“Un
hombre tiene una idea. La idea atrae a aquellos que piensan similar. La idea se
expande. La idea se convierte en una institución.”
-
Top Dollar, El Cuervo.
Cuando una persona fallece,
se hace un recuento de lo que era, de lo que representó y lo que logró como una
manera de dejar en claro a todo el que le interese quién fue ese individuo. Así
que cuando un obelisco del fútbol como es (y siempre será) Johan Cruyff conoce
el inexorable epílogo de la vida, abundan los logros personales y colectivos de
un hombre que simbolizó una plétora de conceptos futbolísticos y una ideología
del balompié que hizo raíces en la tierra de este deporte. Muchos grandes
fueron inmortalizados por un momento o un logro que definieron sus existencias;
Johan Cruyff, el más grande de Holanda, se inmortalizó al convertirse en una
idea.
El cáncer ha tomado la vida
de uno de los eternos intérpretes del fútbol, pero también a uno de sus más
grandes teólogos e ideólogos. Cruyff era
un hombre de principios y valores muy fuertes y arraigados, con todo lo que eso
puede llegar a significar. No era un hombre de fácil entendimiento personal
ni uno que se anduviera por las ramas a la hora de decir lo que pensaba como
todos pudimos atestiguar en sus últimos años de vida como jubilado. Johan Cruyff es la epítome del iconoclasta
y del contracultural; un hombre que entendía el entorno deportivo de su tiempo
de una manera singular y lo contemplaba no como lo que era, sino como lo que
podía llegar a ser. Pocos hombres pueden presumir de haber revolucionado
algún ámbito del mundo; el holandés lo hizo en el fútbol dos veces y hasta el
sol de hoy no estoy seguro de cuál fue más importante. Pero iremos por partes y
en esta entrega hablaremos de lo que fue Johan como jugador.
Como muchos revolucionarios
y hombres inquietos de pensamiento, Cruyff dio sus primeros pasos en el mundo
en los barrios; específicamente el de Betondorp, la parte más humilde de la
ciudad de Ámsterdam. Alejado de la belleza y la singularidad de la capital
holandesa, Johan se enamoró del balón desde una tierna edad hasta que ingresó a
la academia de su equipo local, el Ajax, a los diez años. Como un chico que ayudaba a preparar los campos para los entrenamientos
y que era mantenido por una madre viuda que trabajaba limpiando las
instalaciones del club, la futura leyenda holandesa representaba en sus
comienzos lo que necesitaba un país golpeado por la Segunda Guerra Mundial y
dolida en su integridad –un aspecto que enfrentaría Cruyff en varios puntos de
su vida-: una figura rebelde, con la suficiente autoconfianza para rayar en lo
soberbio y que había crecido en la época de los años 50s y los 60s donde la
cultura había dado un vuelco generacional inesperado. Podría decirse que
Cruyff significó, en sus comienzos, lo mismo que George Best en Gran Bretaña:
una persona que combinaba gracia, talento e individualismo para inspirar a una
generación aturdida en el conservadurismo. Pero, por supuesto, Johan no contaba
con la naturaleza autodestructiva del irlandés y es por eso que a finales de la
década de los 60s y a principios de los 70s, el místico y enigmático holandés
revolucionó el fútbol en un equipo para el recuerdo por siempre recordado como
“el Ajax de Cruyff y Rinus Michels.” El
plan máximo de los holandeses para domar la tierra del fútbol.
A pesar de lo mencionado, en
realidad fue el inglés Vic Buckingham –uno de los primeros en fomentar el
concepto de fútbol total que luego desarrollaría Michels, uno de sus jugadores
en el Ajax, a sus anchas en los 70s- el que le dio su debut al imberbe Johan en
1964 en el club de Ámsterdam, ya en los últimos partidos de su gestión como
técnico. Sería con el arribo de Michels
en la campaña posterior que el gran Ajax de Cruyff comenzaría y el joven
futbolista se volvería la piedra angular de un equipo para el recuerdo; un
equipo que comenzó a llamar la atención del mundo tras una avasallante victoria
por cinco a uno al legendario Liverpool de Bill Shankly, cosa que hizo que el
entrenador escocés dijera que el club británico debía emular la ideología
futbolística de los holandeses. Títulos consecutivos de Eredivisie eran
cosechados y Cruyff crecía exponencialmente con cada temporada hasta alcanzar
la cúspide a principios de la década de los 70s: tres Copas de Europa (ahora
UEFA Champions League) consecutivas, además de un triplete, significaron la
sublimación de un equipo que marcó a una generación y fue la base para una
selección holandesa que entraría en la historia, pero hablaremos más de eso en
el futuro. El espigado y flaco ‘14’ del
club del momento estaba en la cima de su profesión; halagos, títulos
colectivos, actuaciones para el recuerdo y premios individuales como el Balón
de Oro lo erigían como el sucesor natural de los Puskas, Di Stefano, Best,
Charlton o Pelé –era su momento. Tan
inquieto de mente era que ya su club local no le ofrecía ningún otro desafío
porque ya lo había ganado todo; el Ajax había acordado su pase al Real Madrid
pero él, siempre tan rebelde y terco, desobedeció a sus patronos y decidió irse
al entonces desdichado rival de los merengues: el FC Barcelona. ¿Por qué? “Debo ser libre de elegir a qué equipo me
quiero ir”, fueron sus palabras.
Su arribo a Barcelona en el
’73 es material digno para uno de los mejores libretos hollywoodenses: Cruyff
llegaba a una Ciudad Condal sin rumbo en lo deportivo y golpeada en su orgullo
por el éxito arrollador de su eterno rival, el Real Madrid, generando en los
culés un complejo de inferioridad y de cuasi victimización ante sus
contrapartes blancas. Pero si algo no
tenía el crack holandés era el acotado complejo de inferioridad ante ninguno
que se le atravesara; con su talento desmesurado, su liderazgo y esa arrogancia
de quien se sabe bueno y que lo ha ganado todo –estamos hablando de un hombre
que en ese punto ya tenía tres Copas de Europa con el Ajax-, Johan guío al
Barcelona a ser campeones y, más importante que eso, cambió sus mentalidades.
El mayor logro de nuestro protagonista en el Barcelona como jugador fue
inyectarle al catalán esa mentalidad ganadora y dejar de lado esa actitud
victimaria que los mantuvo un tanto relegados en la primera mitad del siglo
pasado. Aunque solamente ganó una liga y
una Copa del Rey en España, se convirtió en el jugador más influyente de la
historia del club, dejando en la retina de la memoria de los hinchas
barcelonistas su magia, su clase, su inteligencia táctica y sus jugadas para el
recuerdo como aquel gol acrobático e imperial al Atlético de Madrid donde saltó
con una técnica magistral para alcanzar el centro. Fuera de la cancha libró
sus propias guerrillas socio-políticas y se diferenció del resto de los
baluartes del barcelonismo al incluso dejar su huella en el comportamiento del
ciudadano catalán.
El Mundial de Alemania ’74
llegaba y los holandeses sorprendieron al mundo del deporte con un fútbol
compacto, elástico, preciosista y vanguardista que nunca antes se había visto;
el seleccionado dirigido por Rinus Michels replicó lo hecho por su gran Ajax a
principios de la década y encantó la audiencia con un juego revolucionario que
sería una influencia notoria en el deporte a partir de esa fecha. Sí, uno puede argumentar que la belleza e
histrionismo de los holandeses no fue suficiente para derrotar a la eficiencia
de la Alemania de Franz Beckenbauer –el mayor rival que tuvo Cruyff en su
carrera y con quien cruzó caminos en muchas ocasiones- en la final, pero la
realidad del asunto es que la Naranja
Mecánica, como es cariñosamente apodada, trascendió más allá del resultado
y se convirtió en un bastión ideológico para cualquier amante del buen juego.
Cruyff terminó por inmortalizarse ante los ojos de millones y para el recuerdo
quedará esa imagen de Johan en su camiseta naranja, con el ‘14’ en su espalda y
corriendo con el balón pegado a sus pies mientras que portaba la banda de
capitán y su melena fluyendo por el viento. Es la primera imagen que me llega a
la cabeza al pensar en el místico holandés. El mundial del ’74 fue el punto más álgido de nuestro protagonista con
su seleccionado, pero aún quedaba mucho en su porvenir.
Sus años posteriores
significaron un declive entendible en su juego en el Barcelona por motivo de
que los años comenzaban a menguar su rendimiento y porque el club, siempre
inmerso en la inestabilidad, no podía sostener un nivel considerablemente alto
en las competiciones. A pesar de eso, la influencia de Cruyff llegó a incidir
en el aspecto social, incluso en temas que podrían considerarse nimios como
llamar a su hijo Jordi cuando el registro español no se lo permitía. Finalmente,
en el Mundial de Argentina en el ’78, el tulipán decidió retirarse del fútbol
internacional y no participar en la competición por motivo de que la seguridad
de su familia estaba en riesgo por el tema de la dictadura española. Los holandeses,
dirigidos por el legendario entrenador austríaco Ernst Happel, perdieron la
final contra los locales y Cruyff, hastiado del temor y la preocupación en
tierras hispanas, decidió marcharse a lo que se veía como un retiro dorado en
Estados Unidos.
Aunque su travesía en
tierras norteamericanas se llevaría a cabo entre el ’78 y ’80 con Los Angeles
Aztecs y los Washington Diplomats, el primer equipo que realmente se aseguró a
Johan Cruyff en Estados Unidos fueron los New York Cosmos. Los neoyorkinos necesitaban a una nueva figura mediática del “soccer”
mundial tras el retiro de Pelé un año atrás por lo que pudieron llegar a un
acuerdo con el legendario ‘14’ quien deseaba dejar Barcelona tras la incesante
presión e incomodidad en la ciudad; pero el traspaso se desvirtuó después de
que se le anunciara al holandés que los directivos del equipo estarían en
control absoluto de sus derechos de imagen y de marketing. En perfecta
consonancia con su personaje, desechó las negociaciones y se marchó a Los
Angeles para jugar con los Aztecs, dirigidos por un viejo conocido suyo, Rinus
Michels. Alejado del agobio de la prensa española y deseoso de aportar algo a
la juventud del país americano –“si
hubiera querido dinero, me hubiera ido a Inglaterra o España donde me pagarían
mejor que aquí”, dijo en su momento-, el rendimiento en la cancha de Johan
bajo la guía de su antiguo mentor fue bastante bueno: 13 goles y 16 asistencias
en 23 partidos, votado Jugador Ofensivo del Año y lideró a los Aztecs a las
semifinales del playoff de la
entonces North American Soccer League.
La siguiente temporada volvió a sorprender al público al dejar su equipo para
fichar por los Washington Diplomats. Al ser encandilados por una actuación
sublime de Cruyff contra su club el año anterior, los directivos decidieron
desembolsar 1.5 millones de dólares para hacerse con los servicios del jugador.
Aunque su estadía en Estados Unidos no
fue tan larga y fructífera como se hubiera deseado, sí que fue bastante
positiva en el tema monetario para las arcas de los equipos en los que estuvo y
supuso un alejamiento necesario para que Cruyff recuperara su pasión por el
juego.
Luego de un partido amistoso
en Barcelona en 1980 por caridad, Cruyff declaraba ante la prensa su deseo de
volver al fútbol europeo. Se hablaba de Arsenal, Chelsea, Betis, Sevilla,
Leicester y muchos otros, pero al final del día fue un pequeño y humilde equipo
de segunda división de España quien lo contrató: el Levante. Aunque suene poco creíble en este punto de
la historia, Johan Cruyff jugó diez partidos e hizo dos goles con los del
Levante, pero la realidad es que a pesar de haber atraído masas al estadio,
haber generado ingresos notorios para el club y recibir trato de estrella, su
rendimiento dejó mucho que desear en la institución. Sin ganas para
entrenar y ofreciendo pocos destellos de su juego a los 34 años de edad, se
puede interpretar este paso en su carrera más como un favor a los directivos
del Levante que realmente discutir de una etapa importante en la carrera de
semejante personaje. Un periodo de su trayectoria
donde se vio a un jugador sin el esfuerzo que lo caracterizaba y que dejó un
sabor amargo para el club, denotando el a veces carácter soberbio del hombre y
la sensación imperante de que estaba ahí por su próximo cheque. Incluso en
esa temporada se permitió engalanarse la camisa del entonces descendido AC
Milán en un partido amistoso en el San Siro, creando así uno de los sucesos más
curiosos de nuestro deporte: Johan Cruyff vestido con la camiseta del rossoneri.
Su bizarro paso por el
Levante y por la segunda división de España dejaban entrever el retiro
definitivo como la única opción que quedaba entre las cartas de Cruyff, pero
éste decidió retornar a Holanda con su amado Ajax en el ’81 para ayudar al
equipo a ganar las siguientes dos Eredivisie y consolidar a un equipo que
contaba con un joven Marco Van Basten entre sus filas. Ya cuando su contrato finalizaba en 1983, el club decidió prescindir
de sus servicios puesto que lo calificaron como “demasiado viejo” para seguir
aportando al equipo en el nivel que se exigía. En un arrebato de venganza,
en aras de demostrar que no estaba acabado frente a sus antiguos patronos,
portó la camiseta del enemigo y se convirtió en un año en eso: el enemigo. Johan Cruyff estuvo en el Feyenoord en el
último año de su carrera y fue un memorable epitafio para una trayectoria sin
parangón; junto a un joven Ruud Gullit, lideró al club de Róterdam a un doblete
de liga y copa, además de ser el mejor jugador de la Eredivisie en esa campaña
y siendo cargado en los hombros de los del Feyenoord en la celebración del
título, en una de las máximas demostraciones de venganza en la historia del
fútbol. Todo esto en el ’84 con 36 años de edad. ¿Cuántos jugadores pueden
guiar a un equipo en lo profundo de la intrascendencia a ganar un doblete
estando en el último año de sus carreras profesionales y siendo el mejor de la
temporada? Y en la Copa UEFA fueron eliminados por el Tottenham de un joven
Glenn Hoddle que estaba en su cúspide particular –simplemente era el nuevo rey
pidiendo espacio frente a Cruyff. Para mí, éste es el mayor logro en la cancha
en la trayectoria de Johan: inspirar a un club para triunfar cuando él mismo
había sido catalogado como un acabado. Un
final glorioso e imperial para una trayectoria llena de éxitos, pero que
podemos calificar como una en la que hizo lo que deseó durante todos esos años
–vivía y jugaba para sí mismo.
Futbolísticamente, no hay
mucho que pueda revelar acerca del Cruyff jugador que no se haya dicho en las
últimas semanas: era un jugador multifacético, capaz de adaptarse a cualquier
posición del campo brillantemente y dotado de una capacidad y talento para
desmarcarse, gambetear y definir frente al arco rival como si fuera un
delantero centro de aquellos. Tácticamente,
Cruyff era el futbolista total y el profeta máximo del ideario holandés del
“todos atacamos y todos defendemos”; el que podía hacer funcionar a todo un
sistema y romper los paradigmas que el mismo establecía con sus arrebatos
repentinos de genialidad. Bajo la tutela de Michels, fue el primer gran
falso nueve y uno que gozaba de libertad absoluta en la cancha; podía
retroceder al puesto de contención y distribuir desde ahí, organizar desde la
salida de la defensa como un líbero o desbordar con su técnica depurada como un
extremo endemoniado –era así de bueno. Era
el crack en las sombras y la estrella en un solo hombre; uno de los pocos
jugadores en este deporte que no pueden ser copiados o imitados.
Simplemente, Johan Cruyff
como jugador fue un fuera de serie que dominó los 70s como el mayor exponente
futbolístico de esa generación y se erigió como el baluarte principal de una
idea de que el balompié podía ser mucho más visionario y avanzado si se tomaban
riesgo antes inusitados y si se perdía el temor por motivo de conservadurismo. Millones de personas e incontables
jugadores han sido influenciados por las jugadas de un Johan que enamoró con su
juego, entre sus más altos exponentes siendo Eric Cantona o Emilio Butragueño,
quienes lo han catalogado como su referente futbolístico absoluto. Era una
combinación idílica entre genio, inteligencia y capacidad de convertir el
fútbol en un tema artístico.
Cuando anunció su retiro en
el ’84, todos sabían que volvería al deporte como entrenador. El fútbol era
todo su ser y no podía vivir alejado del mismo. Comenzaría en la segunda mitad
de los 80s una etapa de su vida en la que sería igualmente influyente como
jugador. Pero ésa es otra historia…
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