteriori tendrían unas carreras notables- y con un
entrenador que sabía cuajar grandes actuaciones pero que parecía estar maldito
puesto que nunca daba ese último empuje para arengar a sus muchachos a que
ganaran las finales. Al final del día,
hay un motivo por el cual entrenadores como Héctor Cúper no están a la par de
los Ferguson, Mourinho, Capello, Ancelotti o Sacchi: los mejores entrenadores
son aquellos que saben motivar a los jugadores para que saquen la casta de
campeones en el momento de verdad. Recuerden: los campeones no ganan para serlo; ganan porque son campeones. Al
final de la temporada, Cúper se iría al Inter y nunca podría quitarse esa chapa
de “segundón”, además de no volver a ganar un título, debido a que todos sus equipos estaban siempre cerca y nunca conseguían la gloria. Una etiqueta que parecía
quedarle tan bien a un hombre trabajador y dedicado pero que, simplemente, no
supo qué hacer en los momentos de la verdad. Fue ahí, en París. Fue ahí, en
Milán. Fueron en esas dos noches donde debió demostrar… pero no no lo hizo.
Tal vez todos los involucrados en el Valencia por esos años jamás consigan
entender cómo llegaron hasta ese punto, pero a veces las vivencias más
exaltantes no deben de tener un gran significado o una gran revelación; sólo
están ahí para que las experimentemos. No
conseguirán respuestas del Valencia de las dos finales de Champions; sólo
encontrarán el llanto de millones de hinchas canalizados en la desconsolación
de Cañizares y el gafe de Cúper.
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